NOTA: Esta es la última entrega del relato policial que le he dedicado a nuestro amigo CAMINANTE. Es
un poco más larga de lo habitual por la mucha tela que quedaba por
cortar. Os pido disculpas por ello. Se podría haber prolongado el tema
dos o tres entregas más, pero no deseaba agotaros ni aburriros más con
esta historieta. He disfrutado mucho leyendo vuestros amables y amenos
comentarios, que os agradezco a todos infinito. Ahí va el final de...
DUELO POR UNA ANTIGUA NÉMESIS
(y 12)
Al
escuchar las palabras acusadoras del Inspector Grandison Chase, que
señalaban al Fiscal Arthur Parks y a la señorita Artemise North, todos
los que estaban en el salón mostraron su asombro y, algunos de ellos,
tal vez cierto desprecio a las dos personas que eran objeto de la
explicación de Chase. La señora Eleanore Woolcott apartó la mirada de la
señorita North, la cual buscaba su protección o, al menos, comprensión
ante lo que consideraba una injusticia por parte del oficial de Policía.
Mientras
el Inspector desgranaba los argumentos de su solución, Artemise iba
variando sus sentimientos: si al empezar aparentaba rabia e indignación,
luego cayó presa del desánimo y la desesperación, pues veía acumularse
en su contra el peso de las razones del Inspector a pesar de que, de
momento, no había aportado ni una sola prueba contundente.
El
Inspector mismo era consciente de esa falta de elementos probatorios,
pero eso no le preocupaba. Encontraría las pruebas; siempre lo hacía.
Fue terminando su solución del misterio, la cual, según me contaron
Flambeau y el Padre Brown, esbozó más o menos de esta manera:
”Sí,
no lo duden, damas y caballeros: Parks compró las balas en la armería
de Hook a la que volvió el día siguiente. Es claro que antes de ir a la
tienda se había disfrazado de viejo, caracterizándose como el señor
Henry Redvill, a quien conocía bien e imitaría en su parsimonia y
lentitud. Solo había una cosa en la que no podía imitar a Redvill y era
en su bizqueo por lo que, me figuro (y para demostrarlo necesito un
testimonio completo del empleado que le atendió) que usaría unas gafas
ahumadas. Quizá se atreviera a fingir el bizqueo de ojos, cosa no tan
difícil como parece.
”En definitiva, Parks (ya maquillado como Redvill e imitando su forma de moverse y de hablar) fue a la Hook's Armory. Aprovechando
el afortunado hecho de que el dueño había salido (o tal vez sabiendo de
antemano que a esa hora y ese día iba a salir), llegó a la tienda,
entretuvo al dependiente y, en un descuido, sustrajo la caja gemela, que
le era necesaria por varias razones. Él no podía ser quien cambiase la
caja (para eso precisaba la ayuda de un cómplice, Miss North, en este
caso), pues debía crearse una coartada. Tampoco podía ser él quien
cambiara las balas, en el caso de que hubiera hecho falta cambiarlas.
”¿Por
qué hicieron el cambio de la caja, por qué no limitarse a cambiar solo
las balas? Está muy claro: a una mujer le habría sido muy difícil
manejar el mecanismo de carga de munición de las pesadas y complejas
Mauser C96 y, aunque solo las hubiera puesto en la caja con la munición
simulada, podría haber dejado sus huellas o tal vez ser sorprendida por
el Juez que, no lo olvidemos, dormitaba allí y podría haberla pillado in fraganti. ¿Lo entienden ahora? Era más fácil que North cambiase las cajas
que las balas. Para su plan de falsa acusación, es decir, para hacer
recaer la acusación sobre el propio Parks era necesario que en las balas
solo encontráramos sus propias hullas y las de nadie más. Luego,
nuestra inocencia y candidez, como la del Padre Brown, harían el resto:
al hacer recaer la culpa sobre él buscaba que terminásemos por
exculparle, por eliminarle de la lista de sospechosos. Era muy
arriesgado, sin duda, pero muy efectivo y hasta efectista, diría.
”Otra
cosa: ¿Por qué hacerse pasar por Redvill? Porque era el candidato
perfecto. Primero, porque el propio Parks le odiaba y le tenía por
personaje mezquino y aprovechado. Segundo, porque era fácil hacerse
pasar por él. Y tercero, porque le acusaba del hecho y proporcionaba a
la Policía un buen sospechoso que, tras exculpar al Fiscal, apartase las
miradas de él y de la señorita North. Parks había hablado con Redvill.
Era necesario que el viejo conociera todo del duelo: las Mauser, las
balas simuladas y las peculiares cajas de madera de la Armería de Hook,
para que ante Scotland Yard no quedara como ignorante de lo sucedido.
Además, Redvill era amigo de Hook y, en principio, no era extraño que
fuera a visitarle a su tienda de armas. Como pueden ver, era una jugada
maestra.
”Una
vez se hizo con la segunda caja, Parks las trajo a Woolcott Manor. Es
preciso partir de la hipótesis de que, antes de venir, él y su cómplice
ya habían trazado y repasado el plan varias veces. Me imagino que el
viernes, cuando nadie se diera cuenta, la señorita North y el Fiscal
debieron verse a solas, tal vez de noche, y ese sería el momento en que
la señorita recibiría la caja que, de momento, dejó en su habitación.
”Al
día siguiente, tras la comida, Parks mostró a todos la caja con las
balas de munición simulada. Era necesario que la vieran y comprobaran,
para dar validez al duelo y porque, además de Woolcott, que era muy
entendido en armas, estaban el sr. Flambeau y el Capitán Gallagher, los
cuales se habrían dado cuenta, sin duda, del cambiazo, si este hubiera
sido hecho antes. Ahí residía la primera dificultad del plan de Parks y
North. Pero la salvaron de la siguiente forma: todos salieron de la sala
de juegos. Redvill se fue a dormir, Parks buscó su coartada con Sir
Wilfred, la víctima de toda la maquinación infernal; Flambeau y Brown se
fueron arriba, a sus dormitorios; Gallagher se esfumó también y solo
quedó en la sala el Juez Oliver Thorpe, que estaba profundamente dormido
y, encima, es sordo -mírenlo ahora, ni se entera de que estoy hablando de él, jajaja...
”Hay
algo que Miss North tuvo cuidado en no contarnos y es que se ausentó un
rato, entre el instante en que terminó su té con las Woolcott y fue a
acompañar a Redvill. Para ella fue fácil aprovechar el momento de dejar
la compañía de la sra. Woolcott y su hija para entrar en la casa, subir a
su cuarto, coger la caja de madera con las balas de verdad, bajar de
nuevo y sustituir una caja por otra. ¿Qué hizo con la caja de las balas
falsas? Era arriesgado subir otra vez, así que la ocultó en su bolso o
en cualquier otra parte, tal vez entre los objetos de la colección de
Sir Wilfred, donde nadie la vería, pues son muchos y se apilan en todas
las habitaciones, sin orden ni concierto. Luego, y mucho antes de que yo
llegase, ya la tuviese en su bolso o ya la hubiera ocultado entre los
mil cachivaches de Woolcott, le fue muy fácil rescatarla, sin ojos
ajenos que la observaran, y llevársela de nuevo a su cuarto. La parte
más compleja del plan debió realizarse más o menos así, según creo, y no
suelo equivocarme, son muchos años de oficio...
”Antes
de que se celebrara el duelo, la señorita North volvió a toda prisa
para juntarse con Redvill, con la excusa de charlar y tomar el té, de
forma que se creaba una buena coartada para el momento en que nos
querían hacer creer que se habían sustituido las cajas. Todo fue muy
diestra y cruelmente maquinado por usted y su cómplice, Parks, el cual
solo tenía que fingir una vez más. Sí, se mostraba demasiado tenso y
nervioso, y fingió que se había reconciliado con Sir Wilfred y que él no
sabía nada de esta trama. Su nerviosismo era auténtico, en parte, ya
que temía que alguna cosa del plan saliera mal. Y, en efecto, algo salió
mal.
”El
Capitán George Gallagher, no sabemos bien cómo, vio a Artemise North
cambiando las cajas. En ese momento comprendió la jugarreta, incluso
debió entrar en la sala de juegos, mirar la caja de nuevo y darse cuenta
de la sustitución. Sabemos que no tocó las balas. De lo contrario, sus
huellas estarían allí y solo hallamos las de Parks. De cualquier modo,
comprendió que la vida del Magistrado, el padre de su amada, corría
serio peligro. Podía hacer dos cosas: avisar a Sir Wilfred o tratar de
interrumpir el duelo.
”Su
primera intención fue darle alguna pista al buen Magistrado, y por eso
improvisó el papelito que hallamos en el estuche de las armas. De forma
apresurada, escribió un anagrama en el que acusaba veladamente a Miss
North, es decir, “Miss Ene” o “Ene Miss”, que es la palabra que puede
verse en el papel: “enemiss”. Sabía que Sir Wilfred lo entendería y por
eso colocó el trozo de papel en el estuche. El Padre Brown sostiene que
fue un hombre quien escribió esas palabras. Eso confirma que pudo ser
Gallagher...
”Pero
fue una decisión de lo más absurdo y erróneo. Quiero pensar que el buen
Capitán no deseaba acusar en público y directamente a la periodista,
tal vez porque, en su fuero interno, no estaba seguro de la implicación
de Miss North en algo que, no olviden, a esas horas aún no había
sucedido. He pensado, incluso, en la posibilidad de que George
Gallagher, que había discutido muy agriamente con Sir Wilfred, escribió
el papelito porque sabía que el Magistrado Woolcott no querría hablar
con él, no estaría dispuesto a escucharle ni menos a creerle nada de lo
que le dijera.
”Por
eso utilizó Gallagher el subterfugio del anagrama, que fue visto por
Sir Wilfred, no sin preocupación. Sin duda, en un instante comprendió
que algo sucio se tramaba contra él pero, o bien no fue capaz de
descubrir que en esas letras se acusaba a Miss North, o bien no le dio
mucha importancia, ya que no se suspendió el duelo, cosa que habría sido
muy juiciosa. Pienso que el rostro del jurista debía mostrar inquietud y
hasta temor pero no serían tan abrumadores como para suspender el
duelo.
”Cuando
Gallagher vio que Sir Wilfred se lanzaba directo a su muerte, no le
quedó mas remedio que volver a su segunda idea, la de interrumpir el
duelo y, ya que el tiempo se le había echado encima, en lugar de salir
al jardín para impedir que los duelistas disparasen, fue al invernadero,
sacó su arma, presumiblemente y, según opina el Sargento Carruthers por
el resto extraído del árbol, una pistola Colt 1911 Government 0.45 ACP.
Luego, y con todo el sigilo que pudo, abrió la ventana, sacó su brazo
con el arma, situando su ángulo de tiro contra Parks pero sin querer
dispararle. Podía suponer que era el cómplice de Miss North, aunque
hubiera sido un error matar al autor de un crimen que no se había
cometido: la situación de Gallagher habría sido muy comprometida si, al
final, Sir Wilfred no hubiera muerto y él, en cambio, hubiera disparado
contra Parks, ¿no creen?
”El
Capitán apuntó entonces al sitio donde estaban Redvill y las tres
damas, Miss North entre ellas, pero tampoco quería herirla, por las
mismas razones con acabo de señalar para Parks. Su idea, en fin, fue
detener el duelo con un disparo contra uno de los árboles del jardín. De
nuevo se equivocó porque su error fue demorarse demasiado al apuntar y
efectuar el tiro, que dio en el blanco que él había pretendido, como nos
asegura Carter, quien conocía bien la excelente puntería del Capitán,
pero demasiado tarde como para detener el duelo e impedir, con ello, la
muerte de Sir Wilfred. Por eso tuvo que huir tan precipitadamente y...
el resto ya lo saben ustedes.
”Entre
dos era muy fácil ejecutar el plan. Él llevaba la parte más incómoda
pero usted, Miss North, le ayudó y así consumaron uno de los crímenes
más astutos y sangrientos de la historia de Inglaterra. Consumaron,
también, su venganza. Sí, porque Parks obtenía con la muerte de su rival
la satisfacción que el mundo de la judicatura no le había dado, aparte
del pleito aquel de la finca de Oxford. Y usted, señorita North, aunque
lo haya negado, tendría la reparación de su honor. Por mucho que diga lo
contrario, es fácil imaginar que Woolcott sí se habría propasado con
usted, a cambio de más dinero para satisfacer su vicio y su ludopatía,
que usted ha confesado a medias. Para mí, el asunto está claro. Esta es
mi solución del caso, señores.
Al
decir aquello, el Padre Brown pareció despertar como quien despierta de
una pesadilla violenta y enfermiza. Las palabras de Chase le habían
sacado de su habitual estado de letargia, de aparente abulia o
distracción. Antes de que la indignación y la ira cundieran del todo en
la señorita North, el cura de la parroquia de Camberwell hubo de
intervenir una vez más:
-Querido
Inspector Chase, ¿no le parece que se ha precipitado usted mucho,
acusando a la señorita North de complicidad con Parks? Fue usted mismo
quien no hace mucho tiempo reconvino a nuestro amigo Flambeau sobre eso
de “dejar las conclusiones para el final”. Permítame decirle que no hay
nada sólido en sus aseveraciones. Su solución es un cúmulo de
conjeturas. Pudo ser así o no, no hay nada que pruebe las relaciones
entre la señorita North y Sir Wilfred, y menos entre ella y el Fiscal.
Ha sido usted ingenioso en lo del anagrama de “enemiss” y en sostener
que Parks se disfrazara de Redvill pero tampoco puede probarlo y, sobre
todo, es muy discutible lo de que “enemiss” signifique “Miss Ene”.
Guardaron silencio ante las palabras del clérigo, el cual continuó diciendo:
-No,
amigo mío, en esa palabrita del demonio hay algo más, algo que yo, con
toda humildad lo digo, creo haber descubierto gracias a Flambeau. Le
ruego se disculpe ante la señorita North, antes de que mi buen amigo,
aun a riesgo de ser detenido por sus agentes, le arree a usted un sonoro
puñetazo, que ya le veo las ganas de hacerlo, y es que él no puede
dejar de ser dos cosas: gascón y caballeroso, hasta límites ridículos. A
Hércule Flambeau, antaño galante ladrón de guante blanco, le pierden
ambas cosas, pero le puede más su cortesía con las damas y no tolera que
nadie las ofenda. Sea juicioso y discúlpese, aunque siga sospechando
del Fiscal y de Miss North...
El
Inspector masculló algo entre dientes pero, visto que su amigo el cura
católico tenía razón y que el francés estaba a punto de saltar de su
asiento para liarse a golpes con aquel que mancillara el honor de una
dama, hubo de disculparse ante Miss North. Con todo respeto, esbozó una
súplica y pidió perdón a la damisela, no sin recordarle que seguía bajo
sospecha. Entonces fue Flambeau quien, levantándose al fin de su silla,
casi derrengada por el peso del coloso, realizó uno de sus típicos
gestos efusivos y pidió permiso al Inspector Grandison Chase para
ofrecer a todos su propia solución del caso, que expuso de forma breve y
concisa. Pues lo que les voy a transcribir aquí, queridos lectores, es
LA SOLUCIÓN DEL DETECTIVE HÉRCULE FLAMBEAU
-No caeré -comenzó Flambeau su explicación, haciendo gala de una potente sonora y significativa voz, aunque trufara su
discurso con algún que otro galicismo, inevitables en él- en los mismos
errores de apreciación que mi querido amigo y colega, el Inspector
Grandison Chase, y trataré de brindar a todos ustedes una solución
basada en los hechos, las declaraciones y la lógica, comme il est habituel dans ces cas criminels...
”Para
empezar, he de decir que la clave del misterio estuvo en el momento en
que Sir Wilfred y el Fiscal Parks nos enseñaron a todos los demás ese
estuche de las armas y la caja de madera con las balas. Et bien,
pude verlas bien de cerca, aunque me fijé en que el Capitán Gallagher,
que en ese justo momento estaba a mi lado, aunque las miraba, apenas si
fijó la mirada en el estuche de las armas o en las balas, cosa que me
llamó poderosamente la atención.
”Tous vous savez bien que el irlandés, Monsieur
Gallagher, es muy conocido por su excelente puntería y por su alto
conocimiento en el campo del armamento civil y militar. ¿Cómo explicar
que no les prestase ni un leve minuto de su tiempo a dos maravillas como
esas Mauser C96 o a las curiosas balas de munición simulada? Solo se me
ocurre que, o bien su mente estaba ocupada y preocupada por otros
asuntos (algo muy vago y que rechazo de pleno) o bien porque él ya sabía
de antemano que esas dos balas no eran, en realidad, de fogueo. Porque
él y su cómplice las habían cambiado con anterioridad. C'est-à-dire, mes amis, no llamaron nada su atención porque ya las había visto antes.
O mejor, porque ya antes había visto las auténticas balas de munición
falsa. Por eso apenas se fijó en ellas cuando mi pobre amigo Woolcott y
el Fiscal nos las mostraron. Eso nadie más lo advirtió pero a mí me
resultó très significatif, propio de un plan criminal.
”Gallagher
y su cómplice conocían los pormenores del duelo. Sabían bien el tipo de
armas y la clase de balas que se iban a usar. Se puso en contacto con
Parks, el abogado de su familia y contra quien guarda ciertos recelos,
porque es típico de ciertas personas el odiar a los abogados, y más a
los que trabajan para nosotros. Llamó a Parks para averiguar dónde había
adquirido las balas y se enteró de que lo hizo en la Hook's Armory.
Por otra parte, también sabía, por las muchas veces que Sir Wilfred le
había invitado a sus fiestas, que entre los invitados estaría el
anticuario Redvill, del cual no era difícil suponer que conocería al sr.
Walter Hook.
”El
resto de su diabólico plan para acabar con la vida de Woolcott vino
solo: el Capitán Gallagher, aunque de enorme estatura, bien pudo
disimularla con la espalda encorvada. Si a eso le añaden un peu de maquillage (y
el Padre Brown sabe que entiendo de eso, por haber realizado muchos de
mis robos disfrazado de ciego o hasta de sacerdote), pues tendrán a
George Gallagher convertido en Henry J. Redvill. Monsieur le Capitaine Gallagher es hombre conocido, de mucha fama. Su nombre y su foto han salido muchas veces en la prensa escrita. C'est pourquoi
él no podía exponerse a que Hook o sus empleados le reconocieran y
fuera encausado por un error tan estúpido. Se hizo pasar por Redvill,
para desviar la atención de su persona y dirigir todas las miradas hacia
el pobre y viejo anticuario.
”Sin
duda, debió preguntar al empleado por la caja que el día anterior les
comprara el sr. Arthur Parks y, en una distracción, sustrajo una réplica
de la caja, idéntica en todo, pero con la diferencia de que luego le
añadirían unas balas de verdad, letales en un arma como esa. Esta claro
que fue su cómplice quien cambió las cajas, tal vez el mismo viernes. De
ahí que al Capitán no le interesara fijarse en las armas ni en las
balas. Luego desvelaré quién fue el cómplice necesario de Monsieur Gallagher.
”El
plan de estos dos criminales era arriesgado pero podía funcionar. Tenía
la ventaja de que podía pasar como un asesinato premeditado por Parks o
Redvill, o ambos dos, que tuvieron viejas rencillas con l'honorable Magistrat
Woolcott. Tenía sus inconvenientes: que el duelo podía haberse
suspendido o tal vez Sir Wilfred pudiera adelantarse y que su disparo
hiriese a Monsieur Parks o le matase. Eso me lleva al segundo disparo, para el que el Inspector Chase ha esbozado una tan pauvre explication.
Para asegurarse la muerte de Sir Wilfred, Gallagher provocó una agria
discusión con él, discusión que le permitía ausentarse del duelo, aunque
pudiera dirigir contra él nuestras sospechas. Se arriesgaba mucho pero
era casi lo único que podía hacer. Con la excusa de no asistir al juego
de las armas, fue a su cuarto a preparar su propia arma: limpiarla,
cargarla y tenerla dispuesta para las seis. Un poco antes, se colocó en
el ventanal del invernadero, esperando a ver cómo se desarrollaba el
duelo.
”Si
Woolcott se anticipaba en el disparo, él dispararía contra el
Magistrado para que todos creyeran que Parks también lo hizo y que los
dos tiros habían coincidido. Si tenía suerte, como la tuvo, sería el
Fiscal quien se adelantase y matara, sin saberlo, al pobre Magistrado.
En tal caso, estoy cierto que él no tenía pensado disparar. Pero
advirtió que Sir Wilfred le había visto; que, si no era muerto y solo
caía herido, podía testimoniar en su contra y contra su absurdo e
inexplicable proceder, y tal vez incluso se diera cuenta de que la
señorita North le vio, con lo que no tuvo otra opción que disparar.
Debió ocultarse y olvidarse de disparar, pero cometió el error de
hacerlo y por eso su tiro dio contra el árbol. Tal vez pensó que ya se
le ocurriría alguna que otra excusa, posiblemente que sabía algo de la
supuesta conjura de Parks y que trató de evitarla. Eso es todo en lo que
se refiera a Gallagher.
”Su cómplice fue más astuta y taimada. Mais oui, Mesdames et Messieurs.
La persona que ayudó al Capitán Gallagher en el desarrollo del
maquiavélico plan no fue ni mas ni menos que la indignada, triste e
inocente Louise Woolcott. Estoy seguro de que, al principio, ella se
resistía a liquidar a su padre, pero pudo más su amor por el Capitán que
su amor de hija, y espero que una dama como ella perdone mi
atrevimiento. Fue ella quien convenció al padre de que Gallagher
asistiera a la fiesta, contra la opinión de Sir Wilfred; ella hizo la
sustitución de las cajas y colocó en el estuche de las armas el mensaje
de “enemiss”; ella nos engañó con respecto a sus planes, sentimientos y
motivos: los dos querían casarse, lo que el buen Magistrado desaprobaba
totalmente. Además, querían la herencia de Sir Wilfred. Con lo de
“enemiss” solo trataron de despistarnos, apuntando a Redvill (por lo de
la estatua de “Némesis”) o a la señorita North (porque “enemiss”
recuerda a “Artemise”). Mi cultura francesa me lleva a pensar que
“enemiss” podría significar, en realidad, “mise en s.”, abreviatura de
“puesta en escena” (C'est-à-dire, mise en scène).
Eso fue justo a lo que asistimos, a una bien cuidada representación
escénica, con esa teatral discusión entre Woolcott y Gallagher y ese
segundo disparo, ejecutado a la desesperada pero que era una forma de
asegurar la muerte del Magistrado. Et voilà! ¿Es necesario que continúe, mes amis?
Todos
quedaron pasmados y perplejos ante la sorprendente solución del
detective francés. Antes de que el Inspector o el Padre Brown pudieran
dar su opinión al respecto, saltó de su asiento indignada la joven
Louise, cuyo rostro dejaba ver a las claras su enfado, su rabia y su ira
patentes contra el coloso de Gascuña. Profirió varios gritos y quejas
contra las palabras que el buen Flambeau había esbozado, pero antes de
que lanzase contra él toda la fuerza de sus manos y sus dedos casi como
en garra, se levantó el sacerdote y, pidiendo calma a todos, tomó la
palabra. Pidió paz, llamó a la reconciliar los ánimos y rogó que le
escuchasen unos minutos. Eran los doce y media de la mañana de aquel
domingo lleno de sorpresas. Justo cuando Brown iba
a empezar su explicación del misterio hubo algo que le interrumpió. Fue
una oportuna llamada. Era el Sargento Carruthers, que se puso en
comunicación con el Inspector Grandison Chase, quien, tras hablar con su
asistente, dijo:
-Me
dicen que ya traen para acá a Gallagher. Llegarán en una media hora.
Han parado a repostar y para hacer la llamada desde una gasolinera. Ese
es el tiempo que tiene usted, Padre Brown, para ofrecernos los hechos,
según los haya valorado su privilegiado intelecto. Me guardo, por el
momento, mis opiniones sobre la descabellada interpretación de Flambeau y
sigo pensando que mi explicación es la correcta. Padre Brown, cuando
usted guste...
El
Padre Brown procuró, al igual que hiciera el gascón, ser breve y
conciso, además de que le apremiaba el tiempo. Esto que les voy a copiar
aquí fue, tal y como él mismo me la refirió mucho tiempo después,
LA SOLUCIÓN DEL PADRE BROWN
-Queridos amigos -empezó el cura, con su modosa vocecilla, y sosteniendo en la mano su viejo y usado breviario-, he de decirles
que en una cosa estoy totalmente de acuerdo con Flambeau y su
explicación, y es en la idea de que hemos asistido a una suerte de
representación teatral, solo que hemos visto a los actores que nada
tuvieron que ver con el resultado final de la obra y nos ha pasado
inadvertido el autor de este drama macabro. Creo que tanto Chase como
Flambeau han partido, para elucidar sus soluciones, de una base errónea.
Han partido de la idea de que la víctima del plan criminal era Woolcott
y eso no es del todo cierto: había dos víctimas (el Fiscal y el Magistrado) y un solo asesino.
Antes de empezar, les revelaré que anoche, cuando rezaba con este
breviario, vi en él una cita -suelo anotar algunas, en los huecos en
blanco- de uno de los grandes Padres de la Iglesia. Es de las famosas Confesiones, de San Agustín. Permítanme leérsela:
“...cuando
se inquiere la causa de un crimen no descansa uno hasta haber
averiguado qué apetito de los bienes que hemos dicho ínfimos o qué temor
de perderlos pudo moverle a cometerlo. Hermosos son, sin duda, y
apetecibles, aunque comparados con los bienes superiores y beatíficos
son viles y despreciables. Uno comete un homicidio; ¿por qué habrá sido?
Porque amó a la esposa del muerto o su finca, o porque quiso robar para
tener con qué vivir, o temió sufrir de él otro tanto, o bien, herido,
ardió en deseos de venganza”.
”¿Lo
ven? Hasta el propio santo de Hipona había reflexionado sobre el tema
de los crímenes. Vean cómo señala, entre los posibles motivos para
cometer un acto sangriento, el 'arder en deseos de venganza por heridas
del pasado'. Eso fue lo que en última instancia impulsó al autor de esta
maquinación a lanzarse al crimen. Sí, amigos, fue la sed de venganza,
no la posibilidad de casarse con la persona amada, ni el hacerse con una
suculenta herencia o el resarcirse de una vieja enemistad. Antes de dar
mi solución a este problema criminal o, mejor, para que lo entiendan
del todo, me permitirán que les cuente una historia. Es una vieja
historia oriental, muy antigua, tan antigua como el mundo, pero que aún
hoy sigue siendo actual. Saben lo aficionado que soy a los cuentos de
hadas y las historias tradicionales. Pues bien, todo el problema al que
nos hemos enfrentado se resume en este viejo cuento de Oriente...
Ӄrase,
pues, un hombre. Un hombre que vivía acomplejado, medroso y con
frecuencia herido por las continuas burlas de dos enemigos suyos. Como
era hombre anciano veía imposible enfrentarse a los dos, aunque odiaba a
uno en especial. Este hombre tenía dos enemigos y, como le era muy
complejo poder combatir a los dos y salir victorioso, no sabía qué
hacer. Sufría cada vez más las burlas y vejaciones de ambos. He aquí que
la fortuna se alió con él y pudo ver cómo sus dos enemigos, por un azar
del destino, se batían entre sí. Él puso los medios para que ambos
murieran, o para que uno fuera acusado de la muerte del otro. Para
lograr su propósito, envenenó la punta de las espadas con las que iban a
contender sus dos burladores. La suerte volvió a sonreírle y, tras la
lucha entre sus enemigos, uno murió y el otro quedó mal herido,
falleciendo poco después. Al final, un funcionario, escamado por la
repentina muerte de los dos, investigó ese trágico asunto y descubrió
los tejemanejes del anciano, que fue apresado, juzgado y ejecutado. Fin
de la historia.
”Pues
bien, amigos, eso es justo lo que ha sucedido aquí este infernal fin de
semana. Un hombre vivía desde hace muchos años totalmente acomplejado
por la fortuna de otros dos, los cuales se mofaban con cierta frecuencia
de la mezquindad de esa persona, de su continuo deseo de lucro, de su
ansia de destacarse en la sociedad, sin lograrlo en absoluto. Uno de sus
enemigos descubrió en cierta ocasión que podría estar vendiendo objetos
falsificados por un precio más alto de su valor real, pero entonces no
pudo demostrarlo. El otro enemigo le tenía postergado, le compraba
objetos de lujo de forma habitual, pero en muchas ocasiones le
despreciaba o le dejaba ávido de más ganancias, como aquella vez en que
quiso vender dos estatuas más de las que al fin le fueron compradas. Esa
persona fue, con el curso de los años, acumulando inquina, odio, ira y
deseos de venganza contra los dos, pero en especial contra uno de ellos,
el que había descubierto su venta de objetos falsificados. Hace no
demasiado tiempo, por avisos que tuvo o por indicios que ahora se
escapan a nuestra pesquisa, el anciano llegó a la conclusión de que su
máximo enemigo estaba a punto de demostrar definitivamente sus estafas
y, para más inri,
que iba a revelar todo al otro enemigo, con lo que el pobre viejo iba
camino del despeñadero, directo a su ruina e, incluso, a punto de verse
entre rejas, de por vida.
”Igual
que en la historia que les he contado, el anciano vio el cielo abierto
cuando se presentó ante sus ojos un evento inesperado. Sus dos
enemigos, también enfadados entre sí durante cierto tiempo, iban a
reconciliarse. No hacía falta ser muy listo para darse cuenta de que uno
iba a aprovechar esa circunstancia para destapar los timos del anciano
vendedor y revelarle al otro, a todos, los manejos del anciano
caballero. Supo que era entonces o nunca. Se informó bien de los
pormenores del juego, de ese duelo falso que tanto nos escamó a Flambeau
y a mí desde el principio. El viejo sabía bien que en el duelo iban a
usar las dos pistolas semiautomáticas Mauser C96, las cuales él mismo le
había vendido a Sir Wilfred. Averiguó qué tipo de balas de munición
simulada iban a utilizar y dónde las habían comprado. Fue a la tienda de
su amigo Walter Hook y no tuvo ningún miedo en dar su nombre, pues era
obvio que, si investigaban ese particular, acabarían descubriendo que
estuvo en esa armería. ¿Para qué hacerse pasar por otro, si su plan, tan
bien meditado, tenía previsto que las sospechas en ningún caso
recayeran sobre él, sino sobre otras personas?
”Una
vez se hizo con una caja idéntica a la que compró su mayor enemigo y
puso en ella dos balas de verdad. Días más tarde vino a Woolcott Manor,
con la sospecha de que había sido invitado no por la vieja amistad que
le unía a la familia, sino para ser definitivamente desenmascarado por
sus enemigos. Su plan era muy sencillo, aunque no exento de riesgos.
Era, como ya se ha señalado aquí, un plan muy sujeto a los caprichos del
azar, pero que si se desarrolla dentro de lo esperado, sería
definitivo, pues hay que reconocer cierto estilo, arte y maestría en la
concepción de esta diabólica trama. El plan consistía, ni más ni menos,
en que uno de los duelistas matase al otro y fuera acusado del crimen.
Como suele decirse, el criminal pretendía “matar dos pájaros de un tiro”
y en este caso, nunca mejor dicho. El criminal, como sabía de la
preparación de Woolcott, que era mejor tirador que Parks, y que había
estado ensayando su puntería con anterioridad, había previsto lo
siguiente: que Woolcott acabase con la vida de Parks, fuera apresado
como sospechoso de cometer el crimen, juzgado y condenado. Como ven,
toda una jugada maestra. Pero el plan salió al revés. Aunque eso también
entraba dentro de las previsiones del asesino y, en el fondo, no le
importaba tanto que pudiera ser el Fiscal quien segara la vida del
Magistrado. En la lógica de los hechos era, incluso, más verosímil que
sucediera así, dado que Parks acumulaba mas odio contra Woolcott que al
revés.
”Pero
sucedió algo inesperado, que también sorprendió al reflexivo muñidor de
esta infamia. En efecto, el criminal no contaba con la intervención del
Capitán George Gallagher. Todo sucedió de esta manera, según me dictan
la intuición y los hechos conocidos. El anciano vengador aprovechó, sin
duda, la noche del viernes para entrar en el cuarto de Parks, no muy
lejos del suyo propio, y sustituir una caja (la de las balas simuladas)
por la otra (la de las balas auténticas). Contaba con que el distraído
Parks no notaría nada y sólo se exponía a que Flambeau o el irlandés
notasen el cambio. El sábado, delante de todos nosotros, se mostraron
las cajas y pude darme cuenta de como esa persona observaba nuestras
reacciones, por si recelábamos algo, lo que indicaba que él ya sabía que
podríamos sospechar y, si alguno podía sospechar de juego sucio, era
porque esa persona era la única que lo sabía, es decir, la responsable
de todo. Por eso defendí con tanta convicción que el Fiscal no podía ser
el autor material del crimen, aunque fuera su mano la ejecutora de la
vida de Sir Wilfred.
”Además,
el auténtico asesino tuvo un delirio muy propio de este tipo de
criminales. Tuvo el delirio del artista, que suele verse impelido por la
necesidad de que su obra sea reconocida. Quiso dejar su sello, su
marca, su firma. Eso es lo que explica el papelito con la palabra
“enemiss”, que no significa “Miss Ene” o “Mise en scène”, no, mi querido Flambeau. Significa lo más obvio: Némesis, o sea, venganza. Considero que no se refería a la estatua que Woolcott rehusó comprar sino al móvil...
Enviado a las
08/07/2011 11:35:32
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DUELO POR UNA ANTIGUA NÉMESIS (y 12 BIS) [Dedicado a CAMINANTE] |
NOTA: Continuación del post truncado de ayer. Ahora sí que sí, ahí va el final de...
DUELO POR UNA ANTIGUA NÉMESIS
(y 12 BIS)
El
Padre Brown procuró, al igual que hiciera el gascón, ser breve y
conciso, además de que le apremiaba el tiempo. Esto que les voy a copiar
aquí fue, tal y como él mismo me la refirió mucho tiempo después,
LA SOLUCIÓN DEL PADRE BROWN
-Queridos amigos -empezó el cura, con su modosa vocecilla, y sosteniendo en la mano su viejo y usado breviario-, he de decirles
que en una cosa estoy totalmente de acuerdo con Flambeau y su
explicación, y es en la idea de que hemos asistido a una suerte de
representación teatral, solo que hemos visto a los actores que nada
tuvieron que ver con el resultado final de la obra y nos ha pasado
inadvertido el autor de este drama macabro. Creo que tanto Chase como
Flambeau han partido, para elucidar sus soluciones, de una base errónea.
Han partido de la idea de que la víctima del plan criminal era
Woolcott y eso no es del todo cierto: había dos víctimas (el Fiscal y el Magistrado) y un solo asesino.
Antes de empezar, les revelaré que anoche, cuando rezaba con este
breviario, vi en él una cita -suelo anotar algunas, en los huecos en
blanco- de uno de los grandes Padres de la Iglesia. Es de las famosas Confesiones, de San Agustín. Permítanme leérsela:
“...cuando
se inquiere la causa de un crimen no descansa uno hasta haber
averiguado qué apetito de los bienes que hemos dicho ínfimos o qué temor
de perderlos pudo moverle a cometerlo. Hermosos son, sin duda, y
apetecibles, aunque comparados con los bienes superiores y beatíficos
son viles y despreciables. Uno comete un homicidio; ¿por qué habrá sido?
Porque amó a la esposa del muerto o su finca, o porque quiso robar
para tener con qué vivir, o temió sufrir de él otro tanto, o bien,
herido, ardió en deseos de venganza”.
”¿Lo
ven? Hasta el propio santo de Hipona había reflexionado sobre el tema
de los crímenes. Vean cómo señala, entre los posibles motivos para
cometer un acto sangriento, el 'arder en deseos de venganza por heridas
del pasado'. Eso fue lo que en última instancia impulsó al autor de
esta maquinación a lanzarse al crimen. Sí, amigos, fue la sed de
venganza, no la posibilidad de casarse con la persona amada, ni el
hacerse con una suculenta herencia o el resarcirse de una vieja
enemistad. Antes de dar mi solución a este problema criminal o, mejor,
para que lo entiendan del todo, me permitirán que les cuente una
historia. Es una vieja historia oriental, muy antigua, tan antigua como
el mundo, pero que aún hoy sigue siendo actual. Saben lo aficionado
que soy a los cuentos de hadas y las historias tradicionales. Pues
bien, todo el problema al que nos hemos enfrentado se resume en este
viejo cuento de Oriente...
Ӄrase,
pues, un hombre. Un hombre que vivía acomplejado, medroso y con
frecuencia herido por las continuas burlas de dos enemigos suyos. Como
era hombre anciano veía imposible enfrentarse a los dos, aunque odiaba a
uno en especial. Este hombre tenía dos enemigos y, como le era muy
complejo poder combatir a los dos y salir victorioso, no sabía qué
hacer. Sufría cada vez más las burlas y vejaciones de ambos. He aquí que
la fortuna se alió con él y pudo ver cómo sus dos enemigos, por un
azar del destino, se batían entre sí. Él puso los medios para que ambos
murieran, o para que uno fuera acusado de la muerte del otro. Para
lograr su propósito, envenenó la punta de las espadas con las que iban a
contender sus dos burladores. La suerte volvió a sonreírle y, tras la
lucha entre sus enemigos, uno murió y el otro quedó mal herido,
falleciendo poco después. Al final, un funcionario, escamado por la
repentina muerte de los dos, investigó ese trágico asunto y descubrió
los tejemanejes del anciano, que fue apresado, juzgado y ejecutado. Fin
de la historia.
”Pues
bien, amigos, eso es justo lo que ha sucedido aquí este infernal fin
de semana. Un hombre vivía desde hace muchos años totalmente
acomplejado por la fortuna de otros dos, los cuales se mofaban con
cierta frecuencia de la mezquindad de esa persona, de su continuo deseo
de lucro, de su ansia de destacarse en la sociedad, sin lograrlo en
absoluto. Uno de sus enemigos descubrió en cierta ocasión que podría
estar vendiendo objetos falsificados por un precio más alto de su valor
real, pero entonces no pudo demostrarlo. El otro enemigo le tenía
postergado, le compraba objetos de lujo de forma habitual, pero en
muchas ocasiones le despreciaba o le dejaba ávido de más ganancias,
como aquella vez en que quiso vender dos estatuas más de las que al fin
le fueron compradas. Esa persona fue, con el curso de los años,
acumulando inquina, odio, ira y deseos de venganza contra los dos, pero
en especial contra uno de ellos, el que había descubierto su venta de
objetos falsificados. Hace no demasiado tiempo, por avisos que tuvo o
por indicios que ahora se escapan a nuestra pesquisa, el anciano llegó a
la conclusión de que su máximo enemigo estaba a punto de demostrar
definitivamente sus estafas y, para más inri,
que iba a revelar todo al otro enemigo, con lo que el pobre viejo iba
camino del despeñadero, directo a su ruina e, incluso, a punto de verse
entre rejas, de por vida.
”Igual
que en la historia que les he contado, el anciano vio el cielo abierto
cuando se presentó ante sus ojos un evento inesperado. Sus dos
enemigos, también enfadados entre sí durante cierto tiempo, iban a
reconciliarse. No hacía falta ser muy listo para darse cuenta de que uno
iba a aprovechar esa circunstancia para destapar los timos del anciano
vendedor y revelarle al otro, a todos, los manejos del anciano
caballero. Supo que era entonces o nunca. Se informó bien de los
pormenores del juego, de ese duelo falso que tanto nos escamó a Flambeau
y a mí desde el principio. El viejo sabía bien que en el duelo iban a
usar las dos pistolas semiautomáticas Mauser C96, las cuales él mismo
le había vendido a Sir Wilfred. Averiguó qué tipo de balas de munición
simulada iban a utilizar y dónde las habían comprado. Fue a la tienda
de su amigo Walter Hook y no tuvo ningún miedo en dar su nombre, pues
era obvio que, si investigaban ese particular, acabarían descubriendo
que estuvo en esa armería. ¿Para qué hacerse pasar por otro, si su
plan, tan bien meditado, tenía previsto que las sospechas en ningún
caso recayeran sobre él, sino sobre otras personas?
”Una
vez se hizo con una caja idéntica a la que compró su mayor enemigo y
puso en ella dos balas de verdad. Días más tarde vino a Woolcott Manor,
con la sospecha de que había sido invitado no por la vieja amistad que
le unía a la familia, sino para ser definitivamente desenmascarado por
sus enemigos. Su plan era muy sencillo, aunque no exento de riesgos.
Era, como ya se ha señalado aquí, un plan muy sujeto a los caprichos del
azar, pero que si se desarrolla dentro de lo esperado, sería
definitivo, pues hay que reconocer cierto estilo, arte y maestría en la
concepción de esta diabólica trama. El plan consistía, ni más ni menos,
en que uno de los duelistas matase al otro y fuera acusado del crimen.
Como suele decirse, el criminal pretendía “matar dos pájaros de un
tiro” y en este caso, nunca mejor dicho. El criminal, como sabía de la
preparación de Woolcott, que era mejor tirador que Parks, y que había
estado ensayando su puntería con anterioridad, había previsto lo
siguiente: que Woolcott acabase con la vida de Parks, fuera apresado
como sospechoso de cometer el crimen, juzgado y condenado. Como ven,
toda una jugada maestra. Pero el plan salió al revés. Aunque eso también
entraba dentro de las previsiones del asesino y, en el fondo, no le
importaba tanto que pudiera ser el Fiscal quien segara la vida del
Magistrado. En la lógica de los hechos era, incluso, más verosímil que
sucediera así, dado que Parks acumulaba mas odio contra Woolcott que al
revés.
”Pero
sucedió algo inesperado, que también sorprendió al reflexivo muñidor
de esta infamia. En efecto, el criminal no contaba con la intervención
del Capitán George Gallagher. Todo sucedió de esta manera, según me
dictan la intuición y los hechos conocidos. El anciano vengador
aprovechó, sin duda, la noche del viernes para entrar en el cuarto de
Parks, no muy lejos del suyo propio, y sustituir una caja (la de las
balas simuladas) por la otra (la de las balas auténticas). Contaba con
que el distraído Parks no notaría nada y sólo se exponía a que Flambeau
o el irlandés notasen el cambio. El sábado, delante de todos nosotros,
se mostraron las cajas y pude darme cuenta de como esa persona
observaba nuestras reacciones, por si recelábamos algo, lo que indicaba
que él ya sabía que podríamos sospechar y, si alguno podía sospechar
de juego sucio, era porque esa persona era la única que lo sabía, es
decir, la responsable de todo. Por eso defendí con tanta convicción que
el Fiscal no podía ser el autor material del crimen, aunque fuera su
mano la ejecutora de la vida de Sir Wilfred.
”Además,
el auténtico asesino tuvo un delirio muy propio de este tipo de
criminales. Tuvo el delirio del artista, que suele verse impelido por la
necesidad de que su obra sea reconocida. Quiso dejar su sello, su
marca, su firma. Eso es lo que explica el papelito con la palabra
“enemiss”, que no significa “Miss Ene” o “Mise en scène”, no, mi querido Flambeau. Significa lo más obvio: Némesis, o sea, venganza.
Considero que no se refería a la estatua que Woolcott rehusó comprar
sino al móvil del crimen: la venganza. Así de simple. ¿Y por qué lo de
escribirlo en forma de anagrama? Porque el autor del plan era un
acérrimo aficionado a los crucigramas y charadas de la lógica y el
lenguaje. Sabía que, al escribirlo como anagrama, Sir Wilfred se daría
cuenta de quién lo había escrito. Lo extraño es que no se le ocurriera
suspender el duelo. Tal vez, al no advertir el cambio de cajas, lo tuvo
por una broma de mal gusto y no vio que era la artística y despiadada
forma de aviso de su asesino (o del de Parks, en realidad), con lo que
menospreció el peligro que se cernía sobre su cabeza y la del Fiscal.
Ese delirio de artista fue el gran error del anciano vengativo porque
tal vez, de no haber vuelto a la sala de juegos para colocar el papelito
de “enemiss” en el estuche de las armas, el episodio del segundo
disparo no habría sucedido.
”Sí,
queridos amigos, es evidente que, cuando Sir Wilfred, nos enseñó el
estuche que contenía las Mauser C96, no había ningún papel dentro, luego
fue puesto más tarde. Estoy seguro, aunque no puedo ofrecerles nada
como prueba de ello, de que el criminal, una vez hubimos salido todos de
la sala de juegos, regresó de inmediato, abrió el estuche y colocó allí
su mensaje, tan enrevesado, para colmar su narcisismo, su egolatría y
su crimen. Pero tuvo la mala suerte (y nosotros la buena fortuna) de que
una persona le vio entrar de nuevo en la sala de juegos, poner el
mensaje de marras y salir otra vez, hacia su cuarto, en el piso de
arriba. No creo que sea aventurado suponer que la persona que vio el
manejo del anciano fue el irlandés, lo que explica su posterior
conducta. Él vio al anciano entrar en la sala de juegos y, al salir,
quizá el Capitán entró, comprobó mejor la caja de las balas, aunque no
las tocó, y pudo ver el papel en el estuche de las armas.
”Teniendo en su mano esa información, lo más juicioso, lo que en realidad debería haber hecho, era hablar con Sir Wilfred y
con Arthur Parks para que se suspendiera el duelo, en tanto no hubiera
seguridad en el tema de las pistolas. Pero, o le tenía miedo al
Magistrado, o recelaba de que no le fuera a hacer caso, por su reciente
discusión, o tal vez se dedicara a vigilar al hombre de conducta
sospechosa que había descubierto. Sea como fuere, el tiempo se le echó
encima. Cuando quiso darse cuenta, los duelistas estaban ya en el campo
del honor, preparados para batirse, con lo que solo pudo hacer lo que
hizo: disparar contra el árbol, para impedir, en lo posible, el duelo.
No sé si fue consciente, tal vez sí, de que con su acción distrajo a Sir
Wilfred, que le reconoció y temió que Gallagher fuese a dispararle. Eso
le dejó petrificado, lo que Parks, sin darse cuenta del hecho, que
quedaba a sus espaldas, aprovechó para tirar sobre el cuerpo del pobre
Woolcott, con el desgraciado resultado que todos ya conocemos.
”Otro
punto importante estriba en el hecho de que esta mañana hayamos
encontrado la habitación de Parks revuelta. Anoche, mientras rezaba unas
oraciones y veía en mi breviario la iluminadora cita de San Agustín, me
di cuenta de que, si el asesino había intentado una ve matar a Parks,
nada impedía que volviera a probar suerte de nuevo. Por eso me levanté y
le hice esa extraña petición a los agentes de Scotland Yard. Pedí que
se llevasen a Parks no porque fuera culpable del crimen, sino para
proteger su vida, y tal ve la de alguna otra persona. La ausencia de
Parks le puso al criminal las cosas muy fáciles para registrar su
habitación. Sí, amigos, porque es indicio indudable de que la persona
que ha tramado todo este asunto buscaba (y quizá halló) papeles
importantes que demostraban sus falsas ventas. Tal vez Woolcott Manor
esté llena de falsas reliquias y antigüedades que no valgan ni una
libra, por muy desolador que suene eso. Así pues, creo que, mientras
nosotros terminábamos los interrogatorios, el criminal aprovechó su
visita al cuarto del Fiscal (ausente, no lo olviden) para, además de
rebuscar los papeles que podían comprometerle, colocar en la chimenea el
trocito de metal de la cerradura de la caja con las balas, nuevo
intento de incriminar a Parks, pero sin éxito. Bien pudo quemar la caja
en la chimenea de su dormitorio y luego llevar ese resto metálico al de
Arthur Parks. Es posible que, si miramos en el cuarto del culpable,
quizá encontremos los papeles que presumiblemente le sustrajo al
Fiscal...
En
ese preciso momento, sobre la una del domingo, Carter anunció que un
coche de la Policía acababa de llegar. Sin duda, era el que traía
detenido al Capitán George Gallagher. El Inspector le dio las gracias al
mayordomo y le rogó al Padre Brown que fuera concluyendo su exposición.
”Gracias,
querido Inspector Chase, ya casi había terminado. Espero que la
declaración de Gallagher confirme lo que acabo de decir y no quede mi
solución del misterio en mero conjunto de hipótesis más o menos
probables. Verán, señores, cuando me adentro en un misterio de tipo
criminal, procuro meterme en la mente del asesino, pensar como él podría
pensar, sentir lo que él podría sentir, hasta que mis ojos casi se
inyectan en sangre, igual que los del asesino. Sólo así logro, algunas
veces, dar con la clave de un enigma de este tipo, hasta que yo mismo me
convierto en el autor del crimen. Ese es el secreto de mi fama como
averiguador de asuntos criminales. Muchos de ustedes, si no todos, ya
sabrán a qué persona me he venido refiriendo como maquinador del plan
que hemos visto ejecutado ante nuestros ojos. Por si alguien aún tuviera
dudas, diré que nuestro hombre se llama...
Y
en ese justo instante, cuando el Padre Brown iba a declarar el nombre
del criminal, el señor Henry John Redvill, con más agilidad de la que
todos le había supuesto, saltó de su asiento, se abalanzó hacia la mesa
donde estaba sentado el Inspector Chase y en la cual se apilaban las
pruebas del caso, cogió la pistola Mauser C96 de Woolcott, la que todos
sabían que no había sido disparada y que, por tanto, aún contenía una
bala real, y apuntando a todos, con más rapidez de la que le imaginaban,
salió huyendo del salón de espaldas, como alma que lleva el Diablo,
dejando claro con su desesperada acción que era el culpable que todos
habían estado buscando.
-¡Flambeau, vaya tras él, corra! -gritó el Padre Brown, como un trueno.
Pero
el viejo, más endemoniadamente bizco que nunca, iba ya camino del piso
superior, con la Mauser en ristre, preparándola para disparar, con lo
que quedaba patente que sí sabía manejar ese tipo de armas. Flambeau iba
en su persecución, pero llegó tarde. Redvill fue al pasillo que estaba
sobre el zaguán de entrada, que era donde mejor campo de visión tenía.
Salió al balcón y apuntó contra el Capitán Gallagher, que llegaba
escoltado por dos oficiales (Carruthers era uno de ellos), aunque no iba
esposado.
Una
voz de alarma en la planta baja de la casa puso sobre aviso al irlandés
fugitivo, el cual miró arriba, vio a Redvill que le apuntaba con la
Mauser C96 y, sin pensárselo dos veces, agarró el revólver de Carruthers
(que apenas si tuvo tiempo de darse cuenta de nada), lo amartilló,
apuntó a Redvill y...
Sonó
un estruendoso disparo, cuyo eco se perdió en la lejanía. Los agentes
redujeron a Gallagher y lo echaron al suelo. Redvill, que estuvo a punto
de disparar, cayó herido sobre el piso del balcón, justo en el momento
en que Flambeau entraba, aunque no pudo frenar al endiablado anciano.
-¡Flambeau! -tronó Chase, desde abajo- ¿Qué ha pasado?
-Tranquilo,
Inspector. -resonó la voz del colosal detective francés. -Llamen a un
médico. Redvill está herido en un hombro, pero saldrá de esta...
-Saldrá
de esta -apuntó Chase- pero camino del patíbulo. Tenía usted razón,
Padre Brown. ¡Fue el viejo Redvill, maldito sea! A punto ha estado de
matar a Gallagher y silenciar, con ello, a nuestro mejor testigo.
Reconozco que me equivoqué con Parks... y Flambeau, con Gallagher y su
novia. Fue usted tan sagaz como siempre, querido amigo.
Poco
después las aguas se aquietaron y todo se calmó. Una ambulancia se
llevó a Henry Redvill (en cuya hacitación hallaron los papeles
comprometedores de Parks) al hospital más cercano, herido en su hombro
derecho aunque su vida no corriera peligro. Entonces se produjo la
declaración del Capitán, confirmando lo que el curita había supuesto.
Pero el Padre Brown ya no estaba allí para oír a Gallagher, pues se
marchó en la ambulancia que llevaba a Redvill, a quien trató de confesar
y a quien pudo consolar a su manera. Los lectores de esta historia no
deben inquietarse, pues podrán oír algo de esa declaración de boca del
propio Capitán Gallagher. Dejemos, por ahora, que pasen unos días en
nuestro relato.
* * * * * * * * * *
Los
periódicos no dejaban de mencionar el “Misterio de Woolcott Manor” y,
aunque al principio cargaron las tintas contra el odiado Fiscal Parks,
luego este perdió protagonismo en favor de Redvill, cuyo juicio iba a
celebrarse tras unas semanas, con el veredicto citado al principio de
este relato. Casi una semana después de los hechos, el viernes siguiente
de aquel frío mes de febrero, tres amigos traspasaron el umbral de la
Parroquia de San Francisco Javier en Camberwell, entraron en el despacho
y se reunieron con el Padre J. Brown, que les recibió muy atenta y
cordialmente. Esos tres hombres eran Flambeau, el Inspector Chase y el
Capitán Gallagher.
-Bueno,
Gallagher -dijo el Padre Brown después de servir cuatro copitas de
Brandy-, espero que me explique usted por qué disparó desde la ventana
del invernadero. Yo supuse que lo hizo para detener el duelo pero bien
pude equivocarme en mis suposiciones...
-Querido
Padre Brown, ante todo debo agradecerle lo mucho que ha hecho usted
para que este caso se resuelva y brillen la Justicia y la Verdad. No se
equivocaba usted. Sé que cometí un terrible error y que, si Sir Wilfred
cayó muerto fue, en parte, por culpa mía. Yo no pretendía asustarle, y
mucho menos hacerle el menor daño, ni tampoco a Arthur Parks ni a
ninguno de los presentes. Soy consciente de mi desatino, de mi alocada e
infeliz forma de proceder. Le he pedido perdón a la señora Woolcott
varias veces...
-Y también le ha pedido usted otra cosa, ¿no? -terció Flambeau, sonriendo.
El
irlandés se ruborizó, demostrando que le había pedido a Lady Woolcott
ni más ni menos que la mano de su hija, petición que la dama aceptó de
muy buen grado. El Capitán explicó que, tras salir de la sala de juegos,
notó que la conducta de Redvill era muy sospechosa. Desde el zaguán de
entrada le vio subir escaleras arriba pero, a los pocos minutos, volvió a
bajar, con un papel en la mano. Entró en la citada sala, estuvo unos
minutos y volvió a salir, sin que advirtiera que Gallagher había visto
todo. Este entró, abrió el estuche de las armas (y no el de las balas,
por cierto; por eso no advirtió el cambio y no se dio prisa en detener
el duelo) y vio el mensaje de “enemiss” llegando a la conclusión de que
el anticuario tramaba algo sucio. Esa fue la explicación que le dio al
Padre Brown y terminó con estas palabras:
-También
me gustaría pedirle a usted algo, Padre -dijo el irlandés, en tono
solemne, mientras el curita hacía un gesto de asentimiento. -Me gustaría
pedirle que... que fuera usted quien nos casara a Louise y a mí...
Ni qué decir tiene que el sacerdote aceptó encantado. La
boda se celebró por todo lo alto en aquella misma iglesia, mes y medio
después, y todos fueron invitados, salvo Redvill, obviamente. Ni
siquiera el Padre Brown pudo evitar derramar unas lagrimitas cuando vio
alejarse a los recién casados.
FIN DE “DUELO POR UNA ANTIGUA NÉMESIS”
Muchas gracias a todos por vuestros comentarios. Espero que os haya gustado esta historia dedicada a CAMINANTE,
que, en el fondo, también va dedicada a todos vosotros. Gracias por
vuestra paciencia, mis mejores deseos para todos, amigos, que Dios os
bendiga y hasta el próximo caso (o folletín) criminal.
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