Enviado a las 26/06/2011 15:52:47 | |
DUELO POR UNA ANTIGUA NÉMESIS (10) [Dedicado a CAMINANTE] | |
DUELO POR UNA ANTIGUA NÉMESIS
(10)
Según
creía el detective Hércule Flambeau aquello dejaba abiertas tres
posibilidades: 1ª) que el tirador apuntase a una de las damas y fallara:
el problema de esta opción es que abría nuevas preguntas: ¿por qué
disparar contra una de las tres damas asistentes al duelo?; 2ª) que el
tirador disparase contra Redvill y fallara, lo que igualmente implicaba
la pregunta de por qué deseaba herir o matar al viejo anticuario; y 3ª)
que el tirador hubiera realizado ese disparo con el propósito de
despistar a los duelistas o de interrumpir el duelo, apuntando al árbol
de forma premeditada y para evitar herir a ninguna de las personas que
estaban en el jardín.
Aquellos
razonamientos del gascón le gustaron mucho al Padre Brown y al
Inspector Chase, que dieron por bueno que una de esas tres posibilidades
era la correcta. Chase sugirió que hasta que no capturasen a Gallagher
-el autor, casi con toda probabilidad, de aquel disparo entonces
inexplicable- no podrían interrogarle para saber el porqué de su extraño
proceder.
Aunque
ya era muy tarde (pasaban de las doce y media) y habían decidido no
proceder al interrogatorio de la señora Eleanore Woolcott (esta ya se
había ido a dormir, con el permiso del Inspector), antes de subir a sus
respectivas habitaciones, hablaron unos minutos con Carter, el
mayordomo, para averiguar si él sabía algo sobre el misterio del segundo
disparo:
-No,
queridos caballeros. -respondió, siempre flemático, el mayordomo. -No
pude ver a la persona que tiró desde ese cuarto. Yo estaba en la cocina,
con las cocineras y una de las chicas del servicio doméstico. Los
cuatro oímos con mucha claridad las detonaciones, aunque mejor la
segunda, dado que la persona que disparó estaba más cerca de la cocina.
Al oír ese disparo pensé que los dos duelistas habrían coincidido pero
luego, prestando más atención al sonido, comprendí que solo uno había
llegado a disparar. Salí corriendo a ver de dónde venía el otro ruido y
entonces llegué al invernadero, desde cuyo ventanal se realizó el
disparo. No había nadie pero en esa estancia se notaba mucho el olor...
Hmmm, no sabría describirlo. Es ese olor que deja un arma cuando ha sido
disparada. Los jardines también se ven desde la cocina y allí estaban
todos, menos uno de los invitados. Supe entonces que debió ser Gallagher
quien disparó e incluso me pareció verle correr. Al poco, oí el motor
de un coche. Fui a la puerta de la entrada principal y vi que el coche
del Capitán se alejaba...
-Su testimonio -afirmó el Inspector Chase, escondiendo un bostezo con la mano y tapándose también su bigote de morsa, casi
El
Inspector Grandison Chase subió al primer piso, habló con el sargento y
quedaron en turnarse para vigilar y custodiar al Fiscal. El pobre y
sufrido Carruthers, visiblemente somnoliento, le comunicó que el sr.
Parks no había salido de su habitación, lo que Chase aprobó. Dicho lo
cual, se retiró, no sin antes despedirse de sus amigos, que estaban
alojados en el segundo piso.
-¿Qué le parece todo esto, Mon Père? -musitó Flambeau, también cansado.
-Sigo
dándole vueltas a la dichosa palabrita. Y también a todas las cosas que
hemos ido descubriendo. Le ruego que esta noche permanezca muy atento.
El Inspector casi siempre ha enfocado el asunto partiendo de la base de
que el asesinado era el objetivo, pero yo creo que hay otras
posibilidades, entre ellas son muy sugestivas la de que Parks pudiera
ser la víctima y otra que no hemos considerado: la de que el propio Sir
Wilfred lo hubiera tramado todo para deshacerse de Parks. Puede parecer
descabellada, pero tal vez pudo haber cometido el error de confundir las
armas, sellando su destino, o quizá incluso fuera un suicida
enloquecido que lo preparara todo para que Paks le asesinara y dejarle
cargar con la culpa. Este asunto se vuelva cada vez más y más
enrevesado, así que le ruego esté ojo avizor y descanse mucho, que
mañana será un día muy duró.
Un
reloj carillón que había en el pasillo del segundo piso dio la una.
Todo estaba en silencio y aparentemente todos dormían en Woolcott Manor,
con la excepción del sargento Carruthers, el cual dio una o dos
cabezadas, pero llegó incluso a pellizcarse para evitar caerse dormido
de puro cansancio. A las tres de la mañana se oyeron unas pisadas en el
segundo piso. Carruthers escuchó cómo alguien bajaba silenciosamente.
Sacó su revólver y se puso en pie. Vio cómo una pequeña sombra se
acercaba hasta donde él estaba. Por unos instantes, el sargento tuvo
miedo a ser agredido por un misterioso atacante. Resultó, en fin, que la
sombra no era otra persona que el Padre Brown, el cual iba en bata y,
rogando que le disculpase por aquel susto tan intempestivo, le susurró
al oficial:
-¿Por
qué razón, Padre Brown? ¿Quiere decir que por fin lo ha descubierto
todo y Parks es el responsable de este embrollo? -El sargento quedó
atónito ante la mirada del cura y ante su extravagante sugerencia.
-No
es hora de charla, Carruthers. ¡Háganme caso! Dígale a Chase que me
haga el favor de llevarse al Fiscal Parks. Usted mismo puede conducirle a
la central del Yard a primera hora de la mañana. He meditado más de
media hora sobre todo lo sucedido y he llegado a esa conclusión. Creo
que puede dar resultado. Créanme si les digo que podemos salvar una
vida, o tal vez dos... Mañana les explicaré el porqué de todo esto,
sargento.
Y
con estas palabras, el buen curita católico se alejó, subió de nuevo a
su dormitorio y, esta vez sí, entró en un plácido y profundo sueño. El
sargento Carruthers no daba crédito a la aparición cuasi fantasmal del
sacerdote ni mucho menos a las palabras que le había dirigido. Pasó el
tiempo, como lágrima que cae irreparable y rápidamente por la mejilla de
una doncella, y a eso de las cuatro y media de la mañana, bostezante y
somnoliento, salió de entre la oscuridad el Inspector Chase, que
descubrió a su ayudante a punto de quedarse dormido:
-¡Atento, Carruthers! Ahora podrá descansar... ¿Alguna novedad? ¿Qué tal se ha portado nuestro amigo Parks?
-Oh,
Inspector -musitó el sargento-, el Fiscal muy bien (creo que ha estado
durmiendo casi todo el tiempo), pero el que me preocupa es ese cura, ese
Padre Brown. Hace más de una hora se presentó aquí, dándome un susto de
muerte y rogándome que conduzcamos a Parks a la central de Scotland
Yard mañana a primera hora. No me pregunte nada: sólo dijo que con esa
acción podríamos salvar una vida, o quizá dos. Personalmente, no
entiendo nada pero parecía muy serio al decirlo. No quiso explicarme por
qué pide que nos llevemos detenido a Parks. ¿Cree usted que ha dado con
la clave del enigma y, al final, ha deducido que este señor es el autor
de todo?
El
Inspector Chase, aún invadido por el sopor del sueño, se hallaba
perplejo y tardó un minuto en responder a su subordinado. Meditó un poco
más y, sin pensarlo dos veces, aceptó la sugerencia del sacerdote, ya
que pudiera ser que estuviese en lo cierto. Ordenó a Carruthers que se
retirara a reposar un poco, pues bien se había ganado aquel descanso, y
le dijo que a eso de las ocho u ocho y media volviera a su presencia,
dispuesto para sacar a Parks de Woolcott Manor camino de la central de
Policía. El sargento, asombrado y medio dormido, no quiso discutir las
órdenes del Inspector y le dejó allí, ante la puerta del dormitorio del
Fiscal, rezongando y mascullando ciertas palabras que no supo entender y
que, si las hubiera comprendido, tal vez no fuera bueno que las
reprodujéramos aquí.
A la mañana siguiente despertó un hermoso día. Alboreaba en la lejanía, los pájaros cantaban en su latín matutino y todo
A
primera hora de la mañana, sin afeitar y no demasiado arreglado, el
buen sargento Carruthers se presentó ante su superior, el cual estaba
leyendo y releyendo sus notas, con los ojos vidriosos y enrojecidos. El
resto de aquella noche la había pasado dándole vueltas al asunto sin
llegar a conclusiones definitivas.
Antes
de que despertaran a Parks, apareció de nuevo el Padre Brown, tan
fresco como una rosa. A su edad ya no necesitaba muchas horas de sueño.
Saludó a los dos oficiales de la Ley y le comentó al Inspector su idea
de que el Fiscal fuera trasladado a Scotland Yard.
Fuera
porque Chase estaba cansado, fuera por las persuasivas palabras que usó
mi amigo Brown, el caso es que accedió plenamente a su petición.
Llamaron a la puerta del dormitorio de Parks, el cual la abrió
bostezando y embutido en pijama azul. Le comunicaron que iba a ser
llevado a la central londinense de la Policía y, aunque oyó a la
perfección lo que le dijeron, quiso protestar pero enseguida dio su
brazo a torcer, entró de nuevo en su cuarto para vestirse y salió sin
rechistar.
-Padre
Brown, entiendo el porqué de su insistencia en que llevemos al Fiscal
Parks a la Central de Scotland Yard. Creo que usted se ha dado cuenta de
su error de ayer al defender al Fiscal, se ha dado por vencido, al fin,
y admite la culpabilidad de Parks, o al menos su clarísima implicación
en el caso.
-Ni
mucho menos, Chase. Usted conoce la verdadera razón por la que creo que
Parks debe abandonar la casa cuanto antes... No he tirado la toalla ni
me he dado por vencido. Verá usted si yo tenía razón o no. Por cierto,
¿se sabe algo del Capitán Gallagher? Sería bueno, en cambio, que él
estuviera en esta casa y compareciera para satisfacer nuestras
preguntas, ¿no cree?
-¿Sospecha usted de Gallagher? -dijo Chase, enarcando las cejas.
-Sospecho
de su fuga: al huir cometió un error, fruto del nerviosismo y la
fatalidad. Su forma de comportarse, su discusión, su actitud infantil y
su huida fueron todo acciones precipitadas e irreflexivas, impropias del
tipo de criminal que aquí y para este caso estamos buscando, ¿no cree?
-No
sé si estamos buscando a uno o dos criminales, aunque me parece que
tanto usted, como yo, como el buen Flambeau tenemos cada uno nuestro
sospechoso o sospechosos favoritos. En fin, cuando las patrullas que
fueron a Croydon y Guidford nos llamen, sabremos si han dado con
Gallagher. En cuanto lo detengan, daré orden de que lo traigan a
Woolcott Manor...
-Y
no olvide una cosa, Inspector -dijo el Padre Brown. -Si alguien cambió
la caja con las balas de fogueo por otra con balas reales, esa cajita,
la que trajo Parks, debe estar en alguna parte. Tiene usted que
registrar los cuartos y las pertenencias de todas las personas que han
participado en este drama. Tal vez haya suerte y la encontremos, aunque
temo que el criminal haya podido deshacerse de ella...
-¡No
dude que la buscaremos, Padre Brown! Si no la han destruido, debe estar
por ahí, tal vez en el cuarto de Gallagher, en el de Redvill o en el de
la señorita North, o en el de Parks o puede que en cualquier otro
sitio. Me veré obligado a pedir una orden de registro. Luego llamaré a
Londres...
Así
de decidido y contundente se mostró el Inspector Grandison Chase al
hablar con el Padre Brown. Como no muy lejos del cuarto de Parks estaban
los de Redvill y de la señorita Artemise North, estos dos pudieron oír
las voces de los cuatro hombres y no dudaron en salir a ver qué pasaba.
Redvill tenía el pelo revuelto. Asomó su delgado cuello de tortuga por
la puerta, preguntando al Inspector a que se debía aquella agitación.
Por
su parte, la señorita Artemise North, en salto de cama, apareció como
si fuera un ángel hermoso e intrépido que acude a saludar al peregrino
de una larga caminata. El Inspector les informó de que el Fiscal
abandonaría la mansión, con destino a Scotland Yard. Ambos se
interesaron por los motivos de aquella decisión tan repentina, pero ni
Chase ni Brown, ni mucho menos el sargento, les dieron más información
que lo ya comentado.
El
Inspector les rogó que volvieran a sus habitaciones y bajasen a
desayunar cuando estuvieran listos. Tal vez ese mismo día -según acababa
de decir el Padre Brown de forma solemne y sincera- el misterio de
Woolcott Manor quedaría resuelto. Ante las palabras del cura con cara de
topo, la señorita North puso cara de incredulidad y Henry Redvill
torció el gesto, bizqueando de nuevo y con el esbozo de una sonrisa de
compromiso. Poco rato después, la periodista y el anticuario bajaron a
desayunar.
El
sargento Carruthers condujo al Fiscal Parks al coche de la policía en
el que el Inspector y sus ayudantes llegaron el día anterior. Parks iba
taciturno y con su sempiterno ceño fruncido. No dijo nada a nadie, salvo
los saludos que imponen las normas de cortesía y educación. Carter
acompañó a los dos a la salida. El Inspector había tenido cuidado de que
el Fiscal no tuviera que pasar la vergüenza de verse esposado delante
de aquellas personas, algunas de ellas de la alta sociedad. Salieron de
la casa, camino del coche y de la ciudad de Londres. Mientras tanto,
todos terminaron su desayuno.
El
Inspector Chase comentó que esa mañana debían quedar a disposición de
la Policía, por si era necesario que les llamase de nuevo a declarar,
pero que podían dedicarse a hacer cualquier cosa que gustasen, con tal
de que no abandonaran la casa ni se alejasen de ella. Dicho esto, cada
uno de los invitados, moradores de la casa y personal del servicio
doméstico dio inicio a una actividad diferente: mientras el mayordomo
recogía la mesa del desayuno, la señorita Artemise North comenzó a
charlar con la joven Loiuse Woolcott; por su parte, el Juez Oliver
Thorpe se puso a discutir de política con el anticuario Henry J.
Redvill, que apenas le hacía caso, porque estaba enfrascado en la
resolución del crucigrama que había dejado sin hacer la noche anterior.
La señora Eleanore Woolcott fue a hablar con el Inspector y dijo estar
lista para hacer su declaración, mostrándose muy interesada en que
aquello terminase y los tres investigadores pusieran algo de luz en el
caso de la desafortunada muerte de su esposo.
Llamaban
la atención sus ojos azabache, penetrantes e inquisitivos. Iba muy bien
vestida, con lujosos pendientes, un collar de perlas, una pulsera de
oro, anillos... Su forma de moverse y su dicción denotaban un cuidado
estilo, una distinción y un porte señorial.
A
la vista de todos resultaba una mujer segura de sí misma pero debió
quedar muy impresionada por la forma en que su marido había pasado a
mejor vida. Eleanore parecía una mujer fuerte, al menos eso demostraba
su firmeza y aplomo. Al fin, Chase comenzó a interrogarla diciendo:
-Siento
mucho la muerte del Magistrado, señora Woolcott. Mi obligación como
policía es descubrir quién o quiénes fueron responsables de la muerte de
su esposo. Sabemos que quien le disparó fue el sr. Park pero ha quedado
demostrado que cualquier persona pudo ser responsable de que en las
armas no hubiera balas de fogueo o munición simulada, sino balas reales.
Es decir, que Parks puede ser culpable o no (es lo que debemos
determinar). Lo que sabemos es que el Fiscal fue la mano que disparó
contra su esposo pero eso no quiere decir que él cambiase unas balas por
otras o, mejor dicho, que cambiase la caja de madera con las balas que
él compró por otra con balas de verdad. Ya sabemos bastante sobre las
relaciones que hubo entre su esposo y Parks. No obstante, le
agradeceríamos que, para empezar, nos diera su propia visión sobre la
amistad de su marido con el Fiscal...
-Le
agradezco la expresión de sus sentimientos y su trabajo -comenzó la
señora Woolcott, con voz segura y calmada- que no dudo ayudará a
resolver la muerte de mi esposo y a capturar al responsable. Ahí creo
que podré serle de muy poca utilidad pues, aunque me precio de ser
observadora y de estar al tanto de todo, no acierto a adivinar qué
persona haya podido urdir un plan para asesinar a mi esposo. Parece que
no fue un accidente, según me han dicho. Ni fue un descuido de Parks ni
una imprudencia. Bueno, creo que fue una imprudencia de mi marido
sugerir ese juego infernal. En última instancia, mi esposo es el
responsable de que todo esto haya ocurrido. Nunca me gustó la idea del
duelo pero yo le dejaba hacer cuanto quería ya que era muy caprichoso y
yo prefería que estuviera a sus anchas. Voy al meollo de su pregunta. Ya
saben que Parks y él tuvieron muchas diferencias en el pasado. Creo que
mi esposo fue a veces injusto con el Fiscal. Le tenía aprecio, pero
cuando aquel pleito por las tierras y la finca de Oxford, en que el
Fiscal era persona interesada, mi marido fue demasiado duro. Falló lo
que debía fallar, sin duda, pero eso agrió una amistad ya de por sí
frágil. Se conocían desde su juventud y, aunque siempre rivalizaron por
todo, al fin y al cabo existía el respeto, incluso la admiración, diría.
En fin, estuvieron mucho tiempo sin hablarse. Mi marido quería
reconciliarse con él porque, pienso yo, se sentía mal por aquella
situación. Por eso le alegró mucho que el Fiscal volviera a dirigirle la
palabra. Hablaron un día en la Supreme Court y al poco tiempo, hace
unos dos meses, mi marido le invitó aquí. Al poco, decidieron muy
ilusionados lo de batirse en duelo. El resto ya lo saben...
-El Fiscal llegó el viernes a la casa. ¿Le enseñó a usted la cajita con las balas y que sabemos compró en la Hook's Armory? -preguntó Chase.
-No,
a mí no me la enseñó. Sé que a mi marido sí, y tal vez a mi hija. No
sabría decirles si la vio alguien más pero... ¿eso es importante?
-De
suma importancia -remarcó el Inspector. -Creemos que alguien que ya
sabía de antemano las armas y las balas que se iban a usar pudo hacerse
con una caja igual a la de Parks y sustituirla aquí, tal vez el viernes o
tal vez ayer sábado. Deje eso de nuestra cuenta. ¿Cree usted que Parks
fue sincero y se reconcilió de verdad o tramaba una venganza contra su
marido?
-Presumo
de juzgar bien a los hombres y puedo decirles que, al menos a mí, me
pareció sincero, aunque una nunca sabe bien cuándo le están diciendo la
verdad o le están mintiendo. Conozco a Parks desde hace años y, aunque
pueda ser petulante, presumido o altivo, siempre le he tenido por hombre
de palabra, sincero y honorable... No, creo que su deseo de
reconciliarse era incluso mayor que el que pudo demostrar mi esposo. En
cuanto a si tenía motivos para maquinar una venganza contra Wilfred,
pues sí, eso es verdad, aunque yo confío en que él no haya tenido nada
que ver en este desgraciado asunto. Ya he visto que se lo han llevado
detenido. Bastante mal lo debe estar pasando. Su prestigio como Fiscal
quedará muy resentido con todo el caso. He leído la prensa de hoy y el
periódico de la señorita North poco menos que insinúa que Parks estaba
detrás de todo. Espero que, si se demuestra su inocencia, sean ustedes
tan caballerosos como para lavar su buen nombre.
-Usted
y su marido llevaban muchos años casados, tienen una hija y han vivido
una buena vida -cambió de tema el Inspector. -Su esposo posee una
considerable fortuna, tanto en dinero como en arte y en otras
propiedades. Permita que le diga que eso es, ya de por sí, un aliciente
para cualquiera que caiga en la tentación de cometer un crimen. No
quiero insinuar que fuera usted quien lo planeara todo para quedarse con
ese cúmulo de tesoros pero reconozca que esa posibilidad existe. Usted
dice que no vio la caja de balas que trajo el Fiscal, pero su hija sí la
vio, y bien pudieron ponerse de acuerdo. No es descabellado pensar esto
y es mi deber barajar todas las opciones posibles. Creo, señora, que
usted nada tuvo que ver en el asunto pero eso no la descarta de la lista
de sospechosos, al menso todavía. Haga el favor de hablarnos sobre las
otras personas invitadas aquí. Empiece por la señorita North...
-La
verdad -comenzó Eleanore, sin dejar de mirar al Inspector- es que la
señorita North me cae antipática, ¿para qué ocultarlo? Ya sabrán ustedes
que ha venido aquí como cronista de sociedad, cosa que detesto. Y
sabrán también que mi marido le ha venido prestando mucho dinero...
Dinero que no ha devuelto y que no me importa recuperar, una vez que mi
esposo ha fallecido. No es que quede saldada su deuda pero yo no se la
voy a reclamar ni quiero volver a saber de ella. No sé qué les habrá
dicho ella pero Wilfred no solo le prestaba dinero, le prestaba gran
parte de tiempo, iba con ella a las casas de apuestas, la llevaba en
nuestro coche... En fin, no hay que ser una mujer demasiado lista para
darse cuenta de que estaba enamorado de ella, de que la perseguía y
buscaba cualquier pretexto para verse con ella. Si están ustedes
pensando en si llegaron a tener una relación amorosa les diré que ni lo
sé ni me importó nunca. La señorita North no fue la primera ni la única
mujer objeto de los galanteos de mi marido. Les extrañará que una señora
como yo no se moleste por una actitud como la de su marido, que le
dejase tanta libertad y todo eso. Al principio me incomodó que se
interesara por mujeres más jóvenes que yo, es cierto y no puedo
ocultarlo, pero llegó un momento en que todo me dio igual con tal de
proteger a mi hija, de salvaguardar nuestro buen nombre y de olvidarlo
todo. Quise a mi Wilfred durante mucho tiempo e iniciar los trámites de
divorcio, con todo el escándalo consiguiente, era algo que me repelía.
Veo que ya deben estar pensando que yo, además de poder desear el dinero
de mi marido, tal vez pude idear toda esta pesadilla, tal vez pude
tramar la muerte de Wilfred para vengarme por sus veleidades amorosas y
por sus continuos flirteos e infidelidades. Se equivocan si piensan así.
Nunca quise saber nada de lo que hacía mi marido, nunca contraté a un
detective para que le vigilase, nunca le amenacé con divorciarnos ni
romper con muchos años de matrimonio... Lo hice por mi hija, por mí
misma, por él. Juzguen ustedes mi dolor y mi actitud como les parezca,
pero les digo que yo aún le quería y que sufría mucho al verle
degradarse de esa forma, cayendo en las garras de cualquier jovencita
alegre, bella y despreocupada. Y esa North fue de las peores, por su
incurable manía de los juegos. A Wilfred pude perdonarle todo, con tal
de mantener el equilibrio familiar, pero a esas arpías no les debo ni el
más mínimo asomo de compasión o comprensión. Creo que me he explicado
con claridad y sinceridad. Eso es lo que opino sobre la señorita North.
-Con
franqueza -dijo Flambeau-, creo que ha sido usted injusta con ella. Si
es verdad lo que dice, nuestra joven amiga nos ha mentido, pero entiendo
que lo hiciera. ¿Quién iba a confesar semejante relación y mas estando
en esta casa y delante de extraños como nosotros? De todas formas, creo
que esto juega en su contra, señora Woolcott, y añade un nuevo motivo al
ya citado de tomar los millones de mi buen amigo. No la veo a usted
capaz de organizar una venganza pasional de este tipo. Yo de usted
callaría, porque en nada le beneficia lo que ha dicho. Por cierto, ¿qué
opinaba usted de las relaciones entre su hija y ese irlandés, el Capitán
Gallagher?
-A
diferencia de Wilfred, yo no veía nada malo en que mi hija se
relacionara con quien quisiera. Nunca me opuse a esa relación y mi
esposo lo sabía, pero era él quien mandaba. Yo nada podía hacer, salvo
animar a mi hija y ser su confidente y amiga. Ella sufría mucho la
cerrazón de su padre. Pero, un momento, ¿no creerán ustedes que George
Gallagher haya tenido que ver algo en la muerte de Wilfred...?
-¡Eso es lo que opino yo, Madame!
-afirmó Flambeau, atusándose el bigote, mientras el Padre Brown
observaba el rostro sereno de la señora Eleanore Woolcott, sin dejar de
pensar en todo cuanto ella había dicho.
[CONTINUARÁ...]
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viernes, 11 de mayo de 2012
DUELO POR UNA ANTIGUA NÉMESIS (10)
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