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DUELO POR UNA ANTIGUA NÉMESIS (9) [Dedicado a CAMINANTE] | |
DUELO POR UNA ANTIGUA NÉMESIS
(9)
-Señorita
North, no alcanzo a entender cómo una mujer soltera como usted y que
disfruta de cierto dinero, obtenido con su profesión de periodista, se
vea en la tesitura de pedirle dinero a nadie. ¿Por qué Sir Wilfred le
prestaba esas cantidades, qué motivaba esa extraña relación entre
ustedes?
-Bueno,
esperaba no tener que decirlo pero, ya que insiste tanto, no me queda
más remedio que contarlo todo: verán ustedes, no soy quien para hablar
de mis virtudes, aunque sí puedo hablar de mis defectos. Uno de ellos es
el enloquecido apego que le tengo al juego, a muchos tipos de juego:
apuestas hípicas (por eso mencioné lo de Ascott), juegos de cartas... Me
entusiasma apostar, casi a cualquier juego. Y eso ha hecho que pierda
mucho dinero, dinero que no gano con mi trabajo (una periodista como yo
ha de trabajar muchas horas para obtener al fin un miserable sueldo) y
por ello me vi en la necesidad de acudir a Sir Wilfred. Primero fueron
pequeñas sumas, préstamos iniciales que le devolví íntegramente; luego
me fueron pudiendo mis veleidades con la ruleta, las apuestas hípicas y
demás... y allí estuvo Sir Wilfred, galante y al rescate, para sacarme
una y otra vez de mi bancarrota y mi ludopatía. Si él albergaba otra
contraprestación más allá de nuestra amistad y mutuo afecto, lo ignoro;
ya he señalado que nunca se propasó conmigo, aunque fuera consciente de
sus coqueteos. Aún le debo mucho dinero, que habré de pagar a su
familia. Y antes de que ustedes me reprochen tener un perfecto motivo
para maquinar la muerte de Sir Wilfred, les diré que, en efecto, yo lo
tenía pero, al tiempo, he de ser rotunda en esto: ni pensé asesinarle
nunca ni me alié con nadie para hacerlo. Nunca le deseé mal, ni a él ni a
nadie, y sólo lamento haber asistido a su muerte.
-Nadie
la ha acusado de nada -afirmó Chase- pero he de reconocer que se me
había pasado por la cabeza y que, al igual que el resto de los
familiares e invitados de Woolcott Manor, usted está sin duda entre los
sospechosos. El caso ha dado un giro inesperado, señorita North. Antes
pensábamos que una persona había sustituido el juego de balas de fogueo
por un par de balas auténticas. Pero ahora sabemos que alguien cambió la
cajita de madera que contenía las balas con la munición simulada por
otra caja idéntica con balas reales. Un ardid genial, que implica que
casi cualquiera de los sospechosos pudo hacerse con una cajita como la
que Parks compró en la Hook's Armory y ponerla en el lugar de la otra,
lo que acusaría inmediatamente al Fiscal, cosa que así ha sucedido. Ese
alguien es el responsable último del crimen, por más que la mano que
acabase con Woolcott fuera la del Fiscal. Aún no sabemos quién robó esa
caja de balas reales de la armería del señor Walter Hook; tampoco
sabemos cuándo las cambió por la caja comprada por Parks ni si en esta
terrible y macabra historia hay implicadas una o dos personas. Usted,
señorita North, nos acaba de decir que no se alió con nadie para
maquinar el final de Sir Wilfred pero usted, además de motivos y medios,
tuvo suficiente tiempo para cambiar las cajas antes de que Woolcott y
los demás fueran al salón de juegos a coger las pistolas y las balas...
-¡Se
equivoca! -subrayó, firme en su voz, la señorita Artemise North. -En
ese momento yo estaba con el anticuario, ese tal Redvill. Si, como usted
acaba de sugerir, yo hubiera cambiado esas cajas, tendría que haber
sido mucho antes. Y antes de estar con Redvill, anduve con las demás
damas, en una muy animada charla. Y aún antes, en la comida. Todo el
tiempo estuve siempre junto a alguna otra persona y, por cierto, durante
este fin de semana y en lo que llevo de estancia aquí no he pisado la
sala de juegos... aunque es cierto que pudiera haber cambiado las cajas
ayer viernes.
-Ha dado usted en varios puntos cruciales del caso -intervino el Padre Brown que aún conservaba su bobalicona mirada de
Artemise
North aún miraba con cierto desdén al Padre Brown, pero no puso ni la
más leve objeción a sus preguntas, las cuales respondió puntualmente:
-A
lo primero que pregunta he de decir que no, que nunca antes había visto
al sr. Redvill, aunque sí había oído hablar de él, ya que Sir Wilfred
estaba muy orgulloso de su colección de antigüedades y sé que la mayoría
de los objetos que la componen los compró en la tienda de ese
anticuario. A lo segundo que plantea respondo que yo no he visto las
armas, las balas y las cajas que las contenían hasta hoy, aunque no
podría decir si el señor Parks le enseñó antes esa cajita de madera a
alguien.
-Sabemos
por varias declaraciones -intervino Flambeau- que Redvill conocía de
antemano el tipo de armas y de balas que iban a usarse en el infortunado
duelo de hoy, así que no es impensable que también supiera por el
propio Fiscal Parks dónde había adquirido las balas con la munición
simulada. Eso excluye totalmente a la señorita North, ¿no creen?
-Le
puedo asegurar -dijo la señorita North con tono firme y resuelto- que
es la primera vez que veo semejante papel; que, por supuesto, yo no lo
he escrito y que no sé quién, cómo o por qué alguien iba a escribir eso.
-Pero
alguien lo hizo -enfatizó Chase- y puede que fuera usted. El Padre
Brown dice que es letra de hombre, pero redondeada, como suelen hacerla
las mujeres. ¿Le importaría dejar aquí una muestra de su escritura?
La
señorita North no tuvo el menor inconveniente. Tomó su pluma azul, le
quitó la tapa, estampó su firma, no menos hermosa que ella misma, y se
la dio al Inspector, el cual se la pasó al clérigo. El Padre Brown se
quitó las gafas, cotejó ambas escrituras y, tras unos instantes de
meditación, dijo:
-No,
Inspector, creo que las caligrafías no coinciden. Ya dije que no soy un
experto en el tema, pero me parece que Miss North no escribió esas
letras.
El
inspector quiso saber algunas cosas más sobre Miss North, acerca de su
relación con Parks, con el Juez Thorpe o con el Capitán Gallagher. Dijo
que los conocía a todos, pero ese conocimiento le vino dado por la
amistad que le unía con Sir Wilfred y su familia. En cierta ocasión
entrevistó al Fiscal Parks para el Star, su diario. Al Capitán Gallagher le tenía mucho aprecio, al igual que a Louise Woolcott y a la esposa del Magistrado.
-Antes
de que se vaya, ha de aclararnos su testimonio acerca de lo que vio
mientras se ejecutaba el duelo. Dijo usted haber visto salir una mano,
la mano de un hombre, de uno de los ventanales que dan a los jardines de
la mansión, ¿es correcto? Bien. ¿Podría ampliar esa declaración? ¿Cómo
supo que era la mano de un hombre y qué ocurrió?
-Con
mucho gusto, Inspector, les contaré lo que vi -asintió Artemise-. En
efecto, yo estaba sentada junto a la señora Woolcott y su hija Louise.
Detrás de nosotras estaba el sr. Redvill, enfrente estaban los padrinos y
el Juez Thorpe y, a cada lado, moviéndose a sus posiciones de disparo,
los señores Woolcott y Parks. Desde donde estábamos sentadas se podía
ver el duelo perfectamente. Al salir al jardín, me extrañó bastante que
el Capitán Gallagher no nos acompañara, pero Louise me confió que el
Capitán había vuelto a discutir con su padre, ya que este se negó una y
otra vez a concederle la mano de su hija. Todos saben que el Capitán es
hombre fuerte y muy diestro en el manejo de las armas. Saben también que
esta tarde no iba vestido de uniforme, pero llevaba un traje marrón,
muy parecido al de algunos militares. No es que yo sea una mujer muy
observadora pero, antes de que los duelistas disparasen, volví la cabeza
hacia el ventanal porque me pareció que algo se movía allí. Estaba en
lo cierto: vi que una mano, la derecha, abría la ventana y sacaba casi
todo el brazo fuera, sosteniendo
una pistola negra. Era como si la mano dudara hacia dónde tirar... Al
principio creí que iba a disparar contra Sir Wilfred, porque me pareció
que se movía en esa dirección, pero luego se desvió hacia donde
estábamos nosotros. Enseguida oímos el disparo de Parks, cayó Sir
Wilfred al suelo, oí a Louise y a su madre gritando y al mismo tiempo la
segunda detonación que nos pasó muy cerca. Fueron instantes caóticos,
en los que temí que una de nosotras hubiera sido herida...
-Muchas
gracias por darnos todos esos detalles. Ahora me queda más claro el
asunto del disparo misterioso. Pero no ignore, señorita North -concluyó
Chase-, que aún sigue usted bajo el punto de mira policial. Estamos
seguros de que usted no realizó ese disparo pero eso no la elimina como
sospechosa de tramar la muerte de Woolcott, tal vez en complicidad con
alguna otra persona. No se ofenda por lo que acabo de decir. Debo
sospechar de todos, aunque respete su presunción de inocencia. En fin,
le ruego no abandone la mansión. Tiene mi permiso para retirarse a
descansar...
Pasaban las once y media de la noche cuando la señorita North abandonó el salón donde se desarrollaban los interrogatorios.
Una
niebla fina fue envolviendo la casa al igual que el guante de un ladrón
envuelve la joya que va a robar. A pesar de lo tardío de la hora, en
Woolcott Manor nadie parecía tener el más leve atisbo de sueño, salvo el
Juez Oliver Thorpe, que dormitaba en un columpio del jardín, plácida y
silenciosamente dormido, a pesar del frío de aquella gélida noche de
febrero. Tuvo que salir el buen mayordomo Carter, tan estirado como
siempre, para despertarle y acompañarle a su dormitorio, pues el pobre
viejo no sabía ni dónde estaba. En pocos minutos le ayudó a desvestirse,
lo acostó y el adorable y sordo Juez quedó en brazos de Morfeo de forma
casi instantánea.
Además
de Thorpe, ya se hallaban en sus respectivos cuartos el Fiscal Parks,
el anticuario Redvill y la periodista Miss North. En todas las demás
personas que habitaban la mansión durante aquel desgraciado fin de
semana podían verse rostros de miedo y expectación. Parks, presa de la
culpa por haber disparado a Sir Wilfred, no podía dormir. Permanecía
confinado en su cuarto y era vigilado por el sargento Carruthers, que
ordenaba sus informes una y otra vez para no quedarse dormido. Artemise
North se metió en la cama, trató de dormir un poco y, aunque le costara
mucho dejar de pensar en las agrias palabras que el Inspector Chase le
había dirigido, se quedó dormida una media hora después de acostarse.
Por su parte, Redvill tampoco lograba dormir e iba de un lado a otro de
su cuarto, ora sentándose a leer un libro o a hacer el crucigrama del
periódico, ora a mirar por la ventana, viendo cómo la niebla, primero
fina y luego cada vez más densa, se iba espesando con el correr del
reloj. Ya sólo quedaban por oír las declaraciones de Louise Woolcott, su
madre, el mayordomo Carter y... el Capitán George Gallagher, por
supuesto, pero del militar aún no se tenía la menor noticia.
-Usted
y el Capitán Gallagher se quieren y desean casarse, ¿no es cierto,
señorita Woolcott? Bien. Además está el hecho de la discusión que el
citado Gallagher y su padre mantuvieron tras la comida y luego su
misteriosa y extraña forma de escapar. Creemos que él pudo ser el autor
del segundo disparo, el que pasó muy cerca de donde estaban sentadas
ustedes. ¿Qué puede decirnos al respecto de todo esto?
Louise guardó silencio unos segundos, respiró fuertemente y, tras pensarlo un poco, sacó fuerzas de flaqueza y respondió:
-Para
que puedan ustedes entenderlo todo, he de remontarme un poco al pasado.
El Capitán Gallagher y yo nos conocimos aquí mismo, hace tres años más o
menos, en una fiesta que dio mi padre. Por aquel entonces mi padre y el
sr. Parks, como bien saben, aún guardaban cierta distancia. Parks había
sido el abogado de la familia de Gallagher y fue invitado por mi padre a
esa fiesta porque quería tratar de reconciliarse con el Fiscal. No
logró nada de eso pero, en cuanto que conocí a George... (me permitirán
que le llame por su nombre de pila)... bueno, me enamoré de él. Mi padre
no se ha enterado de nuestro noviazgo hasta hace cuatro meses, en que
me vi en la obligación de revelárselo, cuando me sorprendió leyendo una
carta de George. Desde entonces, mi padre se ha opuesto no sólo a
nuestra relación amorosa sino también a nuestra boda. Mi padre, al que
al principio le caía muy bien el Capitán, luego le despreció y no dejaba
de decirme que rompiera con él, ya que juzgaba que no era más que un
cazador de fortunas, un pelagatos que no me quería nada y sólo andaba
tras los millones de la familia. Si le invitó aquí en esta ocasión fue
porque yo le forcé a ello, amenazándole con irme de casa si no accedía a
que George viniera. Ya sé que él es un hombre muy temperamental e
impulsivo: es su sangre irlandesa, no puede remediarlo. Por ello sé que
discutió muy agriamente con mi padre, que casi llegan a las manos y que
él se enfadó y no quiso salir a ver el duelo. Me lo dijo minutos antes
de que toda esta desgracia comenzara. Pero tienen que creerme si les
digo que él no quería matar a nadie...
-¡Luego admite que él fue quien disparó desde la ventana! -bramó Chase.
-Ya
sé lo que les ha contado Miss North. Yo no vi quien disparaba desde la
ventana y... ¡me parece una temeridad acusar a George Gallagher solo por
el hecho de que haya huido de esta casa!
-Pero
¿cómo explica esa huida? Reconózcalo, señorita Woolcott. -terció el
bueno de Flambeau. -No tiene sentido seguir protegiendo a su amigo... Es
mejor que nos diga toda la verdad. ¿Sabe usted adónde ha podido huir?
-¡No lo sé! -vociferó Louise, histérica- ¡Y aunque lo supiera no lo diría!
-Eso
le honra -intervino el Padre Brown, que acababa de encender su vieja
pipa de brezo- pero en nada ayuda al sr. Gallagher ni a usted. Conviene
que haga caso al amigo Flambeau y nos diga toda la verdad. ¿Fue
Gallagher quién realizó ese disparo o no? ¿Por qué cree usted que
disparó, contra quién disparaba, si no era contra su padre? ¿Y dónde ha
podido ocultarse?
Louise
se emocionó y comenzó a llorar desconsoladamente. Había llegado a la
convicción de que era mejor decirlo todo, aunque con ello pudiera ser
que perjudicara a su amado Gallagher. Se secó los ojos, se sonó la nariz
y, rehaciendo su compostura, reveló:
-Su
familia, además de sus propiedades en irlanda, posee una modesta casa
en Croydon, aunque no creo que él haya ido allá. La verdad, no sé dónde
ha podido esconderse, pero es muy probable que haya cogido su automóvil
en dirección a Guildford, en Surrey, a casa de su amigo Fred Martinson.
Pero tal vez haya ido a otra parte... En cuanto a si fue él quien
disparó, bueno, yo no le vi pero es lo más probable. En la casa sólo
estaban él, el mayordomo y los otros miembros del servicio doméstico. Él
es un excelente tirador, así que, para qué ocultarlo. Sí, parece debió
ser él quien disparó... Pero ignoro por qué lo hizo. No creo que
quisiera matar a mi padre. Ya se encargó de ello el tal Arthur Parks,
esa víbora falsa y mentirosa. A mi padre le odiaba mucha gente. Muchos
de los que estaban aquí le odiaban: creo que Parks, a pesar de que diga
que se habían reconciliado, le seguía odiando en secreto; y Redvill le
guardaba cierta envidia porque mi padre, a instancias del Fiscal Parks,
comenzó a sospechar que algunas de las antigüedades que nos vendía eran
falsas; y esa señorita North, esa arpía, esa devorahombres, le debía
mucho dinero a mi padre... Como verán, cualquiera de ellos tenía motivos
de sobra para querer su muerte y ser el criminal que buscan.
Y aquí cesó de hablar, porque Flambeau la interrumpió, diciendo:
-Se
olvida usted, querida señorita Woolcott, de usted misma. Sí, usted y el
Capitán tenían un motivo muy sólido. Incluso yo diría que dos motivos:
por un lado, librándose de su padre podrían tener vía libre para casarse
y, por otro, su muerte les acabaría proporcionando una ingente cantidad
de dinero y ya sabemos que las herencias, en estos casos, son móviles
muy poderosos.
-¡Retire usted lo que acaba de decir, señor Flambuá! -gritó Louise.
-¡Me
llamo Flambeau! Disculpe el ímpetu de mis suposiciones pero sólo
deseaba hacer ver que ustedes dos también son sospechosos del crimen...
-Bueno,
basta ya -tronó el Inspector Chase. -Es muy tarde y ya todos vamos
estando cansados. Disculpe a Monsieur Flambeau. Por una vez no he sido
yo el suspicaz... Responda a un par de cosas más, señorita Woolcott, y
podrá usted irse a descansar: ¿sabe si Gallagher conocía de antemano las
armas que se iban a usar en el duelo?
-Por
supuesto que sí. Él admira la colección de mi padre. George es todo un
entendido en armas de fuego, pero eso no implica que manipulase las
armas o las balas para acabar con la vida de mi padre...
-Ahora
sabemos que el criminal (o tal vez criminales) sustituyeron la caja que
contenía las balas por otra de igual forma, tamaño y materia. ¿Conoce
usted o conocía el sr. Gallagher la armería de Walter Hook, en Londres?
-Yo no la conozco y no puedo hablar por George. Es posible que él sí sepa de su existencia, pero no podría asegurarlo.
-¿Vio usted si alguien tocaba la cajita de las balas en algún momento, ya fuera antes o después de la comida?
-No
vi la caja de las balas más que en dos ocasiones: cuando me la mostró
el sr. Parks, al llegar a Woolcott Manor, y cuando la sacaron para
realizar ese estúpido e infortunado juego del duelo.
-Tras
la comida usted estuvo con su madre y la señorita North tomando el té y
parece que la citada periodista fue luego a charlar y tomar más té con
el anticuario Redvill. ¿Dónde estuvo usted antes de que comenzara el
duelo?
-Con
mi madre. Seguimos hablando. Hablamos de la discusión que George había
mantenido con mi padre en el salón de juegos. No pude hablar con George,
aunque hice que le llamaran. Tengo la sensación de que él sabía algo,
de que él pudo saber algo y tal vez trató de prevenir a mi padre. Eso
quizá explique lo del disparo, no lo sé. Estoy muy confundida, muy
cansada, totalmente hundida por la muerte de mi padre... Solamente
espero que esta pesadilla termine cuanto antes.
Los
tres detectives no quisieron molestar más a la señorita Woolcott. Eran
conscientes del esfuerzo que había hecho y de que había demostrado (al
menos eso parecía) una franqueza y una sinceridad enormes. Chase le dio
las gracias y permitió que se fuera a dormir.
Dieron
las doce. El Inspector llamó por teléfono a Scotland Yard, para que dos
patrullas fueran movilizadas de inmediato: una, con destino a Croydon y
la otra, con rumbo a Guildford. Mientras realizaba estas diligencias,
acabó su puro y decidió que era demasiado tarde como para que
compareciera la señora Eleanore Woolcott. Mañana a primera hora, tras el
desayuno, le tomarían una completa declaración, una vez hubieran
descansado.
Entre tanto, Flambeau y el Padre Brown estudiaron los planos que Chase había ido dibujando sobre la marcha, para hacerse
[CONTINUARÁ...]
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viernes, 11 de mayo de 2012
DUELO POR UNA ANTIGUA NÉMESIS (9)
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