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DUELO POR UNA ANTIGUA NÉMESIS (11) [Dedicado a CAMINANTE] | |
DUELO POR UNA ANTIGUA NÉMESIS
(11)
-Dejemos
al Capitán Gallagher y a la señorita North por el momento. ¿Qué opinión
le merece el anticuario Redvill, señora Woolcott? ¿Tenía este algo en
contra de su marido o su marido en contra de él?
-¿Redvill?
Oh, Henry Redvill es un viejo conocido, muy amigo nuestro desde hace
muchos años. No, no creo que tuviera nada contra mi esposo ni Wilfred me
comentó jamás que albergase un odio o rencor contra él. Es cierto que
alguna vez discutieron sobre la verificación de ciertas antigüedades que
mi esposo, por indicación del Fiscal, puso en duda. Eso sí es verdad:
hubo un tiempo, hace años, en que Parks y Redvill no podían ni verse y
Wilfred sufría pues no podía invitarles a los dos a la vez si no quería
verse en un serio compromiso por aquella relación tan tensa. Por fortuna
eso ya pasó. En mi familia conocíamos sus desavenencias, las soportamos
en lo que duraron y nos alegramos de que cesaran.
Justo
al decir lo que acabáis de leer, amigos lectores, la señora Eleanore
Woolcott abrió la boca como para articular unas palabras, vaciló,
recapacitó y recordó algo que había olvidado; luego dijo:
-Un minuto, señor Inspector, antes de que me pregunte otra cosa. Acaba de venirme a la mente de forma muy clara una
Nadie
se dio cuenta pero el Padre Brown arrugó la frente, musitó y repitió la
palabra “Némesis, Némesis...” y dio un brinco en su asiento, que sí fue
advertido por las otras tres personas, para asombro suyo, mientras el
cura susurraba “Eso es, ¡está claro!”.
Mientras
el Padre Brown bisbiseaba su pensar, el Inspector comentó que la
discusión señalada por la señora Woolcott no le parecía motivo
suficiente como para impulsar a un hombre a planear la muerte de otro,
pero quedó flotando en el ambiente el nombre de Redvill, y a renglón
seguido, intervino el gigantesco Flambeau:
-¡Esa
tortuga anticuaria y dudosamente respetable es más ladina de lo que
aparenta! Pienso como el Inspector. ¡Una o dos estatuas de más o menos
no son razón para asesinar a nadie, pero...! -exclamó el gascón, con uno
de sus gestos de hombre meridional, las manos en continuo aspaviento.
-Sí me ha dolido ver que esta mañana ese viejo sibilino andaba por ahí,
hablando con el Juez Thorpe, sin hacerle el menor caso, y sentado tan
tranquilo con su crucigrama. ¿Qué opinan de esa indiferencia suya?
Alguien ha asesinado a un hombre y... ¡Él dale que dale con sus
crucigramas!
-Señora
Woolcott, ¿alguna otra persona, ya sea de los invitados de este fin de
semana, o ya sea de entre sus muchos conocidos y amigos, podía tener
algo en contra de su marido, podía odiarle hasta planear su muerte?
-No,
creo que no, y eso que Wilfred -subrayó el nombre de su difunto esposo
con un tono de voz neutro pero que denotaba cierto cariño- fue un hombre
de leyes toda su vida, riguroso con muchos criminales que se topó en su
camino los cuales me figuro que, al ser condenados por él, le odiarían,
pero ninguna de nuestras amistades demostró la menor animadversión
contra él. Era admirado por todos y tenía un gran prestigio aunque yo,
que le conocía mejor que nadie en el mundo, supe de sus debilidades y
puedo decir que ni era tan santo, ni tan recto ni justo como aparentaba.
Al haber muerto ayer mismo, le debo respeto a su memoria, pero la
verdad es la verdad... Yo le quería, pero él tenía muchos defectos y
faltas que solamente el amor de los suyos, de su familia, podía
disculpar.
-¿En qué andaba trabajando su marido últimamente? ¿A qué asuntos de su profesión se dedicaba? -preguntó el Padre Brown.
-Los
pleitos de siempre, más o menos, casos en los que yo no entraba ni
apenas le preguntaba de ellos pues me perdía en el marasmo de leyes,
normas, sentencias y precedentes. No creo que estuviera metido en ningún
affaire que pueda relacionarse con su desgraciado fallecimiento.
El
Inspector tomó nota de todo, señalando que la siguiente persona a la
que pensaban interrogar era el mayordomo Carter. Miró y remiró sus notas
y fue concluyendo el interrogatorio de la sra. Woocott, que respondió
siempre muy seria y segura de sí.
-Señora
Woolcott, ya sabe usted que alguien deseaba asesinar a su marido y para
ello aprovechó la circunstancia del duelo y el hecho de que se usara en
él una munición falsa, inserta en una cajita de madera muy peculiar.
Hemos descubierto recientemente que el autor de esta abominable
maquinación solo tuvo que cambiar esa cajita con munición simulada por
otra idéntica pero con balas reales. Pensamos que esa sustitución se
produjo en el lapso que va de las tres de la tarde a las seis, hora en
que estaba previsto que se iniciara el duelo, aunque bien pudo hacerse
el día anterior, el viernes, cuando llegaron aquí sus invitados. Por
cierto, señora, ¿dónde estuvo usted entre las tres y las seis?
-Primero
estuve con mi hija y la señorita North. Luego quedamos solas mi hija y
yo, porque la periodista se fue con el sr. Redvill a charlar y tomar más
té... Eso debió ser sobre las cinco, más o menos. No suelo llevar
reloj, pero mi hija me comentó algo de que faltaba una hora para el
duelo.
-¿Y antes de la comida, dónde estuvo usted? -preguntó el Inspector.
-Antes
de la comida estuve saludando al Padre Brown y a Flambeau, y antes de
eso, en las cocinas, disponiéndolo todo con Carter para que todo fuera
servido en óptimas condiciones.
-Cambiemos
de tema. ¿Se dio usted cuenta de que alguien estaba oculto en el
interior de la casa, en el invernadero, y de que desde esa ventana sacó
la mano con un arma para disparar hacia donde estaban ustedes?
-No,
Inspector. Me di cuenta de todo eso cuando ya era tarde, es decir,
cuando ya se había efectuado el disparo. Me sobresaltó la detonación, lo
mismo que a mi hija, a la señorita North y a Redvill... Al principio,
por venir el tiro de esa dirección, pensé que había sido Parks, tal vez
porque se había equivocado. Pero fue una pensamiento absolutamente
erróneo, por varias razones de las que no me di cuenta entonces: porque
se suponía que las pistolas estaban cargadas con balas de fogueo y
porque vi a mi marido caer al suelo casi a la vez que nos disparaban, lo
que descartaba que el sr. Parks hubiera tirado hacia el lugar donde
estábamos. Ya ven ustedes, una no sabe nada de armas y, con la confusión
del momento, le parece posible algo que dos minutos después descubre
como imposible de todo punto.
-Muchísimas
gracias, señora Woolcott. Le repito mi más sincero pésame y le
agradezco su inestimable colaboración. Nos ha dado usted varias pistas
de enorme interes. Tiene mi permiso para retirarse cuando desee...
Dicho
esto, el ama de la casa, la señora Eleanore, se levantó, haciendo una
leve inclinación de cabeza en señal de gratitud y, sin decir nada, se
abrigó con un chal negro que había dejado sobre el respaldo de su
asiento, miró a los tres detectives y salió del salón haciendo gala, una
vez más, de su gesto señorial, de su educada apostura, de su clase y
distinción. En cuanto la dueña de la mansión salió, el Inspector miró al
Padre Brown y le espetó:
-Bueno, amigo Brown, ¿qué jueguecito se traía usted dando esos saltos?
-Querido
Inspector, a falta de que oigamos a Carter y de que registremos las
habitaciones de los máximos sospechosos, creo estar casi a punto de
poder dar una solución definitiva del caso. Y todo ha sido gracias a
Flambeau y a la señora Woolcott, y a dos palabras que ha dicho cada uno y
que me han abierto los ojos en cuanto a ciertos aspectos del problema
que yo no era capaz de descifrar y mucho menos de entender... Mi
solución tiene su parte de conjetura, pero estoy casi seguro de haber
dado con la verdad.
-Se refiere usted a lo de “Némesis”, ¿cierto? -inquirió Grandison Chase.
-En
efecto -dijo el curita católico. -Estoy casi seguro de que el mensaje
con el anagrama “enemiss” oculta la palabra “Némesis”, o sea,
“Venganza”...
-Pero
eso acusa directamente a Redvill, tal vez por lo del asunto de la
estatua que nos han mencionado la señora Woolcott, ¿no? Ahora bien,
¿cree usted que Redvill iba a ser tan estúpido como para acusarse a sí
mismo? Porque, si no fue él quien colocó el mensaje, ¿quién lo hizo y
por qué? ¿Lo hizo Miss North, para avisar a Sir Wilfred? ¿O fue Parks
para advertir a su amigo? ¿Fue Gallagher? No, Padre Brown, creo que se
equivoca.
-¿Cómo explica usted entonces lo de “enemiss”, amigo Chase?
-Para mí, querido Brown, como ya dije en su momento, ese anagrama de “enemiss” pudiera referirse, en realidad, a dos
-¡Y
yo, y yo! -exclamó Flambeau, esbozando una sonrisa de alegría. -Espero
me permitan ustedes dar mi propia solución al enigma, después de la que
nos brinde el Inspector Chase. También yo he sacado mis conclusiones y
me parece que, por una vez, un detective extraoficial como yo va a
superar a la Policía oficial y a nuestro querido maestro, aunque
detective amateur, el buen Padre Brown... ¡Tengo bien hilvanados mis argumentos, ya verán...!
Aunque
ninguno dijo nada más, aquello sí que se asemejaba realmente a una
especie de competición detectivesca por ver quién revelaba la mejor y
más satisfactoria explicación del misterio de Woolcott Manor. Quedaron
un minuto en silencio y luego Grandison Chase pidió amablemente a
Flambeau que convocase al mayordomo Carter, el cual acudió de inmediato.
-¿Cuántos años lleva usted al servicio de los Woolcoot, señor Carter?
-En
abril hará veinte años. Llegué aquí cuando el anterior mayordomo, el
señor Hutchinson, enfermó y murió. Le entregué mis referencias a Sir...
-Bueno,
deje los detalles para más tarde, era una pregunta de rutina, sin
demasiado interés para el caso -vociferó el Inspector. -Díganos, ¿vio
usted si el Capitán Gallagher trajo a la casa algún tipo de arma?
-El
Capitán Gallagher -comenzó Carter, con su hablar lento y empalagoso,
que era lo mismo que su forma de moverse – portaba un arma, sí señor, lo
se porque, al subir su equipaje, me previno sobre tener cuidado con la
funda donde guardaba el arma. No llegué a verla, pero creo que era muy
distinta, por su forma y peso, a las Mauser C96 que usó mi señor, el
difunto Sir Wilfred (Dios le tenga en su Gloria) en el duelo con el Fiscal Parks.
-Aunque
no llegase a ver el arma, ¿sabría usted decir si era una Colt 1911 o un
revólver Webley o...? -Chase dejó la pregunta en suspenso.
-Cumplí
con mi patria, señor, pero entonces usábamos un armamento hoy ya
desfasado y que para entonces estaba algo anticuado. Tengo casi sesenta
años, señor Inspector. Hace mucho que perdí la poca familiaridad que
tuve con las armas de fuego, aunque Sir Wilfred era muy aficionado y eso
me obligó, en parte, a tenerle siempre limpios y dispuestos sus rifles
de caza. De las limpieza de las armas de su colección de antigüedades se
encargaba la señorita Robertson, una de las criadas de la casa.
Flambeau fue directamente al asunto que le inquietaba y preguntó:
-Veamos,
señor Carter. Cuando usted estaba en la cocina, tras la comida y justo
antes de que empezase el juego del duelo, nos dijo que oyó de forma
clara y distinta una fuerte detonación, casi al lado de donde estaban
usted y las cocineras. Me refiero al invernadero. Fue a ese cuarto,
entró, olió los restos de pólvora del reciente disparo y salió por la
puerta, hacia la sala de paso que comunica con el pasillo, ¿no es eso?
(Carter asintió) Luego hubo usted de andar una pequeña distancia, por
los interminables pasillos de la planta baja, hasta llegar al zaguán, al
vestíbulo de entrada, ¿no es así? (De nuevo, el mayordomo confirmó las
palabras del coloso francés). Bien, ¿fue en ese lugar, en el zaguán,
donde vio correr al hombre que, según parece, efectuó el disparo y que,
como apuntan todos los indicios, debía ser el Capitán Gallagher? Se lo
pregunto porque en su anterior y breve declaración no quedó claro dónde
estaba usted (y el fugitivo) cuando ocurrió el hecho...
Carter se tomó unos segundos, meditó y respondió de esta manera:
-Parece que lo hubiera usted visto, Monsieur
Flambeau. Fue así, como dice usted. En efecto, corrí hasta el zaguán,
de donde me llegaba el sonido de pisadas, de unos pies que corrían muy
ligeros. Allí vi a un hombre (bueno, vi su espalda, claro) corriendo y
justo cuando yo llegaba, abrió la puerta y salió al exterior. Me quedé
parado unos instantes. Luego salí fuera y vi el coche de Gallagher, que
marchaba a toda velocidad, en dirección a la verja de entrada. Menos mal
que estaba abierta...
-¿Cómo sabe que era realmente el Capitán Gallagher? Acaba de decir que le vio de espaldas... -interrumpió el Inspector Chase.
-Hoy
he estado reflexionando sobre ello y no hay duda: ¡era Gallagher! Al
meditar sobre el tema he recordado claramente el color y tipo de traje
que llevaba el hombre que huía. Era un traje marrón, muy pulcro y
arreglado. Además está el hecho de la envergadura del Capitán... Es
inconfundible. Sólo usted, señor Flambeau, o el Inspector, son hombres
de ese estilo. Los demás, o somos más bajos de estatura o menos
fornidos, o ambas cosas...
Y
al decir esas últimas palabras el bueno de Carter no pudo evitar
sonreír. Al hilo de lo dicho, el Inspector Grandison Chase volvió al
tema del disparo:
-Por
cierto, Carter. ¿No se fijaría usted si en la sala del invernadero
había algo más en el suelo? Nos interesa saber si, al hacer la limpieza
anoche, tal vez pudo encontrar usted o una de las criadas un casquillo
de bala del arma que efectuó el disparo, el que dio contra uno de los
árboles del jardín...
-Lo
lamento, Inspector. La limpieza, como usted muy bien ha afirmado, se
realizó anoche, y más tarde de lo habitual, dadas las circunstancias,
claro. No, ni la señorita Robertson ni yo encontramos nada, fuera del
polvo y de la suciedad habitual, y de algunas hojas de las plantas del
invernadero, en el suelo de esa estancia. Nada sospechoso, salvo ese
olor a pólvora. Dado que yo tardé un cierto tiempo en llegar, breve pero
lo suficientemente largo como para que alguien se agachase y en menos
de un minuto cogiera algo del suelo, me figuro que el capitán pudo
recoger ese cartucho y llevarselo consigo, al igual que se llevó el
arma. Me temo que fue una acción sin la menor premeditación, un acto a
la desesperada, lo que, en mi humilde e inexperta opinión, descarta que
eso formase parte de un plan determinado a matar a Sir Wilfred. El
Capitán es un tirador excepcional: sé que ganó varias medallas de tiro
y, si hubiera querido disparar contra mi señor, o contra cualquiera de
los invitados, les habría dado en un ojo, si eso es lo que se hubiera
propuesto. No, me permitirán esta teoría, aun a riesgo de que este
equivocado, y con ella no trato de disculpar a Gallagher. Yo sigo sin
entender por qué disparó en esa dirección y no creo que errase el tiro.
Si dio en ese árbol es porque apuntó contra ese árbol...
-Ha
dicho usted cosas de sumo interés, sr. Carter -habló, por fin, el Padre
Brown. -Al respecto de sus palabras, le pregunto si tal vez pudo ver
usted si nuestro amigo corría con el arma en la mano o no...
-No,
no vi que llevase arma alguna... -respondió el buen mayordomo, casi sin
dejar que el cura terminase su pregunta. -Ya debía haberla guardado en
su funda. Vi que era una de esas fundas que pueden llevarse fácilmente
en la cintura, aunque disimulada con la chaqueta. No pude ver si
sobresalía el bulto por la chaqueta. Todo fue demasiado rápido...
-Un
par de cosas más, Carter -dijo el Inspector. -¿Notó usted algo raro en
el Magistrado, Sir Wilfred, o en alguno de los invitados, tanto el
viernes como ayer sábado? Cualquier cosa, aunque le parezca irrelevante
en apariencia.
-Temo
defraudarles de nuevo. No, todo se desarrolló de la forma habitual
cuando hay invitados en Woolcott Manor. Cada cual fue llevado al cuarto
que se le había asignado; la cena del viernes transcurrió sin
incidentes; no hubo ninguna queja, al menos que supiéramos en el
servicio doméstico. La noche del viernes los caballeros estuvieron
jugando al bridge hasta tarde y ni por la noche ni en la madrugada -me
he acostumbrado a que mi sueño sea muy ligero, por si mis amos necesitan
algo a esas horas intempestivas- noté nada que se saliera de lo
habitual.
-¿Estuvo
usted en la sala de juegos cuando, a eso de las tres, Sir Wilfred y el
Fiscal les enseñaron a los otros las armas y la cajita con las balas?
-preguntó el Inspector, de nuevo.
-Solo
en los instantes iniciales, cuando serví la primera remesa de bebidas a
todos. Luego Sir Wilfred me autorizó a salir. Tenía que marcharme para
ayudar en el servicio de té y luego en la cocina... No llegué a ver cómo
les mostraban las armas.
-¡Eso
es todo por el momento, Carter! Puede usted irse... -soltó Chase. -Ah,
por favor: diga a todos los invitados y a las señoras Woolcott, madre e
hija, que bajen al salón y nos esperen ahí una media hora, más o menos.
Vamos a registrar todos los dormitorios, excepto el suyo y los de las
criadas. Ya está cursada la petición oficial de registro, aunque aún no
la tengo en mi poder. Dígaselo a la señora Woolcott y que todos vayan al
salón. Dentro de esa media hora nos reuniremos con ustedes para cerrar
el caso, ya que les ofreceré a todos mi propia solución del misterio...
En cuanto el mayordomo, que había asentido muy amable y cumplidamente a las peticiones del Inspector, hubo salido de la
-Carruthers,
¿es usted? ¿Llegó bien con Parks...? De acuerdo... ¡¿Cómo?! ¡No me
diga...! ¿Seguro que es él? Bien, sargento. Tráiganlo aquí, ya mismo,
sí, ipso facto -y colgó el auricular, diciendo, muy alborozado.
-¡Era el sargento Carruthers! Me informa de que una de las patrullas
que andaba en su busca, la que fue a Guildford, acaba de detener al
Capitán Gallagher. Ya no cabe duda de que era él quien salió huyendo de
la casa... Van a traerle para aquí y estarán aquí a eso de la una y
media, o tal vez antes, si el tráfico no lo impide. En fin,
caballeros... ¡Vamos a registrar los dormitorios!
Como
los sabios y curiosos lectores podrán comprobar, los acontecimientos en
Woolcott Manor se precipitaban hacia su final. Eran las once y media
cuando subieron a la planta primera. Comenzaron su pesquisa, registro y
escrutinio por el dormitorio del matrimonio Woolcott, sin hallar nada
que fuera de interés para el caso.
Luego
siguieron por el que había ocupado el Fiscal Parks (ahora vacío, salvo
por sus maletas, que aún se encontraban allí) y ahí sí pudieron ver un
par de cosas relevantes: lo que les llamó la atención es que alguien,
tal vez entre la hora en que el Fiscal fue sacado de la casa y el
momento en que se iniciaron los registros, una persona incógnita había
estado, sin duda, en ese cuarto, con el indudable propósito de fisgar
entre los papeles y demás pertenencias del señor Arthur Parks, quién
sabe buscando qué... También pudo ser que, antes de salir, el Fiscal lo
preparase todo para aparentar que alguien había entrado en su cuarto a
hurtadillas. Pero esta era una opción demasiado rebuscada, aunque
entraba dentro de lo posible.
Había
varios folios de asunto legal por el suelo. Al ver lo que contenían,
observaron que no guardaba ninguna relación con el caso. ¿Qué era lo que
habría estado buscando el misterioso fisgón? Los cajones estaban
abiertos y alguien tuvo mucho empeño en remover las cenizas de la
chimenea, en las que no hallaron más que los restos de madera quemada y
un pequeño trozo de metal, retorcido y poco reconocible, que al
principio no supieron qué era y más tarde se identificó, sin duda, como
parte de la cerradura metálica de la cajita de madera, la que contuvo
las balas de la munición simulada. Era, pues, evidente que alguien
(¿Parks u otra persona? No se podía saber cuándo se había encendido la
chimenea) había quemado la caja, eliminando una importante prueba de
aquel caso, lo que dificultaría su identificación por parte del armero,
el sr. Walter Hook.
Por
cierto que, a pesar de esa pista tan clara, no había en la chimenea ni
en ninguna otra parte del dormitorio de Parks ni el menor rastro de las
balas de fogueo o simuladas. Aunque alguien, quien fuera, se hubiera
deshecho de la caja acusadora, Parks debió -si es que fue él- ocultarlas
en otro lugar. Quién sabía entonces si se las habría llevado consigo...
El registro de los otros cuartos reveló poca cosa: la manía de Redvill
por las charadas de lógica matemática y varios diarios doblados, y con
más crucigramas resueltos; el gusto de la señorita Artemise North por
los abrigos caros; la afición del Juez Oliver Thorpe por la bebida
(escondía una petaca con whisky de calidad en uno de los cajones del
armario); y, en fin, la cuidadosa pulcritud con que lo había dejado
colocado todo el Capitán George Gallagher, signo una vez más de su
condición de militar.
Terminaron
los registros sin que el Padre Brown, Flambeau o el Inspector Chase
dejaran nada realmente en claro. Tuvieron la sensación de que una
persona desconocida -¿o tal vez fuera una nueva simulación de Parks?- se
había deshecho de la caja de madera y había estado buscando algún papel
de cierta importancia para el caso. Existía la posibilidad de que lo
hubiera encontrado y se lo hubiera llevado del cuarto del Fiscal. Pero
no estaba en las otras habitaciones, así que, si alguien cogió algunos
papeles que fueran comprometedores, debió llevárselos consigo y debía
tenerlos encima.
Llegaron,
pues, al salón principal. Ya estaban allí todos los invitados, amén de
la señora Woolcott y su hija, acompañadas por el mayordomo Carter, las
cocineras y una criada que, aunque no habían tenido ningún papel en el
drama que se había vivido allí, no querían perderse el hecho de que el
señor Grandison Chase, el fornido y bigotudo Inspector de Scotland Yard,
diera comienzo a su explicación del caso, cosa que hizo a los pocos
minutos de llegar. Se sentó, encendió el puro que, una vez más, le había
gorroneado al pobre Flambeau, y con ello se dio inicio a
LA SOLUCIÓN DEL INSPECTOR GRANDISON CHASE
Al
revelarse la identidad del presunto criminal, las criadas lanzaron ayes
de admiración, exclamaciones de “oh” y “ah” que no dejaron de parecerle
muy divertidas a Flambeau, el más jovial de los presentes. El Inspector
Chase continuó, intercalando sus palabras con chupadas a su cigarro
(bueno, al cigarro que era de Flambeau) y chasqueos de su lengua:
-Por
cierto, señores, que esta mañana he accedido a la petición de nuestro
amigo, el Padre Brown, el cual me pedía que nos lleváramos al Fiscal de
Woolcott Manor lo antes posible. El buen curita les revelará sus razones
para obrar así pero sepan que, si he consentido con su desesperado y
sorpresivo ruego ha sido más en atención a la estima que le tengo que a
estar en todo de acuerdo con la medida, ya que me hubiera gustado que
Parks estuviera presente para ver sus reacciones cuando le acusara de la
perversidad y maquiavelismo con que elaboró la muerte de su amigo. Ire
por partes, para que nadie se pierda.
”Insisto,
de nuevo, en que el Fiscal me pareció el principal sospechoso desde el
principio. Ustedes me hicieron observar que, durante toda su estancia
aquí, se había mostrado tenso, nervioso, como impaciente ante algo que,
de antemano, conoce y sabe cómo va a suceder pero temiendo que alguna
cosa falle. Está claro, como ya sospechó la señorita Louise Woolcott,
que Parks es un hipócrita que había engañado a su padre durante estos
dos últimos meses, haciéndole creer que deseaba reparar los errores del
pasado y recuperar la amistad perdida.
”Es
del todo evidente que eso formaba parte de su plan de acercamiento al
Magistrado. Una vez hubo ganado su confianza y, aprovechando aquella vez
que observaron los sables y otras armas antiguas, quién sabe si no le
haría alguna sugerencia subliminal al pobre Woolcott sobre la
celebración de un duelo, como forma de dirimir y borrar sus diferencias
del pasado. Sólo Sir Wilfred podría sacarnos de esta duda, pero por
desgracia no puede hacerlo. La coa es que la idea del duelo pasaria por
ser del Magistrado, aunque es muy posible que se la sugiriese Parks. Lo
demas fue echar a rodar un plan muy bien tramado desde el principio.
”Elegidas
las armas, las semiautomáticas Mauser C96, en propiedad de Woolcott y
compradas a Redvill tiempo atrás, y decidido el uso de munición
simulada, que Parks se comprometió a comprarle al armero Hook, el plan
entraba en una nueva fase para la cual nuestro pérfido “amigo”
necesitaba la inestimable colaboración de un cómplice. Sí, damas y
caballeros. Parks no lo hizo solo. Poco a poco, a través de mi
observación y de los interrogatorios, he ido descubriendo que, sin la
menor duda, el Fiscal tuvo que actuar ayudado por un cómplice. ¿Quién
fue ese cómplice? Pues ni mas ni menos que... ¡la señorita Artemise
North!
Y,
diciendo estas palabras a voz en grito, el Inspector la señaló con su
dedo acusador, mientras la joven se ruborizaba, no se supo bien si de
miedo, de vergüenza o de rabia e indignación. Sea como fuere, el
Inspector no dio lugar a que le interrumpiera la periodista, ni nadie, y
prosiguió diciendo:
-Fueron
usted y Parks, ¿no es así? Oh, no se enfade. Reconozca su aviesa
intervención en el caso o calle hasta el final, pero no trate de simular
esa especie de rabieta... Usted conocía a Parks, le había entrevista
para su diario, el Evening Star, y sin duda se aliaron (como
usted, en un lapsus de su declaración, casi llegó a sugerir) para acabar
con la vida de su enemigo común: el Magistrado Wilfred Woolcott. Sus
motivos eran de muy diversa índole, pero ambos odiaban a Sir Wilfred por
igual.
*
* * * * EN LA PRÓXIMA -Y, ESPERO, ÚLTIMA ENTREGA, EL INSPECTOR
GRANDISON CHASE CULMINA SU SOLUCION DEL CASO; LOS LECTORES CONOCERÁN LA
SOLUCIÓN DE FLAMBEAU, DISTINTA DE LA DE CHASE, Y SABRÁN DE QUÉ FORMA
RESUELVE EL MISTERIO EL PADRE BROWN.
YA
SE CONOCEN TODOS LOS DATOS DEL CASO, SALVO LA DECLARACIÓN DEL CAPITÁN
GEORGE GALLAGHER. A PESAR DE ELLO, YA PODÉIS DAR EN LA DIANA Y ESBOZAR
VUESTRA PROPIA SOLUCIÓN DEL ENIGMA, QUERIDOS DETECTIVES DE LD.
MI MÁS SINCERO AGRADECIMIENTO, AMIGOS. SALUDOS A TODOS * * * * *
[CONTINUARÁ...]
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viernes, 11 de mayo de 2012
DUELO POR UNA ANTIGUA NÉMESIS (11)
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