Enviado a las 17/06/2011 17:33:10 | |
DUELO POR UNA ANTIGUA NÉMESIS (7) [Dedicado a CAMINANTE] | |
DUELO POR UNA ANTIGUA NÉMESIS
(7)
-De
manera que, a pesar de que usted colecciona armas antiguas, no sabe
montarlas ni conoce sus piezas. Bien, pero ¿seguro que sería usted
incapaz de cargar una bala en una Mauser C-96? -vociferó el Inspector
Chase, que fumaba un cigarrillo tras otro, con lo que ya le iba
escaseando el tabaco.
-Lo
único que sé -respondió Redvill, sin el menor asomo de afectación o
nerviosismo, salvo el bizqueo de sus ojos- y lo único que hago es
distinguir unas armas de otras. Conozco su aspecto porque, pese a mi
mala visión, guardo muchos catálogos de ellas, por si algún cliente se
interesa en la adquisición o alquiler de alguna. Por cierto, Inspector,
poseo ahora algunos revólveres Webley Mk-VI en un magnífico estado de
conservación que creo les podrían interesar, al módico precio de...
-No
se moleste, sr. Redvill -cortó el Inspector Chase, secamente. -En el
Yard nos proporcionan toda clase de armamento. Casi le diría que nos
sobra y que, a diferencia de coleccionistas como usted, aborrezco la
proliferación de armas. Me evitaría trabajo si hubiera menos, o si la
gente las usara de forma sensata y no para eliminar a sus semejantes.
Pero su conocimiento de las armas me interesa sobremanera, aunque no las
sepa montar ni las haya usado nunca. Carruthers nos dice que la segunda
bala, la del árbol, a lo que parece, podría haber servido de munición
para una Colt 1911, que lleva balas del calibre .45, y esa podría haber
sido la pistola que el misterioso desconocido disparó desde la ventana.
Presume el sargento, y me fío de su opinión, que la bala extraída del
árbol pertenece a ese calibre. ¿Vio usted si Gallagher tenía una Colt-45
o le comentó si la llevaba encima?
Redvill
pensó un minuto antes de contestar, como si rumiara las palabras de su
respuesta, y luego, con la misma cachaza de siempre, dijo:
-No,
no recuerdo haberle visto llevar ningún arma de esa clase, ni de otra,
aunque sé que los del Cuerpo de Infantería usan a veces las Webley y
otras las Colt, o ambas, indistintamente. Los revólveres Webley son los
oficiales del servicio estándar de nuestras Fuerzas Armadas. Se usan
aquí, y también en nuestro Imperio y en la Commonwealth
desde 1887, si no recuerdo mal. Hay oficiales, y singularmente los de
Infantería, que también llevan pistolas Colt, que son magníficas, por
cierto, y de las que les puedo ofrecer...
-Veo
-cortó suavemente el Padre Brown- que es usted todo un entendido en la
materia, lo cual, en efecto, no quiere decir que, pese a conocer tan
bien esas armas (artefactos del Diablo, sin duda), sepa usted usarlas o
las haya manipulado aquí. Pero prosiga, Inspector, y disculpe mi
intromisión...
-Agradecido
por su cortesía, Padre Brown -dijo el Inspector, dirigiendo la mirada,
sin embargo, hacia Redvill. -Dejemos las armas, por ahora, y mejor
volvamos al caso que nos ocupa, ¿les parece? El detective, sr. Flambeau,
y el Padre Brown, aquí presentes, me han comentado que, durante el
tiempo que todos estuvieron en esa extraña sala de juegos, hubo
discusiones entre varias personas: entre Sir Wilfred y el Capitán
irlandés que, como usted sabe, ha huido, y otras disputas. He sabido
también que el sr. Parks lanzó ciertas insinuaciones sobre usted,
Redvill, a cuento de no sé qué colección de antigüedades. Podría
aclararnos ese particular...
Aquí
Redvill bizqueaba más que nunca. Se tomó un nuevo respiro, antes de
contestar a aquella cuestión. Resopló unos segundos y, al fin, declaró:
-Todo empezó cuando Parks y yo pujamos por una suntuosa y abundante colección, de incalculable valor. Me refiero a la
Antes
de que Redvill siguiera, el Padre Brown recordó ciertas palabras que
Parks había dicho en la sala de juegos, y quiso preguntarle por ellas al
viejo y ceremonioso anticuario:
-Ahora
me han venido a la mente unas palabras que el sr. Arthurs Parks dijo al
respecto de todo aquel asunto de la colección y la subasta. Habló de
que le había sermoneado a usted varias veces por sus “mezquinas
pretensiones” y usó, si la memoria no me falla, esas palabras
exactamente. ¿A qué podía referirse con eso de sus “mezquinas
pretensiones”?
El
sr. Redvill no lograba mirar de frente al Padre Brown, y no sólo porque
casi siempre bizqueara, sino por cierto azoramiento suyo:
-Olvidé
que Parks me había dicho eso. Vaya, pues fue muy desconsiderado y
locuaz, por cierto. Esa pregunta deberían hacérsela al mismo Parks,
que...
El Inspector Grandison Chase le interrumpió, diciendo:
-Se
la haremos al Fiscal, no lo dude. Está previsto que declare de nuevo,
en cuanto repose un poco, porque le hemos visto muy nervioso e
impresionado por la muerte de su amigo, el Magistrado. Pero ahora no se
escabulla usted, Redvill, y conteste a la pregunta del Padre Brown.
El anticuario no pudo negarse y contestó de forma contundente:
-No
tenía pensado revelar lo que ahora voy a decir. Incluso pensaba que ya
lo sabrían, tal vez por boca del propio Fiscal Parks, pero me veo
obligado a confiarles algo que pudo haber mermado el prestigio de mi
firma y de mí mismo, como anticuario reconocido y respetado. Bien, no
veo motivo para ocultarlo. ¡Él me acusó en petit comité
de vender objetos falsos, de vender antigüedades falsas y querer
lucrarme con ello, al poner precio exorbitado a lo que apenas valía
nada! ¡Se burlaba de mí, aunque decía que eran buenas imitaciones!
Afirmo que todos los objetos que he vendido y vendo poseen certificados
de calidad que atestiguan y aseguran la legitimidad y el valor de cada
antigüedad. Es al revés de lo que él dice: a veces me veo obligado a
desprenderme de cosas por cifras inferiores, porque no les doy salida.
Esas eran, me figuro que dirá Parks cuando declare de nuevo, mis
“mezquinas pretensiones”: que deseaba hacerme rico con la venta de
objetos falsos y de escaso valor. Niego rotundamente que haya vendido
nada que no fuese de calidad, realmente antiguo o de legítimo origen.
Eso es todo...
-Comprobaremos toda su historia y, por cierto, Redvill, aunque sabemos de su pasada desavenencia con Parks...
-¡Desavenencia ya superada, no lo olvide! -cortó el anticuario.
-¡No
me interrumpa! Iba a decirle que, no obstante lo que ha declarado sobre
Parks, no sabemos si tenía usted algo contra Sir Wilfred. ¿Este conocía
la acusación del Fiscal sobre los objetos antiguos que usted vendía?
¿Hubo algún tipo de enemistad entre usted y Sir Wilfred?
-A
la pregunta de si Sir Wilfred conocía las insinuaciones de Parks sobre
mis objetos, le diré que no, que Sir Wilfred no sabía nada, aunque una
vez tuve que enseñarle varias garantías de que lo que me compraba era
original. Y a la segunda pregunta, contesto que tampoco tuve grandes
discusiones con el difunto Magistrado. Nuestra relación siempre fue
cordial. Fue una relación, más que de proveedor a cliente, de amigo a
amigo, y le hice muy buenas ofertas por algunas de las joyas y muebles
que pueden ver aquí...
-Otro asunto me inquieta -masculló el Inspector Chase. -¿Por qué le invitó Sir Wilfred a este duelo?
-Bueno, ya le he dicho que nos unía una vieja amistad y...
-¿Sabía
usted de antemano que en el duelo se iban a usar las Mauser que le
vendió al Magistrado? -Chase no le había dejado terminar y lanzó una
fina pregunta con mucha carga de malicia.
-Por
supuesto que lo sabía, pero eso no me convierte en sospechoso, creo yo.
Tenía ese dato porque me lo confió Sir Wilfred, cuando me mandó una
carta, invitándome a asistir. Ya le he dicho que yo tengo varias armas
de coleccionista, y entre ellas hay alguna Mauser C-96, pero no dispongo
de ningún tipo de bala o munición que les sirva...
-Un
instante, no se vaya aún. Ya casi hemos terminado. Al igual que sabía
usted que usarían las Mauser, ¿conocía el dato de que sería Parks quien
trajera las balas y el tipo de balas que eran?
-Pude
hablar de ello con el sr. Parks, unos días antes. Me lo dijo sin que yo
se lo pidiera, muy orgulloso porque ya se las había comprado a un
conocido mío, el sr. Walter Hook, de la Hook's Armory.
No se extrañe, Inspector. Llevo tantos años en esto que conozco a casi
todos los merchantes y vendedores de ese mundillo. El sr. Walter Hook
es, al igual que yo, de los más viejos en el negocio de la venta de
armas y artículos de esa especie...
-Una
cosa más antes de concluir su declaración, al menos por ahora: ¿dónde
estuvo usted antes de que se celebrara el famoso duelo?
El anticuario sonrió, sin dejar de bizquear, ahuecó la voz y afirmó:
-Nada
más dejar la sala de juegos, me fui arriba a echar una siesta. Luego,
una media hora o cuarenta minutos después, todo lo más, tras
despertarme, asearme y bajar, estuve tomando té con esa periodista, la
señorita Artemise North. Hablamos mucho tiempo. Ella podrá confirmarles
lo que digo...
-Y, cuando terminaron de tomar ese té, ¿dónde fue usted, Redvill? ¿No iría a la sala de juegos, verdad?
-No,
no. Acompañé a la señorita North todo el rato. Cuando acabamos el té,
fuimos los dos juntos hacia los jardines para ver el duelo porque ya
eran casi las seis... Antes de salir al exterior, observé que mis amigos
Woolcott y Parks ya estaban en la sala de juegos, preparando las armas,
así que no pude meterme allí a manipular nada, si eso es lo que
insinúa, Inspector.
Chase
dio por finalizado el interrogatorio del sr. Henry J. Redvill y le dejó
que se marchara por donde había venido. Entonces el Inspector y
Flambeau se fijaron en la carita del buen Padre Brown, que mostraba
cierto aire de decepción y de derrota. Nada dijeron ni uno ni otro pero
tuvieron la certeza de que las últimas palabras de Redvill le habían
afectado en parte. De ellas se deducía que tenía una coartada para la
hora en que sospechaban que se había producido el cambio de balas. Con
todo, el curita se sobrepuso y, tan aparentemente distraído como
siempre, sugirió si no sería bueno que ahora volviera a declarar Parks:
-Lo
había pensado -secundó el Inspector Chase. -Antes de que llamemos a
Miss Artemise North y a las otras dos damas intervinientes en la
tragedia de hoy, debemos completar lo ya conocido con una nueva
declaración de Parks.
Cuando
Chase estaba a punto de pedirle a Flambeau que llamase de nuevo al
Fiscal, pues el Sargento Carruthers seguía con la rutina de sus informes
y con la vigilancia de los moradores de la casa, al Padre Brown se le
iluminó el rostro y se le ocurrió que habían descuidado un detalle: el
extraño papel con la palabra “enemiss”, que había sido mencionado por el
muerto antes de expirar. El Inspector estuvo de acuerdo en que ya era
hora de buscarlo. El detective francés, animoso y jovial como era su
costumbre, propuso ir a buscarlo él mismo y sostuvo que lo más probable
es que estuviera en la sala de juegos. Aunque todo eso le pareció muy
bien al Inspector Chase, al final le encomendó a Flambeau la tarea de
llamar al Fiscal Parks y que el asunto de buscar el papelito se lo
encomendase a ese jovencito que habían visto al llegar, al mozo para
todo, ese tal Barrett.
-“Discurpe,
Inspestor”. “M'ha” dicho er gigantón que venga “p'aquí” -dijo el joven
Barrett, mostrando unos dientes caballunos y algo verdosos.
-¡Muy
bien, mozalbete! Ah, y al gigantón has de llamarle sr. Flambeau, que es
su nombre. Haznos el favor. Buscamos un diminuto papel que lleva
escrita la palabra “enemiss”. Mira bien en la sala de juegos, en las
mesas, por todas partes. No sabemos dónde está. Mira pero no toques
demasiado ninguno de los objetos. Presta especial atención a un estuche
para pistolas, que verás vacío, y a una cajita pequeña, vacía también,
preparada para contener dos balas. Podría estar en esos dos sitios. Si
no lo encuentras, ven igualmente. ¡Corre, jovencito! Si logras hallar el
papel, estas tres Guineas serán para ti...
El
mozo Barrett apenas vio que el Inspector le enseñaba las tres
relucientes monedas, equivalentes cada una a 21 chelines, puesto que ya
había salido corriendo como una exhalación camino de la sala de juegos.
Casi tropezó con Flambeau y el Fiscal Parks, los cuales entraron de
nuevo. Se acomodó el Fiscal, más calmado que antes, en una butaca y, sin
más ceremonia o preámbulo, el Inspector volvió a asediarle con nuevas
cuestiones. En efecto, a Parks ya no se le veía tan tenso como en el
primer interrogatorio, aunque conservaba cierto envaramiento y en su
forma de hablar aún se apreciaban balbuceos, tal vez fruto de las
vacilaciones a las que a veces nos somete nuestra frágil memoria. El
Inspector comenzó:
-¿Adónde
fue cuando Sir Wilfred y usted acabaron de enseñar las armas del duelo?
El Padre Brown sostiene que les vio salir juntos hacia los jardines,
¿es cierto? -dijo el Inspector, a lo que Parks asintió sin hablar.
Entonces Chase le preguntó: -¿De verdad espera usted que creamos que
durante esas casi tres horas estuvieron paseando por los jardines los
dos juntos o fue usted solo a alguna otra parte?
-De
ningún modo. Si hubiéramos paseado juntos ese largo rato -contestó el
Fiscal Parks, con un asomo de mueca burlona en sus labios-, ¿no cree que
habría sido una caminata demasiado larga? No, Inspector Chase. Mientras
ultimábamos los detalles del duelo, anduvimos por el jardín. Eso duró
unos veinte o treinta minutos. Luego regresamos a la casa, aunque no
puedo decirle con exactitud a qué hora. Tal vez fueran las cuatro menos
diez, no lo recuerdo. A las cinco subí a mi habitación y estuve allí
cosa de una hora o más, tratando de relajar mis nervios. Lo del duelo me
tenía muy nervioso y excitado. Creo que no volví a bajar hasta eso de
las cinco y media, porque se nos echaba la hora encima, y había que
preparar las armas, cargarlas (y ciertamente, no es fácil hacerlo) y
disponerlo todo. Bajé, vi a Sir Wilfred en el salón tomando café y
departiendo alegremente con su esposa. Se le veía tan feliz y tan lleno
de vida, a pesar de la edad...
-¿Así
que hay una hora, o más, en la que no estuvo usted con nadie ni nadie
puede probar que le viera en su cuarto? -Interrogó el Inspector, a lo
que Parks no pudo más que asentir, viéndose ya en un futuro y tortuoso
juicio por todo lo sucedido en aquel desgraciado suceso. -Todo esto le
deja a usted sin coartada, en una posición muy comprometida. Se han
encontrado sus huellas en los cartuchos de bala. Solamente las suyas,
así que no parece que nadie más que usted las haya tocado, a no ser que
usara guantes. Eso unido al hecho que acabamos de conocer sobre sus
movimientos antes de la hora del duelo, le colocan como principal
sospechoso en esta maquinación. Pero no se inquiete, que tiene en
nuestro amigo, el Padre Brown, un buen Ángel de la Guarda. Permita unas
preguntas más: ¿Cómo eran sus relaciones con Redvill? ¿Es cierto eso de
que usted le acusó de vender antigüedades falsas, haciéndolas pasar por
originales?
-Es
verdad que le acusé de vender objetos falsificados, pero el viejo me
demostró que yo estaba equivocado. Al menos, me enseñó certificados de
autenticidad que refutaban mi acusación. Siempre me ha quedado la duda
de si esos certificados no podrían ser también una falsedad más. En
cuanto a mis relaciones con Redvill, les diré que se enfadó mucho
conmigo a cuenta de la subasta en la que adquirí la fastuosa Colección
Craven. Estuvo mucho tiempo sin hablarme. En fin, tal vez me haya
burlado varias veces de ese pobre carcamal y de su avariciosa y mezquina
forma de comportarse, pero ya no tengo nada que reprocharle, igual que
espero que nada me reproche él ni guarde resquemores contra mí.
El
Padre Brown vio cómo Parks cruzaba las piernas y volvió a fijarse en
que llevaba un calcetín de un color (marrón oscuro) y otro distinto
(amarillo). En ese momento, recordó que ya había visto al Fiscal con dos
calcetines de colores diferentes, lo que le llevó a pensar, según me
reveló, de esta forma: “Una vez puede ser por distracción, pero ¡dos!
Eso debe atribuirse a otra cosa, por más que parezca ser hombre
distraído. Tiene que haber otra razón que explique esa curiosa y
atrabiliaria mezcla de colores en un hombre que, por lo demás, va tan
pulcra y cuidadosamente vestido...” Y fue en aquel entonces cuando el
Padre Brown, interrumpiendo la encuesta, dijo:
-Sr.
Parks, permítame hacerle una pregunta un tanto personal. -El Fiscal
asintió con la cabeza, dándole permiso al Padre Brown para que expresara
su inquietud: -Es la segunda vez que le veo llevar dos calcetines de
distinto color, y eso ha excitado mi curiosidad sobre si no será usted
daltónico...
Parks desarrugó por una vez su sempiterno ceño fruncido, abrió mucho los ojos, se alzó un poco las perneras de los pantalones
-¡Lo
ha descubierto usted! En efecto, padezco cierto tipo de daltonismo, no
muy severo (al menos distingo algún color, ya que me han dicho que
ciertos daltónicos sólo ven en blanco y negro), pero que hace que me
confunda con algunos colores: el verde, el rojo, el marrón... Con los
trajes no tengo el menor problema, porque cada pieza del traje la guardo
siempre junta, pero sí me equivoco casi siempre con los calcetines.
-Oiga,
Parks -intervino el Inspector Chase-, eso puede ser relevante para el
episodio de las balas. ¿Sir Wilfred o alguien de aquí sabía lo del
daltonismo y, respecto a reconocer y distinguir las balas reales de las
de fogueo o para poder disparar con puntería, ese defecto visual le
afectaba a usted o no?
-Verá,
Inspector, yo guardaba muy celosamente esa afección, es decir, que
nadie de los presentes sabía lo de mi daltonismo. Por otra parte, acabo
de decirles que el mío es un daltonismo poco acusado y para nada me
impide diferenciar objetos como balas, que suelen ser de colores claros,
metálicos o plateados, ni tampoco me impide ser un tirador mediano,
aunque no tan bueno como el Capitán Gallagher, por supuesto.
-Yendo
a esos disparos y, sabido lo de su defecto visual -habló Flambeau por
primera vez-, me gustaría que aclarase algo. Como saben todos, conozco y
admiro el ritual de los duelos y usted también, me consta. Por ello
sabrá, al igual que lo sé yo, que en ese tipo de retos con arma de
fuego, puede muy bien dispararse al aire, en señal de reconocimiento de
una falta o culpa, o también como ventaja al adversario. Ya que el
daltonismo no impedía que usted distinguiera a esa hora y con esa luz la
figura del difunto Magistrado y ya que no era más que una competición
donde lo único que se sustanciaba era la rapidez de cada tirador, ¿por
qué disparó usted directamente contra el cuerpo de Woolcott y no tiró
usted con su pistola al aire? Eso es algo que no puedo entender...
-Ahora que lo comenta, Monsieur
Flambeau -comenzó Parks, en tono triste y quejumbroso-, les diré que
eso es precisamente lo que me ha atormentado desde esta tarde. Yo bien
pudiera haber disparado al aire, o haber esperado a que fuera mi amigo
quien lo hiciera. Le vi como paralizado, sorprendido muy probablemente
por la figura que vio salir de la ventana, no sé. En ese instante no
pensé nada: reaccioné disparando contra él porque creía que las armas
estaban cargadas con balas de fogueo. ¡Juro por lo más sagrado que no le
hubiera disparado al cuerpo de saber que nuestras armas contenían
cartuchos de verdad! Tienen que creerme... Ese disparo es lo que prueba,
en realidad, que yo confiaba en estar participando en un mero juego.
¿De verdad creen que un hombre como yo sería capaz de asesinar a alguien
de esa forma, ante testigos y con toda sangre fría?
Y
tras decir esas palabras, Parks bajó el mentón contra su pecho y se
hundió a tal punto en su ánimo, desplomándose al suelo, y los otros
temieron que se hubiera desmayado. Fue sólo un vahído. El Inspector no
quiso continuar con el interrogatorio, aunque aún le bullían en el
cerebro más preguntas que le hubiera gustado formularle a Parks. Con
todo, una vez que Parks recobró el dominio de sí mismo, le lanzó estos
argumentos:
-Señor
Parks, a pesar de su testimonio, a pesar del hecho de su daltonismo,
que en nada impide que hubiera usted premeditado todo el crimen, a pesar
de su teatral desmayo de ahora, me veo en la obligación de dictar
contra usted una orden de arresto, o si quiere, para evitarnos el
engorroso trámite de la detención más severa, queda usted confinado en
sus habitaciones hasta nueva orden y bajo custodia policial. No podrá
salir de ellas, salvo para comer o asearse. El sargento Carruthers se
encargará de vigilarle ante la puerta de su dormitorio. Vaya usted con
él sin rechistar lo más mínimo y, mientras se aclara todo (no es usted
el único sospechoso, también tenemos de habérnoslas con ese Gallagher y
alguna persona más), permanezca en su cuarto, hasta que le indiquemos
otra cosa. Por favor...
-¡Mis tres Guineas, “señó Inspestor”! Aquí les dejo er papelito ese de “messis”...
En
efecto, parecía el papel al que el difunto Magistrado se había referido
antes de morir. En él podía leerse, escrita en burdos caracteres, casi
como si de un garabato juvenil se tratara, esta palabra: “enemiss”. El
Inspector le dio al mozo Barrett sus tres Guineas pero, antes de que se
marchara, dijo:
-Espero que tú no tengas nada que ver con esto ni sea una broma tuya. Por cierto, ¿dónde lo has encontrado?
-En “er estushe” de las armas, como “usté m'había disho”...
El
mozo se marchó, radiante de felicidad y exhibiendo sus tres monedas sin
dejar de enseñar sus dientes caballunos. El Inspector, una vez más,
comentó que tal vez fue una torpeza suya decirle a Barrett la palabra
que llevaba escrita el papel, ya que ahora recelaba que, con tal de
llevarse el premio de las Guineas, el jovencito hubiera podido
improvisar un duplicado. Menos mal que el Padre Brown demostraría
también en ese aspecto tangencial, la correcta y adecuada conducta de
otra persona inocente.
[CONTINUARÁ...]
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viernes, 11 de mayo de 2012
DUELO POR UNA ANTIGUA NÉMESIS (7)
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