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sábado, 7 de abril de 2012

DUELO POR UNA ANTIGUA NÉMESIS (2) [Dedicado a CAMINANTE]

Enviado a las 04/06/2011 17:45:56
DUELO POR UNA ANTIGUA NÉMESIS (2) [Dedicado a CAMINANTE]

DUELO POR UNA ANTIGUA NÉMESIS
(2)

No fue hasta el jueves de esa misma semana de febrero que el Padre Brown tuvo noticias de su amigo el detective gascón. Mientras el sacerdote se afanaba en la lectura de un libro con vidas de santos, el buen Flambeau apareció de nuevo en el despacho de la iglesia de Camberwell. Entró más radiante y gallardo que nunca, brillantes los ojos bajo un sombrero de fieltro azul. Saludó efusivamente a su compañero de aventuras, se atusó el artístico bigotito y, tras aclararse la garganta, declaró:
-¡Acabo de recibir una nueva carta de Sir Wilfred! No sólo está de acuerdo en que vaya usted también a su finca, sino que arde en deseos de conocerle puesto que ha oído contar muchas anécdotas acerca de su sagacidad en la resolución de misterios criminales.
El Padre Brown aparentaba estar tan distraído como siempre, con sus ojos grises perdidos en el infinito. A Flambeau siempre le había extrañado que un hombre tan agudo, tan perspicaz y tan avispado para solucionar los más intrincados enigmas tuviera casi siempre aquella expresión alelada, aquel gesto embobado y simplón. Pero sabía que, bajo aquella apariencia de falsa estolidez, se ocultaba un poderoso cerebro y un corazón tan grande como generoso y muy experimentado en el conocimiento del alma humana. Eran ya muchas las veces que le había visto mostrar esa cara de eterno distraído pero siempre llegaba un punto en que, ante el misterio insoluble, los ojos del Padre Brown se iluminaban, señal de que acababa de dar con la clave del suceso. Y era entonces cuando más se asombraba Flambeau, por la súbita metamorfosis en el rostro de su amigo.
Tras un leve silencio de unos pocos segundos, el cura dijo:
-Muy amable de su parte. También yo estoy deseando conocer a Sir Wilfred. Y al Fiscal Parks. Me figuro, querido Flambeau, que no serán los únicos invitados...
-En efecto -corroboró el titán francés-, tiene usted razón. Como es lógico, a la fiesta de reconciliación entre el Magistrado y el Fiscal asistirán otras personas pero, como ya sabe, yo sólo conozco personalmente a la esposa de Woolcott, Eleanore, a la hija de ambos, la señorita Miss Louise Woolcott, y a los miembros del servicio doméstico, en especial a Carter, el mayordomo principal de la familia, el cual me ayudó mucho cuando recuperé el anillo de esmeraldas de la señora Eleanore. Se me ha confirmado la asistencia del Juez Thorpe, el padrino de Parks en el duelo, y de algunas otras personas a las que, por desgracia, no conozco.
-¿Aún recela de ese “falso duelo” entre su amigo y el señor Parks? -preguntó el Padre Brown, con tono serio y casi susurrando las palabras.
-Bien sabe usted que no suelo hacer caso de malos augurios pero, en cierta medida, aún me atosiga una extraña sensación que oscila entre la fatalidad de un trágico destino y el deseo de que todo discurra en paz y armonía.
Brown quiso serenar a su amigo y le convidó a una copita de brandy, bebida a la que ambos eran muy aficionados. Tras unos instantes, ambos dejaron que su imaginación poblara sus almas de un moderado optimismo y ya no volvieron a manifestar sus temores. Al poco Flambeau se levantó con mucha parsimonia y, antes de irse, le dijo al cura:
-Et bien, Mon Père, en la carta de hoy el Magistrado nos invita a usted y a mí a la mansión de Woolcott Manor, el Señorío de su familia. Iremos en mi coche, no se preocupe. Lo único que nos pide es que procuremos llegar hacia el mediodía del sábado. Tras la comida, ya por la tarde y antes de que se oculte la luz del sol, tendrá lugar el duelo entre Woolcott y Parks.
-Le veo disfrutando como un niño, y eso que el juego del duelo aún no ha empezado -comentó el cura, con sus grises ojillos rusueños.
-Sí, mon cher ami, ya conoce usted mi debilidad por los duelos en el campo del honor, por los combates y cualquier batalla en pro de una causa, por muy perdida o romántica que sea. Naturalmente, espero que usted asista tanto al duelo como a la fiesta de la noche. Para que no deje desatendidas sus ocupaciones durante mucho tiempo, volveremos el domingo por la tarde. ¿Le parece bien?
El Padre Brown asintió con la cabeza, afirmando estar de acuerdo en todo con su gigantesco amigo y salió a despedirle a la puerta del despacho. Vio cómo se alejaba la imponente figura de Flambeau, mientras él rumiaba sus asuntos, con aquel rostro ensimismado que tanto desconcertaba al gascón y a cuantos le habían conocido alguna vez.
Llegó la mañana del sábado. Lloviznaba ligeramente en la ciudad. Flambeau fue hasta Camberwell a buscar al cura, el cual iba pertrechado con su famoso paraguas de extraño puño, una maletita con lo más necesario y un libro de horas.
El detective francés se quejó de la lluvia y del retraso que eso les causaría pero, animado por el sacerdote, emprendió rumbo a Woolcott Manor, finca y mansión situada a las afueras de Londres, en una tierra llena de pastos verdes, pequeñas casas de campo y carreteras indescriptibles de tan malas y enrevesadas. Flambeau conducía su Rolls Royce con suma maestría. Ya era rico por su casa, así que podía permitirse el lujo de un coche así, pero es que además ganaba mucho dinero como cazador de ladrones de joyas.
Durante el trayecto contaron mil y una anécdotas, comentando sucesos del pasado y del presente, acompañando su charla con el suave humo de la pipa del Padre Brown y los puros que fumaba Flambeau. No hubo nada más digno de reseñarse en aquel viaje, ni demasiado largo ni muy cansado. Gracias a la buena conducción del detective y a que la lluvia no era muy intensa, llegaron a su destino a las doce y media del sábado.
Al llegar a la mansión, una espectacular edificación con dos pequeñas torres a cada lado y una enorme puerta central, flanqueada por dos estatuas, una la de la diosa romana Britania y otra la de la diosa griega Atenea, el cura observó muchos automóviles aparcados a la entrada, señal inequívoca de que habría bastantes invitados al duelo y posterior festejo.
Aquellos autos y la imparable velocidad a la que discurría el maquinismo moderno azoraban un poco al Padre Brown, acostumbrado a la beatífica vida eclesiástica, la cual no le había impedido conocer lo peor del mundo, los pecados más perversos y los pecadores más malvados, y también los más arrepentidos.
Como Flambeau había previsto, fueron recibidos por Carter, el silencioso, alto y corpulento mayordomo de la familia Woolcott, a quien ya conocía de antemano, como ya se ha dicho en el relato de esta historia. Carter se ocupó de que el mozo, Bill Barrett, apenas adolescente, de cara pecosa y pelo color zanahoria, cogiera el abultado equipaje del detective francés, cuyos seis pies de altura convertían al mozo Barrett en casi un pigmeo.
Mientras el mozo subía la impedimenta a las habitaciones que su anfitrión les había reservado, el mayordomo Carter les condujo a través de pasillos interminables, llenos de armaduras mohosas, cuadros de aristocráticos antepasados y jarrones enhiestos, a cual más monstruoso o absurdo. Esos continuos, lóbregos y fantasmagóricos pasillos agobiaban un poco a nuestro amigo el Padre Brown, el cual no se separaba de su paraguas ni de su maletita. Siempre se había sentido un tanto incómodo en los ambientes de la alta sociedad pero aquellos pasillos eran demasiado para él: le parecieron un corredor hacia la muerte.
El cura fue acostumbrándose poco a poco a la penumbra de los vetustos y limpios corredores y se dijo que, a pesar de lo que se piensa, a veces la oscuridad es más conveniente que el fulgor para analizar un hecho con claridad de pensamiento, aunque ese hecho sea muy oscuro o nuestro pensamiento no sea demasiado claro. Lo cierto es que el curita detective razonaba mucho mejor entre penumbras que en el alborear de un luminoso día pero, como buen devoto de su fe, prefería la luz a las tinieblas.
Por fin, Carter les abrió la puerta de roble que conducía a un lujoso salón de techos altos, lámparas de araña, mobiliario de estilo victoriano y exquisita biblioteca, cuajada de libros de leyes, códigos, cartografías y catálogos de coleccionismo, además de muchas obras de la más selecta literatura. Al abrirse la puerta, ante la asombrada mirada de Brown y Flambeau apareció un grupito de personas de lo más encantador. La mayoría eran miembros del foro, amigos del Magistrado, pero también había otros que, de manera directa o indirecta, formaron parte del drama que estaba a punto de ocurrir en Woolcott Manor. Se los presentaré a ustedes, queridos lectores, igual que les fueron presentados al Padre Brown y a Flambeau.
Pero antes debemos conocer al anfitrión de la casa, al pobre Sir Wilfred, quien luego sería tan vilmente asesinado. En aquel momento ni el cura ni su gigantesco amigo podían imaginar que estaban estrechando la mano de un hombre que iba a morir en seis horas. Es obvio que ni el propio Sir Wilfred era consciente de que esas iban a ser las últimas seis horas de su vida, pero ¿quién sabe cuándo va a llamar a su casa la pálida dama de la guadaña, esa astuta y sorpresiva visitadora que tantas veces llega a una casa sin dar previo aviso de su llegada?
Fue el propio Sir Wilfred quien salió a recibirles, estrechándole las manos a ambos. Era un hombre de unos cincuenta y ocho años, que lucía un enorme bigote con unas largas y espesas patillas que le cubrían gran parte del mentón. Iba vestido con levita negra y aún llevaba en la mano los guantes y la chistera, tal vez porque habría llegado poco antes que Flambeau y su amigo el sacerdote. También lucía monóculo sobre el ojo derecho, aunque no lo necesitaba pues, a pesar de su edad, Sir Wilfred tenía vista de lince, bien que usara unas gafitas para leer la letra pequeña de los muchos documentos y legajos que pasaban por sus manos. Era muy afable, considerado y de exquisita educación. Algo bajo de estatura pero altísimo en su recto comportamiento y en sus convicciones morales. No se había jubilado, ni pensaba hacerlo mientras le respetase su salud. Amante de la caza, los juegos de azar y todo tipo de colecciones, en especial las de armas de fuego, contaba entre sus vicios con el placer de saborear buenos licores. Amaba el vino, y amaba a su esposa y a su hija. Aunque pudiera parecerlo por algunas de sus aficiones más extravagantes, no era un dandy ni un bon vivant. Siempre se mostró como hombre sensato, juicioso y de firmes principios éticos.
-¡Bienvenidos a mi humilde morada! -exclamó Sir Wilfred, con aquella vieja y absurda expresión ('humilde morada') que gustan de repetir los que viven en mansiones obscenamente lujosas. Luego continuó diciendo:
-Estoy encantado de conocerle, Padre Brown. No sabe cuántas historias he oído o leído en la prensa londinense acerca de su vida y los crímenes que ha resuelto. Fue asombroso cómo cazaron usted y Flambeau a ese tal Kalón, el mercachifle fundador de la maldita secta del Ojo de Apolo, el que engañó y asesinó a la pobre Pauline Stacey... Me alegra mucho tener a los dos aquí.
-Los agradecidos por su hospitalidad somos nosotros -musitó el Padre Brown, que llevaba sus botas manchadas con algo de barro, fruto de la llovizna que habían sufrido desde Londres. Esas botas discordaban ante la limpieza, la pulcritud y la magnificencia de la casa, y aunque a muchos de los invitados les llamó la atención la desastrada forma de vestir del sacerdote, nadie hizo el más leve comentario sobre el particular, ni siquiera de forma privada.
-Sir Wilfred, tengo entendido que va usted a batirse en duelo, ¿no? -dijo Flambeau, sonriendo a la vez que guiñaba el ojo izquierdo.
-Sí, ja, ja, ja... Y para celebrar la ceremonia en el campo del honor, como es debido, tendré al mejor padrino con el que se puede contar. Pero pasen y acomódense. Les presentaré a mi familia y al resto de los invitados...
En efecto, Sir Wilfred, como buen anfitrión, fue dando a conocer a cada una de las personas que formaban ese pintoresco y adorable grupo. En primer lugar, les llevó ante Eleanore, su amada esposa, una mujer de melena larga de color castaño, cuyos ojos tiernamente azules hacían las delicias de todo aquel que los miraba. Era algo más alta que el Magistrado y, en aquella ocasión, lucía un hermoso y entallado traje de raso blanco. En su mano derecha, el anillo de esmeraldas que Flambeau había recuperado de las garras del falso vendedor de Biblias. El detective hizo una reverencia ante la dama y barbotó algo en francés, cualquier galantería que hizo ruborizarse a la dueña de la casa. Seguidamente, Woolcott presentó a su hija Louise, una jovencita de unos veinticinco años, vestida con mucha sencillez, más alta que sus padres, de pelo moreno y penetrantes ojos verdes. Dicen que su rostro casi siempre mostraba una sonrisa llena de encanto, pero en ese momento, cuando Flambeau y el cura la conocieron, su semblante no podía ocultar una tremenda tristeza. Los dos amigos ignoraban entonces cuál podría ser la causa de aquella expresión tan desolada, pero pronto iban a averiguarlo.
Tras presentar a su familia, pasó a los invitados. Como no podía ser de otra forma, el primero al que conocieron fue Arthur Parks, el Fiscal, hombre de unos cincuenta y cinco años, de mediana estatura, ojos enormes y saltones, y pelo escaso. Lucía una bien cuidada perilla que le daba un aspecto casi aristocrático, aunque su familia provenía de los más humilde de Inglaterra. El Fiscal había sabido ascender en la sociedad gracias a su esfuerzo, a su estudio y al buen desempeño de su trabajo. Su voz era firme y atronadora; su gesto, imponente y decidido; sus maneras, las de aquel que se sabe dueño de sí mismo y de la situación. Mostraba casi siempre el ceño fruncido, como si su cerebro estuviera en permanente estado de alerta o tal vez como si algo le incomodara. Esa expresión podía confundirse muy fácilmente con la del enfado o la molestia pero era tan habitual en él que sus amigos y hasta sus clientes se acostumbraron a ella y ya no sabían decir cuándo sabrían si Parks estaba enfadado o sólo concentrado en las mil y una ideas que poblaban su cerebro.
Tanto Flambeau como el Padre Brown notaron que el Fiscal estaba algo tenso, tal vez porque hasta hace poco más de dos meses, tanto Parks como Woolcott pasaban ante todo el mundo como acérrimos enemigos, si bien educados y cordiales, pero enemigos, en definitiva. Era Parks, sobre todo, quien no podía perdonarle a Sir Wilfred ciertos hechos del pasado, como ya se contó aquí: las rivalidades en el campo de la abogacía eran habituales, pero su enemistad creció debido a que Woolcott alcanzó un mejor puesto que él en el mundo de la judicatura. Por último, la espita que vino a hacer saltar sus incidentales relaciones fue un pleito por unas tierras cuya propiedad estaba en entredicho. En ese litigio el propio Arthur Parks era parte interesada, pues reclamaba para sí la posesión de esos terrenos, y fue Woolcott quien demostró que no le pertenecían, con lo que le dejó sin puesto, sin tierras e incluso sin honra. Aquello ya era agua pasada. Desde el pasado diciembre, tal vez por aquello tan engañoso y fugaz del espíritu navideño, tanto Parks como Woolcott habían depuesto las armas. Ahora eran los amigos más sinceros, más leales y más confiados que pudieran existir.
Por último, diremos que al Padre Brown, según me comentó cuando hablé con él, le llamó la atención que el señor Parks fuera un hombre por un lado tan meticuloso en sus asuntos legales y, por otro, tan distraído. Eso nuestro amigo lo observó porque se dio cuenta de que, cuando Parks volvió a sentarse tras saludarles a él y al detective Flambeau, descubrió que llevaba un calcetín de color rojo y el otro de color verde. En aquel momento no le dio la más mínima importancia pero más tarde volvería a pensar en aquella distracción tan absurda e inexplicable.
Luego de conocer a Parks, el Magistrado les presentó al Juez Óliver Thorpe, un carcamal de setenta años, casi sordo y de mirada de topo. Nadie se explicaba que Parks hubiera elegido un padrino tan poco capacitado pero, como se trataba de un “falso duelo” y tal vez por los lazos de amistad que unían a Thorpe con los dos contendientes, su presencia allí estaba más que justificada. Tras saludar al señor Thorpe, Sir Wilfred tuvo la amabilidad de hacer los honores con el capitán George Gallagher, un joven irlandés, muy apuesto y de mirada oscura y decidida, que estaba allí como invitado de la familia. Woolcott, tan aficionado a la caza y las armas de fuego, comentó de forma fría y envidiosa que Gallagher era un excelente tirador. Entonces ni Flambeau ni Brown le dieron mucha importancia a ese hecho pero, una vez que fue cometido el crimen, en esos primeros instantes de horror todas las miradas se volvieron hacia el capitán irlandés.
Completaban el grupo otras dos personas: el señor Henry John Redvill, un viejo anticuario al que los dos rivales trataban con cierta frecuencia, pues ambos le conocían por su mutua afición a las armas y al coleccionismo. De hecho, algunas de las colecciones de Sir Wilfred las había adquirido en la tienda de Antiquités de Redvill. El anticuario era hombre de movimientos lentos, muy parsimonioso y de habla susurrada, casi ladina. Al Padre Brown le impresionó conocer a aquel personaje: su delgado cuello estaba lleno de arrugas y asomaba por entre su camisa como el de una tortuga que se asoma desde su caparazón. El anticuario señor Redvill era, sin duda, una tortuga, una vieja y arrugada tortuga, de mirada bizca y labios delicados. Por último, Flambeau se extasió ante la mirada de la joven Artemise North, la dama más hermosa de aquel conjunto de personalidades tan dispares. La señorita Artemise North aún era soltera, se dedicaba al periodismo y, como conocía a Sir Wilfred porque éste, de forma muy gentil y desinteresada, le había prestado algún dinero en ciertas ocasiones, quiso corresponder a la amistad del Magistrado presentándose en la casa y ofreciéndose para ser la cronista del evento social, ya que la señorita North trabaja para el Evening Star. El Padre Brown notó en la mirada de su amigo que este acababa de enamorarse de nuevo una vez más y dejó ver una leve sonrisa que ninguno de sus interlocutores supo a qué atribuir.
-¡El duelo se celebrará esta tarde a las seis, antes de que el sol caiga! -aulló Sir Wilfred. -Damas y caballeros, acompáñenme al comedor principal. Mis cocineros les han preparado un comida tan exquisita que no podrán olvidarla en su vida.
El infeliz de Sir Wilfred ignoraba entonces que en poco menos de seis horas, tras aquella comida tan opípara como suculenta, su cuerpo yacería boca arriba, junto a los jardines que con tanto esmero había cuidado, sobre un charco de espesa sangre y con una terrible expresión de espanto fija en sus ojos, ya sin ningún brillo ni asomo de vida. Tan aciago y cruel es el hado de la fatalidad con los humanos.

[CONTINUARÁ...]

viernes, 6 de abril de 2012

DUELO POR UNA ANTIGUA NÉMESIS (1) [Dedicado a CAMINANTE]

Enviado a las 03/06/2011 20:06:57
DUELO POR UNA ANTIGUA NÉMESIS (1) [Dedicado a CAMINANTE] 

En 2011 se cumplen los cien años desde que apareció el libro El Candor del Padre Brown (The Inocence of Father Brown, 1911), del genio inglés Gilbert Keith Chesterton. Todos sabéis la devoción que siento hacia este autor y su personaje más popular. 
 
La historia que vais a leer (si os place) es un pequeño y no muy ingenioso homenaje por partida triple: a la colosal figura de Chesterton; a su encantador curita de Norfolk; y a nuestro querido amigo CAMINANTE, al que tanto debemos tantas personas que pululamos por esos blogs de Dios (o de LD, en este caso).

No quiero alargar más la presentación de mi cuentecillo. Huelga decir que le debe todo a Chesterton y que es manifiestamente inferior a cualquiera de sus originales historias. Es un mero ejercicio y una pequeña diversión destinada a entreteneros.

Confieso que este y los sucesivos posteos que ocupa el relato serán muy largos, así que entenderé que tardéis en comentarlos, si es que tenéis a bien hacerlo.

Sin más preámbulos, sigamos al Padre Brown y a su amigo Flambeau hasta que ellos (o vosotros, pues os invito a formular vuestr solución del crimen) den con la clave que les permita atrapar al criminal y resolver el misterio del...

DUELO POR UNA ANTIGUA NÉMESIS
(1)
Dedicado a nuestro querido amigo CAMINANTE,
que tanto me ha ayudado y que fue quien hace poco
me pidió un nuevo cuentecillo policial de los míos.
Helo aquí, amigo. Espero que te guste.
Con nuestra mutua amistad por bandera y
mi más afectuoso cariño para ti y los tuyos.

Los asiduos lectores de la sección de sucesos y asuntos criminales que con tanta frecuencia aparecen en las páginas de nuestras revistas y diarios matutinos tal vez aún no hayan olvidado el célebre y espantable caso del trágico asesinato del Magistrado Sir Wilfred Woolcott.
Sin embargo, cabe la posibilidad de que muchos de esos ávidos y morbosos lectores no recuerden los detalles íntimos de aquel extraño misterio que tanto conmocionó al público de Londres durante muchos días.
Por eso me propongo relatar los pormenores de esa singular historia, para que no quede en el olvido la trágica desaparición del célebre jurista. También la escribo porque mi amigo el Padre Josuah Brown, de la parroquia de San Francisco Javier, en Camberwell, hace unos días que me pidió muy encarecidamente que hiciera una relación de todo el asunto para que nadie albergue dudas sobre los motivos del crimen y el método que empleó el autor para cometerlo.
En efecto, el Padre Brown estaba muy preocupado, según me confió en nuestro último encuentro, porque, aunque hace mucho que el criminal fue detenido, juzgado, condenado y ejecutado por la justicia humana, aún persistían ciertos puntos oscuros en este terrible suceso que la prensa antes aludida tergiversó o malinterpretó, tal vez de forma deliberada.
En última instancia, debo escribir esta historia para rendir un sincero homenaje de admiración hacia mi amigo, el Padre Brown, ya que fue él precisamente quien logró resolver el enigma de la muerte de Sir Wilfred. Bien es verdad que hasta el último momento no reveló sus intuiciones acerca del caso, como también es cierto que procuró compadecerse del asesino y ganarse su afecto para conseguir su arrepentimiento, sabedor de que sería duramente juzgado por su horrible acción. Mi amigo confortó al entristecido criminal hasta el último instante y solicitó que se le conmutara la pena capital (morir en la horca) por la de cadena perpetua. Pero, por desgracia, no tuvo éxito al intentar salvar el cuerpo del autor del crimen; aún confía, no obstante, en haber salvado su alma para la justicia de Dios.
Por aquellos días, el Padre Brown andaba compaginando las tareas propias de su ministerio eclesiástico en la citada parroquia con la organización de un comedor para pobres, la instalación en su barrio de una escuela para sordomudos y la realización de una colecta de fondos para restaurar una antigua y deteriorada imagen de Nuestra Señora que era la joya de su iglesia en Camberwell. Este buen sacerdote aún encontraba tiempo para visitar a algunos enfermos y moribundos y para recibir la visita de algunos de sus más viejos y entrañables amigos. Uno de estos amigos es el famoso Monsieur Hércule Flambeau, el antaño célebre ladrón de alhajas, hace tiempo rehabilitado y convertido en flamante detective, gracias a los desvelos del propio Brown, que tuvo mucho que ver en la conversión de Flambeau.
Sucedió, pues, que una buena mañana de febrero, mientras un manto de espesa niebla envolvía las calles de Londres, la figura enorme, colosal y corpulenta de un hombre maduro, cabeza monumental, cuello de toro y fino bigote de artista se adentró en el sur de Londres con dirección a la parroquia de nuestro amigo el cura. Los lectores ya habrán adivinado que este gigantesco personaje no era otro que el mismo Flambeau, el cual iba ataviado con un sombrero de paja con cinta gris, chaqueta americana, corbata azul claro y zapatos italianos. Aquella mañana, Flambeau entró en el jardincillo que precedía al pórtico de la iglesia y se dirigió al despacho parroquial, donde sabía que a aquellas horas estaría el buen cura, ya que no le tocaba decir misa hasta las doce.
Al penetrar en el despacho, el coloso francés notó un intenso olor a incienso que le recordó a su infancia, cuando su madre le llevaba a oír la misa de niños en la pequeña iglesia de su pueblo, allá en Gascuña. Porque Flambeau era tan gascón como D'Artagnan y, por tanto, igual de terco, obstinado y fanfarrón.
Sentado a la mesa del despacho parroquial, aparentemente dormido pero, en realidad, rezando de forma mental con un rosario de color granate cogido por sus dedos gordezuelos, se hallaba el buen curita de Norflok, cuya cara de luna, lentes de aumento, pelo encanecido y faz pálida y regordeta el detective Flambeau estaba deseoso de contemplar. Los dos eran viejos amigos y juntos habían resuelto muchos intrincados casos criminales. Pero en aquella ocasión el detective francés no le visitaba para embarcar a su amigo en ninguna aventura policíaca sino que se dirigía a verle para invitarle a asistir a un curioso evento social.
-Mon Père, ¡qué alegría volver a verle! -exclamó jovialmente el gigantón francés, estrechando la mano de su amigo con fuerza, pero sin apretarle demasiado, pues era fortísimo. Tan fuerte como para ser capaz de elevar sobre su cabeza a dos hombres, uno con cada mano, como el cura le vio hacer una vez, en la época en que uno era un famoso ladrón de guante blanco y el otro procuraba llevarle por el camino del bien.
-¡Oh, pero si es usted! ¡Querido Flambeau...! ¡Lo mismo digo! -dijo el Padre Brown abriendo mucho los ojos, mientras cambiaba su rosario a la mano izquierda para poder estrechar la de su amigo con la derecha. -¿Qué le trae por aquí? Disculpe mi atrevimiento pero acaso quisiera usted contribuir con un generoso donativo para la restauración de la imagen de Nuestra Señora de esta parroquia, muy deteriorada, como puede ver... Sé que le van bien las cosas, ayudando a la policía a capturar a ladrones de joyas.
-Me encantará contribuir a esa restauración. Cuente con mi chequera, Mon Pére. Siempre he sido partidario de las restauraciones. En especial de las artísticas y no tanto de las políticas. No me quejo de mi trabajo. Es más, hace poco he cobrado una buena suma por haber ayudado a Scotland Yard en la captura de Ulysses Tramps, el infame ladrón del collar de diamantes de Lady Blacknell...
-Ah, sí... Lo he leído en la prensa. ¡Enhorabuena, amigo! Creo que estuvo usted sensacional -comentó el Padre Brown, mientras encendía su pipa.
-Tuve suerte, nada más. Mientras los agentes del Yard se obstinaban en registrar una y otra vez, et encore une fois, el apartamento de ese infame de Tramps, pensando que allí podría haber ocultado el collar, yo me dediqué a seguirle. Hablé con él y, aunque no soy un policía oficial, le detuve. Luego le llevé a la Jefatura del Yard y le obligué a que nos enseñara el cuello. ¡Allí es donde había escondido el collar de diamantes, el muy bandido! ¿Puede usted creerlo? Lo llevaba bajo su camisa almidonada, ¡en el cuello!
-Sí, es sorprendente -secundó el cura. -Creo que a ningún policía corriente y moliente se le hubiera ocurrido. Es lógico que una mujer lleve su collar colgado del cuello, pero nos parecería absurdo, cómico o sospechoso que un hombre anduviera por ahí con un collar de mujer. Increíble... Bueno, ha habido muchos hombres en la Historia adornados con collares. Pero sólo Tramps se adornó con el collar de una dama de la alta sociedad. Y sólo usted tuvo la idea de mirar su cuello. De pillo a pillo, eh...
Flambeau sonrió muy complacido. Luego el padre Brown le invitó a que se sentara en una butaca del despacho y le sirvió una buena taza de café puro. Aún seguía el cura fumando su pipa cuando se le ocurrió preguntar:
-¿A qué debo el honor de su visita? No me diga que va a jubilarse ahora...
Flambeau volvió a esbozar una sonrisa, sacó un tarjetón color crema del bolsillo de su americana y se lo pasó al Padre Brown, mientras le pedía que leyera el papel que guardaba el sobre. Era una carta y decía así:
Querido Monsieur Flambeau: Recordará usted lo mucho que ayudó a mi esposa a recuperar su anillo de esmeraldas cuando un desaprensivo que se fingió vendedor de Biblias lo sustrajo en un descuido de ella y de nuestro servicio doméstico. Aún se lo agradezco. Quisiera invitarle a una fiesta que celebraré en mi casa.
Usted no ignorará que soy Magistrado de la Supreme Court. Hace años que tuve muchos problemas con un abogado, Arthur Parks, hoy Fiscal. No sólo por nuestra carrera en la judicatura (en buena lid gané mi plaza de Magistrado, puesto al que él aspiraba), sino por ciertas rencillas con unos terrenos que él disputaba suyos y que yo logré demostrar como pertenecientes a otra familia. Desde entonces, hace ya muchos años, no podía ni verme en pintura pero, como hemos sido “compañeros de armas”, compartíamos muchas aficiones, entre ellas los juegos de azar y el gusto por las armas de fuego de coleccionista. Hace dos meses que hemos enterrado el hacha de guerra y somos muy amigos. Por eso, para zanjar de una vez por todas mis diferencias con Parks, acordamos celebrarlo disputando una especie de juego.
Se trata de un duelo, pero es un “duelo falso” en el que Parks y yo nos retaremos a punta de pistola. Conviene que sepa que ambas pistolas estarán cargadas con balas de fogueo para que nadie resulte herido... ¿Cómo sabremos quién ha ganado el duelo? El arma que antes dispare la bala de fogueo nos lo indicará. Será, en el fondo, una competición de velocidad.
Bien, pues yo quisiera que usted fuera mi padrino. El señor Arthur Parks ya cuenta con el beneplácito del Juez Óliver Thorpe, que es muy amigo de los dos, para que haga de padrino suyo. ¿Qué le parece la idea? Jugaremos a ser duelistas y usted, además de ser mi padrino, podrá asistir a la fiesta que daremos en mi finca, a las afueras de Londres. Hemos fijado el duelo para este mismo sábado. ¿Cuento con usted?
Dado que hoy es lunes, esta carta le llegará mañana martes y tendrá tiempo de sobra para responderme. Puede usted negarse, claro, pero me desilusionaría. Si se está preguntando que por qué le he elegido como padrino en lugar de a un miembro del foro, sepa que es una atención a su gusto por los duelos, ya que conozco su temperamento y su romántica y honorable forma de ver la vida. Sea cual sea la decisión que tome, le ruego me responda a la mayor brevedad.
Suyo afectísimo, Sir Wilfred Woolcott.
El Padre Brown metió la carta en el sobre y miró a Flambeau, el cual habló en los siguientes términos:
-Hay algo en todo ese asunto que no me gusta, Mon Père. Aún no le he escrito a Sir Wilfred pero estoy decidido a ir, no sea que ocurra algo malo. ¿Querría usted acompañarme? Si acepta, escribiré a mi amigo Woolcott, informándole de que seremos dos los invitados. No creo que me ponga pega alguna. Por eso he venido hoy a verle...
-Cuente conmigo, Flambeau. Y sí, en efecto, en ese asunto del “duelo falso” hay algo que me inquieta pero no acierto a decir qué pueda ser. Tal vez nos estemos alarmando sin motivo. No obstante, diga al Magistrado que iremos a su finca los dos. Hablaré con el Padre Mitchell para que me sustituya en los oficios de este fin de semana.
-¡Sabía que aceptaría! Usted nunca me ha decepcionado... Corro a escribir los dos papeles...
-¿Qué dos papeles? -inquirió Brown con el rostro perplejo.
-La carta de respuesta a Sir Wilfred y el cheque del donativo para su iglesia, comme il faut -subrayó Flambleau, con acento decidido.
Media hora más tarde, Flambeau abandonaba la iglesia de su amigo, camino de correos y de su apartamento en Westminster, donde tenía guardada su chequera. El Padre Brown quedó solo, preparándose para la misa de las doce, que ofició unos minutos después. Ninguno de sus fieles se dio cuenta pero, durante la celebración del sacrificio de la misa en aquella ocasión, una sombra negra como los nubarrones que anuncian tormenta cruzó varias veces el rostro del curita, sin que pudiera abandonar la idea de que una terrible tragedia estaba a punto de suceder ese mismo sábado.

[CONTINUARÁ...]

Y EL PEPINO CONTAMINADO ES...

Enviado a las 01/06/2011 00:13:38
Y EL PEPINO CONTAMINADO ES...

¿QUIÉN ES QUIÉN...?

Enviado a las 26/05/2011 20:59:39
¿QUIÉN ES QUIÉN...?

LA VERDAZ DE CALASPARRA (Especial Elecciones 2011)

Enviado a las 23/05/2011 23:03:45
LA VERDAZ DE CALASPARRA (Especial Elecciones 2011)
Pasaron las elecciones.
Pero no pasa el dolor de la desgracia cuando acecha en forma de catástrofe.
El que os escribe, como muchas otras personas, aún no se ha olvidado de la tragedia que ocurrió hace poco.
Por eso el presente escrito va dedicado con todo mi cariño a los ciudadanos de Lorca, Murcia,
en espera de que recuperen sus casas y su vida cotidiana y que los políticos se dejen de mandangas
y solucionen los problemas de la buena gente de Lorca.
A los lorquinos y a mis amigos murcianos, en especial a Impertérrito y Maveal, va dedicado el nuevo número
de
LA VERDAZ
Diario de CALASPARRA
¡Murcia, cuánto te quiero! ¡ÁNIMO, LORCA!
ESPECIAL “ELECCIONES 2011”
¡HEMOS GANADO LAS ELECCIONES!”
Declaraciones de algunos grandes líderes
Zapatero: “¡Hemos ganado! ¡Hemos ganado! ¡Hemos ganado... un concejal en el Ayuntamiento de Bochinches de Abajo...! Podremos gobernar... en coalición con Izquierda Verde de Bochinches, Coalición por Bochinches Independiente y el Partido Liberal Serrano. ¡Enhorabuena, Bochinches!”
Rajoy: “¡Hemosh ganao! Eshpaña se ha teñido de azul y de gaviotash, mientrash el tiñosho de Zetapé rabia de envidia. El Partido Pulular ha ganao lash eleccionesh, o shea, eshto... Y ahora ¿qué hacemosh?”
Cospedal: “¡He ganado! ¡He ganado en Castilla la Mancha! ¡Hemos barrido a Barreda. Y gracias a los agricultores, que echaron a... Bono”.
Esperanza: “¡Hemos ganao, hemos ganao! ¡Y Gallardón está mamao! ¡Quita, Alberto, no te pongas pesao, recontra...!”
Cayo Lara: “¡Habemos ganado! ¡Habemos ganado! Bueno, habemos perdido Córdoba y un montón de coaliciones con el pZoe, pero ellos que se jod...”
Valcárcel: “¡Hemos ganado en Murcia! ¡Muchas gracias a todos los murcianos! ¡Viva Murcia, viva Cartagena y, sobre todo, viva Lorca!”
MADRID. Centro de Datos Electorales e Intoxicativos del
Desgobierno de la Nación, Sección Rubalcábida. “La VerdaZ de Calasparra”.
Informa: Manola Malasaña
Queridos paisanos murcianos: os escribo desde el oscuro y lóbrego Centro de Datos Electorales e Intoxicativos del Desgobierno de la Nación. Ayer apareció Rubalcaba por aquí a eso de las diez. Iba con cara de perro, más mohíno que rabisalsero, y con el diente retorcido y la mirada aviesa y sibilina. Rubalcaba leyó los datos con rabia contenida: arrojaban un balance que más que balance fue meneo total y absoluto para el pZoe, el cual ha perdido en casi toda España, como bien sabéis a estas horas. El pZoe ha perdido las alcaldías de Sevilla y Barcelona, entre otras, y dejará de mangonear en casi todas las comunidades, con la excepción, tal vez, de Extremadura, que ya lo ha dicho Ibarra: “Extremadura... y dura, y dura...”
Acá en Madrid seguirán Gallardón (que iba un poco mamao cuando salió a saludar al balcón de la calle Génova, hoy rebautizada como calle “Ge-no-be-ba-más-por-fa-vor”). Allí en el balcón, rodeados de militantes (y esta vez no cercados por agitadores) también exultaban de felicidad -pero sin alcoholemia- Ana Mato, Sorayita, Pío y, por supuesto, Esperanza Aguirre, que se marcó un chotis con Mariano, el cual sigue siendo el máximo aspirante a Don Tancredo Español del siglo XXI.
Zapatero salió a llorar en la tele, escoltado por los adalides de sus fracasos: Chaves, el Pepiño, la Salgado y otros próceres y próceras del pZoe. Asumió, mal que bien, su terrible y contundente derrota (no ya la del pZoe, sino la suya) y se sumió en un mar de lágrimas, mocos y clínex, en tanto que Pepiño le acunaba y le metía un chupete en la boca para que se calmara.
Hemos recogido las valoraciones de los líderes de las principales formaciones políticas que se presentaban a las Elecciones Municipales y Autonómicas de 2011. La conclusión general que puede sacarse una vez ha sido escrutado el 100% de los votos, es que TODOS LOS PARTIDOS HAN GANADO LAS ELECCIONES, para variar. Arrasa el PP en casi toda España, baja y se hunde la pZoe, sube CiU en Catatonia, suben un poquito los de la I y la U (o baja, según el Ajuntamiento que sea, que le van mucho los 'ajuntamientos'), irrumpe la UpyD de Rosa Díez en la Asamblea de Madrid y en algunos ayuntamientos, el FAC de Álvarez (ligero de) Cascos se convierte en la formación más votada en tierras astures y, para dar la nota triste, Bildu se convierte en una de las fuerzas más votadas en las Vascongadas. Malas noticias en Vasconia en una jornada en la que los líderes peperos estaban pletóricos en Cantabria, La Rioja, Aragón, Andalucía, Castilla y León, Madrid, Castilla la Mancha, Valencia, Murcia y Baleares, amén de en las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla. Solamente Canarias conserva un clima primaveral... o sea, que PP y Coalición Canaria han 'empatao' pero ahbrá que ver quién se hace con el gobierno de las islas afortunadas.
¡EXCLUSIVA MUNDIAL!
ENTREVISTA A DON CUALQUIE CUÁLQUIEZ
MADRID. “La VerdaZ de Calasparra”. Informa: Timothea Timothey
Don Cualquie Cuálquiez, conocido entre otras cosas por ser el Presidente del Partido Bloguero de España (P.B.E), también se ha presentado a estas Elecciones Automáticas y Municipescas con su formación, el partido de los blogueros, que nada tiene que ver con los desarrapados de la Puerta del Sol, por muy indignados que estén don Cualquie y sus colaboradores de partido. Don Cualquie y el P.B.E. han obtenido muy buenos resultados. Ha contado a nuestra reportera, Timothea Timothey, los pormenores de la campaña. Hela aquí tal como se produjo:
TIMOTHEA TIMOTHEY.-El P.B.E, partido que usted preside, ha obtenido varios representantes en diversos ayuntamientos de Madrid y de parte del extranjero español. Ha sido un gran éxito, teniendo en cuenta que los recursos de su partido son limitados. ¿Cómo valora estos resultados?
CUALQUIE CUÁLQUIEZ.-No han estado mal, pero podrían haber estado mejor. Pero no importa, porque nuestro objetivo, que es desalojar a Zetapedos de la Moncloa, cada día está más cerca. Además, qué coño, hemos sacado varios concejales en muchos ayuntamientos: por ejemplo, en Aragón nuestro querido vicepresidente, don Caminante Caminántez, ha salido concejal por méritos propios. Y en Madrid, aparte de yo mismo, han obtenido un escaño don Chinito Emperadórez, concejal por el Barrio Chino de Madrid, y don Alma Álmez, concejal por el Ayuntamiento de Alcornoque de Enmedio. Hasta en Murcia hemos obtenido representación, con don Impertérrito Impertérritez y don Maveal Maveález. Un gran éxito. Esperamos no defraudar a nadie... A nadie, salvo a Hacienda, que a esos vampiros merece la pena defraudarles.
T.T.-Por lo que deduzco, ustedes son partidarios de una convocatoria anticipada de elecciones y de que Zetaparo se vaya de la Moncloa lo más pronto posible, ¿no?
C.C.-Sí, señorita. Zapacero ha hecho ya demasiado mal en toda España. Que se vaya cuanto antes es nuestro gran objetivo. Eso y que los blogueros, de LD y de toda la blogosfera del mundo mundial, seamos tenidos en cuenta. Amén de más música, más matemáticas y más estudio de la lengua española en las escuelas. He dicho.
T.T.-¿Y qué le parece el triunfo del PP en estas elecciones “automunicipómicas”?
C.C.-El señor Rajao y su partido han estado muy bien. Han barrido al pZoe, como era de esperar. Un gran triunfo. Hasta yo les he votado, fíjese lo que le digo, doña Timo...
T.T.-No me lo puedo “de creer”. Don Cualquie es tan honrado, bueno y sencillo que ni siquiera se ha votado a sí mismo ni a su partido. Eso enaltece su figura, amigo.
C.C.-Bueno, ya estoy bastante delgado para quedar enaltecido. Se agradece el elogio, aunque dicen que el halago debilita. Por cierto, doña Timo, ¿hace usted algo esta noche? Si quiere, le toco algo... al piano, se entiende.
[El mapache Poncho Gallardón, completamente borracho, le muerde un muslo a doña Timothea]
Muchas gracias por su colaboración, querido don Cualquie. Para LA VERDAZ DE CALASPARRA ha sido un placer entrevistarle (y para doña Timothea, más).
Recuerden, en fin, lo que dijo el propio Zapatero: CUALQUIERA PUEDE SER PRESIDENTE”. Así que no se extrañen si un día ven a don Cualquie en la Moncloa.
¡VIVA MURCIA! ¡VIVA CARTAGENA!
¡VIVA LORCA! ¡VIVA CALASPARRA!
¡Y VIVA ESPAÑA!
Un afectuoso saludo a todos los blogueros de LIBERTAD DIGITAL,
de parte de vuestro amigo ALMA

LAS ENTREVISTAS DE MACEDONIO: ¡Hoy, RAJOY!

Enviado a las 26/04/2011 00:26:52
LAS ENTREVISTAS DE MACEDONIO: ¡Hoy, RAJOY! (Dedicado a IURIS)
-Las entrevistas
de MACEDONIO-
HOY: RAJOY
Dedicado a IURIS, con todo afecto
El intrépido, osado y nunca bien ponderado reportero argentino Macedonio Malocotton vuelve de nuevo para entrevistar por segunda vez al jefe de la oposición, el sr. Mariano Rajoy Brey. Lo hace por indicación de su muy buena amiga IURIS, a quien le dedica esta entrevista. Estamos seguros de que les gustará leerla. Y, si no les gusta, hágannoslo saber a la dirección de correos que figura al pie... Manden sus palabrotas certificadas y con acuse de recibo. Y basta ya de preámbulos. Ambulen ustedes por la entrevista, que no tiene desperdicio. Lean, lean, por favor...
MACEDONIO MALOCOTTON.-Ché viste, pibe. Buenos días, señor Rajoy. Empesaré con una pregunta vital, la cuestión que todos los reporteros están deseando haserle: ¿cuál es la marca de puros favorita de vos?
MARIANO RAJOY BREY.-Buenosh díash, don Macedonio. Bueno, mire ushté, a mí me gushtan muchash marcash: Fariash, Davidoff, Cohibash... Pero eshta Shemana Shanta losh purosh que másh he fumado han shido losh Montecrishtosh, como no podía sher de otra manera.
M.M.-¿Por qué le gusta tanto a vos ver el Teledeporte?
M.R.B.-Hombre… Me relaja mucho. El deporte esh lo másh shano del mundo y verlo en Teledeporte deshtenshiona mucho. Lo veo cuando puedo, aunque no tanto como dice la prensha canalleshca.
M.M.-Otra pregunta esensial: ¿qué tiene el Marca que a vos tanto le priva?
M.R.B.-Lo leo por lo mishmo que veo Teledeporte. El ciclishmo y el deporte en general me entushiashman. No creo que esho shea malo, ¿no?
M.M.-Ya pero ¿practicás vos algún deporte?
M.R.B.-Shí, por shupueshto... Practico deportesh de rieshgo: el silloning, el siesting, el tumbing, el dormiapiernasuelting, el descansing en la playing... Todosh muy peligroshosh...
M.M.-¿Es cierto eso que se rumorea de que vos tenés en vuestro despacho una diana con el careto de Sapatero en la cual clavás dardos todos los días?
M.R.B.-No, no esh cierto del todo. En realidad, tengo tresh dianash: una con la carátula de Zetapé, otra con la de Pepiño y otra con la de Rubalcaba. Esh un gozo clavarlesh dardosh en la jeta antesh de vérshela en el Congresho...
M.M.-Y ahora las preguntas intrassendentes, ché. Las encuestas electorales les dan un claro triunfo el día 22 de mayo: ¿cuáles son sus sensasiones?
M.R.B.-Que vamosh a ganar por goleada. Tengo ya preparadash tresh cajash de purosh para celebrarlo. Esh lo mejor para que me dejen sholo shaboreando lash mielesh del triunfo. Aunque en el PP shomosh cautosh a la hora de valorar eshash encueshtash. Hashta que no tengamosh la piel del osho no vamosh a cazar perdicesh...
M.M.-¿Y por qué permite que Camps haga lo que le dé la gana en Valencia? ¿Por qué no le ha sensurado por el caso “Gürtel”?
M.R.B.-¿Gürtel, Gürtel...? Eshe nombre no me shuena de nada. No creo que shea candidato del PP en Valencia ni en ningún shitio. Ese Gürtel debe sher de la Pshoe...
M.M.-También le dan a vos una enorme ventaja en las encuestas de las elecsiones de 2012. Si las ganase el PP, viste, ¿cómo sería el futuro gobierno de vos y a qué personas pensás nombrar como ministros?
M.R.B.-Ahora no toca hablar de eshosh temash, queda mucho para la cita electoral del 2012, pero shí le diré que nombraré a muchosh ministrosh independientesh. He penshado ya variosh nombresh. Por ejemplo, como Minishtro de Ashuntosh Aragoneshesh nombraré a Caminant Caminántez, el famosho bloguero de LD. Y como Minishtro de Mushlosh y Tíash Buenash voy a deshignar a Cualquie Cuálquiez, el genial matemago y músico.
M.M.-Otra pregunta de interés general, macanuda: ¿Es cierto el rumor que corre de que al señor Esteban González Pons le cantan los pinreles que es una barbaridad?
M.R.B.-No, no esh cierto. Al que le humean los tachinesh esh a Gallardón, que tiene que eshtar todo el shanto día con losh piesh metidosh en un barreño de Peushec...
M.M.-¿Cuándo te afeitarás vos la barba y nos dejarás ver la egregia efigie y fas que te adorna?
M.R.B. Mi mujer no me deja afeitarme. Dice que eshtoy másh guapo con barba de dosh semanash. Ya shabe ushté lo que she dice: el hombre y el osho, cuanto más madruga, Diosh más le ayuda, y el vivo al bollo...
M.M.-Una última pregunta que los amigos de LD me han pedido que le haga: ¿tiene España solución o es un enigma insoluble?
M.R.B.-Eshpaña esh una y diversha, Eshpaña es un ente intangible y una emoción inefable, Eshpaña esh un shentimiento, Eshpaña esh lo mejor del mundo, Eshpaña esh la sholución a losh problemash, Eshpaña y yo shomosh así, sheñora...
M.M.-Agradesido por sus contestasiones, señor Rajoy. Es usted el líder de centro-reformista que todas las amas de casa estaban esperando. Enhorabuena por sus afisiones. Siga fumando, que adelgasa. Os emplazo a vos a que acudás a una nueva entrevista conmigo ya como Presidente del Gobierno, ¿de acuerdo, don Mariano? Y a vos, queridos lectores, les dejo con las palabras del hombre más parsimonioso, cachazudo y huevón de España. Sean felises.