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domingo, 1 de abril de 2012

LAS VACACIONES DE POIROT (8)

Enviado a las 29/08/2010 17:58:35
LAS VACACIONES DE POIROT (8)
Retomamos la historia de “Las vacaciones de Poirot” donde la habíamos dejado. Ya queda poco para el desenlace final, así que permanezcan atentos a sus pantallas. Agradezco a todos los que están siguiendo esta novelita. Sin vosotros no tendría sentido. Continúa la narración del Capitán Hastings...

LAS VACACIONES DE POIROT (8)
EL HIJO PRÓDIGO
I
Poirot se dedicó a analizar el fragmento de la carta que los dos habíamos encontrado medio quemada en la chimenea de la difunta Enriqueta Glocester. Era un papel de buena calidad, como si la hubieran escrito desde un organismo oficial. Las pocas palabras que podían leerse eran las siguientes: “Querida Enrique... Tenemos que... pronto... de Argyle... peligroso... Coronel... afecto”. Algunas palabras eran indescifrables, pero parece que con las que pudimos leer Poirot tuvo suficiente. Fue esa la primera vez durante aquel caso en que vi cómo le brillaba la mirada a mi amigo, señal inequívoca de que estaba muy cerca de dar con la solución.
El forense dictaminó que la señora Glocester había muerto por asfixia, entre las tres y las cuatro de esa tarde. Es decir, que había sido asesinada durante su siesta. Alguien se aprovechó de la circunstancia de que el Coronel le suministrara un fuerte calmante. Por eso el crimen pudo cometerse en pleno silencio y con total impunidad. Entre las tres y las cuatro estuvimos entrevistando a Lady Roberta Argyle, a Camila Pembroke y al propio Coronel Glocester, lo que podría darles una coartada para el crimen, aunque Poirot me insistió en que nadie debía ser descartado todavía, ni siquiera el Coronel.
A Gunderson le había afectado aquel segundo asesinato y no tenía el control de la situación. Se mostraba muy nervioso, fumando sin parar y mordisqueando sus apestosos cigarros. Al fin, llamó a declarar a Antígona Argyle, que era la única que quedaba por interrogar, con la excepción de su hermano, aún en paradero desconocido.
II
Antígona Argyle era una joven fuerte y decidida, con mucho aplomo. Durante la batería de preguntas a la que le sometió el inspector Gunderson no pestañeó ni una sola vez, lo que no dejó de impresionarme. Poirot observaba cada gesto de la joven con una mirada de intensa concentración.
-Señorita Argyle -comenzó Gunderson-, durante la cacería de ayer usted iba con el Capitán Hastings, ¿no es así?
Antígona asintió, mientras Gunderson apuntaba en su libreta.
-¿Vio usted algo sospechoso en ese tiempo?
-No, no vi nada extraño. Estuve con el Capitán Hastings, como él confirmará -yo moví la cabeza en señal de asentimiento.-Pero un poco antes de que nos separáramos, ya que el Capitán me dejó sola cuando se oyeron los gritos del señor Pembroke, yo pude oír algo que me llamó la atención.
-¿Qué oyó usted? -preguntó Gunderson, intrigado.
-Oí una voz que llamaba a Pembroke. No puedo asegurar quién era, pero estoy casi segura de que se trataba de una mujer.
Poirot escuchaba muy interesado y no pudo por menos que intervenir:
-Con permiso de Monsieur Gunderson, quisiera saber cómo es que usted escuchó esa voz llamando al abogado y mi amigo, el Capitán Hastings, que estaba a poca distancia de usted, no oyó nada. C'est incroyable...
-No sé por qué, pero les puedo asegurar rotundamente que oí esa voz de mujer. Tengo un oído muy fino, aunque he de decir que la voz fue casi un susurro. Tal vez por eso no la oyó el señor Hastings.
Confieso que yo no oí la voz que Antígona aseguraba que había precedido a los disparos, pero es posible que fuera así. En ese instante no se me ocurría ninguna razón para que ella pudiera mentirnos, a no ser que tratase de encubrir a alguien, tal vez a su hermano.
El inspector le hizo algunas preguntas más, pero dado que no fueron relevantes para la solución del caso, las omitiré aquí, en gracia a la brevedad.
Antígona se retiró, irradiando la misma inteligencia y el mismo aplomo con que la vimos llegar. En ese momento un policía entró en el salón con aire alocado y se dirigió al inspector:
-¡Señor, hemos encontrado al joven Roderico Argyle!
Poirot y yo nos miramos, sorprendidos, mientras el inspector Gunderson ordenó al policía que trajeran a su presencia al joven desaparecido.
III
Como el hijo pródigo, Roderico había vuelto a su hogar. Más tarde supimos que, en realidad, no se había marchado nunca, sino que se refugió en un cobertizo cercano al castillo, presa del miedo. El joven fue conducido ante nosotros: tenía el pelo alborotado y las ropas llenas de paja. Gunderson no dejaba de sonreír. Sin más preámbulos, comenzó a preguntarle:
-¿Por qué escapó usted después del asesinato del abogado?
El joven se hallaba azorado. Muy nervioso, respondió:
-Huí por miedo. Puede que ustedes ya lo sepan, pero yo debía una gran cantidad de dinero a Pembroke. Ayer, mientras iba de caza junto al señor Poirot, tuve necesidad de hablar con él a solas para que me concediera un poco más de plazo en el pago de mis deudas. Me separé del señor Poirot y salí para buscar a Pembroke. Entonces oí un disparo y varios gritos atronadores. Cuando llegué al claro del que procedían los gritos, Pembroke ya estaba en el suelo, agonizando. Me entró el pánico. Pensé que, sin duda, si me encontraban allí junto al abogado nadie dudaría en acusarme de su muerte. Por eso salí huyendo. Sé que hice mal, pero el miedo se apoderó de mí.
-¿De verdad quiere que nos creamos esa historia? ¿No será que usted vio a Pembroke, le disparó y luego salió huyendo? -dijo Gunderson, visiblemente irritado.
-Les juro por lo más sagrado que es la verdad: cuando llegué el señor Pembroke ya había sido asesinado.
Gunderson se levantó y llamó al policía, mientras exclamaba:
-Agente, lleve al señor Roderico Argyle a la Comisaría. Queda detenido acusado del asesinato de Remigio Pembroke...
El policía obedeció de inmediato la orden de su superior, le puso unas esposas a Roderico y lo sacó del salón. Poirot también se levantó, enfadado:
-Inspector Gunderson, comete usted un mayúsculo error. Creo en la sinceridad del joven Argyle y en que él no asesinó al abogado, y mucho menos a Enriqueta Glocester.
-¿Ah, sí, señor Poirot? -dijo el inspector burlonamente.- Pues yo soy aquí la autoridad y, por de pronto, el señor Argyle está detenido como principal sospechoso. Si usted logra demostrar su inocencia, con gusto le liberaré y reconoceré mi error.
Y diciendo esto, salió de la habitación, dejándonos a Poirot y a mí con un palmo de narices. Vi que mi amigo se había sentido ofendido por el proceder del inspector, pero era en esas circunstancias cuando él demostraba más valor y resolución.
-Hastings, creo saber quién asesinó al abogado Pembroke y a la pobre Madame Glocester. Necesito reflexionar unas cuantas horas y comprobar una sospecha, para lo cual le pido que esta noche me deje retirarme antes de la cena, sin que le extrañe mi forma de actuar. Usted quédese con el resto de invitados y mañana les revelaré a todos mis conclusiones.
-Espero que tenga usted suerte en aquello que vaya a hacer, y sobre todo que ande con cuidado, pues un asesino anda suelto en el castillo de Lord Argyle.
-Tranquilícese, mon ami. Ya sabe que soy discreto.
En efecto, yo conocía la discreción de mi amigo a la hora de investigar una de sus corazonadas. Estaba convencido de que él ya tenía en mente el nombre del asesino y sería cuestión de tiempo el que lo desenmascarase sin ningún género de duda, tal y como sucedió al día siguiente.
CONTINUARÁ...

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