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domingo, 1 de abril de 2012

LAS VACACIONES DE POIROT (6)

Enviado a las 19/08/2010 18:40:14
LAS VACACIONES DE POIROT (6)
LAS VACACIONES DE POIROT (6)
PREGUNTAS Y RESPUESTAS
I
El inspector Macario Gunderson estaba ansioso por empezar los interrogatorios. Pero Lord Argyle le rogó que los iniciase tras la comida, porque ya se había hecho tarde. El inspector accedió y, de esta forma, comimos en el salón. La charla no se pareció en nada a la cena del día anterior: reinaba un ambiente triste y sombrío, como no podía ser menos. Un hombre había muerto asesinado y nadie tenía ganas de comentar nada. Lord Argyle estaba muy nervioso, y la viuda de Pembroke, Camila, apenas probó bocado. Me di cuenta de que también se encontraba muy excitada Enriqueta Glocester, la esposa del Coronel. Sólo Antígona, la hija mayor del Lord, parecía conservar la calma y el aplomo, lo que me llamó mucho la atención, teniendo en cuenta su juventud. El silencio imperaba en el comedor de los Argyle. En cuanto comimos, Gunderson inició la encuesta.
El inspector permitió que Poirot y yo asistiéramos a cada uno de los interrogatorios, en calidad de oyentes, aunque nos dejó hacer preguntas. La intención del inspector era interrogar primero a Lord y Lady Argyle, pero éste le pidió que empezara por los criados, ya que Lady Roberta aún se mostraba inquieta. Gunderson dijo que, según su punto de vista, los criados nada tenían que ver con el crimen pero accedió, por si la declaración del servicio podía servirle de algo. Se llamó a McDugan, el mayordomo, el cual declaró que no había visto nada sospechoso. A la pregunta de si recordaba qué persona no le había devuelto el rifle cuando todos volvieron al castillo, contestó que no, que no se había fijado qué persona no llevaba su rifle.
Después, Gunderson llamó a la cocinera, Dorotea McDonald, cuyo testimonio tampoco sirvió de mucho, pues ella se pasaba el día encerrada en las cocinas, sin apenas contacto con el exterior. Luego fue convocada Miss Narcisa Robertson, el ama de llaves y su testimonio, en cambio, sí que arrojó cierta luz sobre el asunto.
II
Miss Narcisa Robertson era una señora alta y de edad madura. Vestía de riguroso negro y se notaba por su rostro que era una mujer dura de carácter. Gunderson la invitó a sentarse y, tras encender otro de sus malolientes puros, preguntó:
-Miss Robertson, ¿vio u oyó usted algo que pudiera ayudarnos a descubrir al asesino del señor Pembroke?
-La verdad, no sé si contarlo. Fue algo que sucedió ayer por la noche... -dijo el ama de llaves, con tono de voz sombrío.
-Hable de una vez -ordenó Gunderson.
-Anoche, antes de irme a dormir, di un repaso por las estancias del castillo, como es mi costumbre. Todo debe estar limpio, ya que así lo requiere una casa de esta categoría. Pues bien, al pasar al lado del salón, escuché sin querer que alguien estaba discutiendo de forma muy acalorada. De inmediato, reconocí una de las voces: era Roderico Argyle.
Poirot me lanzó una mirada de complicidad. El testimonio del ama de llaves confirmaba lo que él había escuchado.
-Muy bien -Gunderson seguía fumando. -¿Y la otra persona?
-Estoy segura de que se trataba del señor Remigio Pembroke.
-¿Pudo escuchar de qué tema discutían?
-No es mi costumbre espiar conversaciones ajenas -continuó Miss Robertson, en el mismo tono lúgubre-, pero el rato que estuve escuchando entendí claramente que el señor Roderico le debía una fuerte suma de dinero al señor Pembroke y éste no dejaba de gritarle que, como no le pagase pronto, tendría que denunciarle ante los tribunales.
Gunderson chupó su cigarro y, esbozando una sonrisa, declaró:
-Vaya. Parece que el joven Argyle tenía un buen motivo para asesinar a Pembroke...
Por el gesto de Poirot me di cuenta de que él no estaba tan convencido de aquella deducción, aunque era innegable que las cosas se ponían cada vez peor para el hijo del Lord.
-¿Oyó usted algo más, Miss Robertson? -inquirió el inspector.
El ama de llaves negó con la cabeza. Gunderson le dio permiso para que se retirase, no sin antes rogarle que mandara llamar a Lord Argyle.
-¿Qué opina usted de todo esto? -le susurré a Poirot al oído, mientras esperábamos la llegada de nuestro anfitrión.
-Creo que Gunderson está ya convencido de la culpabilidad del joven Roderico. Pero que discutieran por asuntos de dinero no prueba que él asesinase a Pembroke. Il faut attendre...
III
Lord Jacinto Argyle, que no había escuchado las revelaciones de su ama de llaves, entró en el salón confiadamente y se sentó en uno de los sillones de terciopelo rojo. Gunderson le agradeció la hospitalidad y, sintiendo que se hubiera producido tan espantosa circunstancia en las propiedades del Lord, inició su interrogatorio:
-Comencemos por la cacería. Tengo entendido es usted muy aficionado a cazar y que fue el difunto señor Pembroke quien ayer sugirió que salieran de caza. ¿Correcto?
-Así es, señor inspector. -dijo Lord Argyle, asintiendo.
-Cuéntenos cómo se desarrollaron los acontecimientos...
-Yo pensé que cazaríamos mejor si íbamos separados, pero fue la señora Glocester quien pensó que sería más divertido si íbamos en parejas, mezclados, no con nuestras esposas, sino con otra pareja.
-Interesante... -rezongó Gunderson, tomando nota de todo.
-A mí me tocó ir con la señora Camila Pembroke. Durante una hora o cosa así todo transcurrió de forma normal, sin ningún incidente extraño. Ella sólo disparó una vez, a un pájaro, sin que llegara a darle. Por contra, yo maté dos palomas y estuve a punto de matar a una liebre. Hubo un momento en que ella me dijo que se sentía cansada y que iría a sentarse a un banco de piedra cercano de donde estábamos. No me pareció mal y la dejé marchar...
-¿A qué hora ocurrió eso? -preguntó el inspector.
-No estoy seguro: tal vez fuera a las diez y media, tal vez a las once. En ese momento no miré mi reloj.
-En cualquier caso, fue antes de que oyeran gritar al señor Pembroke, ¿no es así?
-Cierto, fue antes -Señaló Lord Argyle. Hizo una pausa y, de pronto, se dio cuenta de lo que implicaba su afirmación. - Un minuto, inspector. ¿No estará sugiriendo que fue Camila quien asesinó a su marido?
-Yo no sugiero nada. Es mi deber comprobar dónde estaba casa uno de ustedes en el momento en que se produjo el crimen.
-No creo que Camila fuese capaz de algo así. Por lo que yo sé, quería a su marido. Llevaban casados muchos años...
-Déjeme a mí las deducciones, Lord Argyle -gritó el inspector, un poco fuera de sí. -Y hablando de años: ¿cuánto hace que conocía usted a Remigio Pembroke?
-Desde siempre: fuimos compañeros de colegio. Luego, cuando se hizo abogado, le encargué que llevara mis asuntos legales. Incluso le pedí que hiciera mi testamento y el de mi esposa. Por cierto que ese fue uno de los motivos de que lo invitase. Yo quería modificar ciertas cláusulas del testamento y le rogué que viniera. Lamentablemente, no pudo hacerlo.
-Sé que un testamento es un documento confidencial pero, dígame, ¿en qué consistían esas modificaciones?
Ante esta pregunta, Lord Argyle titubeó durante un rato. Como el inspector insistía, se vio obligado a contestar:
-Variaba las condiciones por las que mi hijo Roderico podría cobrar su parte de la herencia. Le pido que sea discreto en lo que le voy a revelar. Mi hijo es un buen chico, pero tiene un grave defecto: gasta gran parte de su dinero en apuestas de caballos, y comprenderá usted que yo no puedo permitir que dilapide la fortuna familiar en esas apuestas. De modo que yo tenía hablado con Pembroke que mientras él siguiera con ese vicio, si a mí me ocurría algo mi hijo sólo podría acceder a una cantidad muy limitada de mi dinero.
A Gunderson se le iluminó la cara: encontró un nuevo motivo que incriminaba al desaparecido hijo del Lord. El inspector apagó lo que quedaba de su apestoso cigarro y Poirot y yo respiramos aliviados.
-Una última cuestión. Su ama de llaves nos ha contado que el difunto señor Pembroke y su hijo sostuvieron una discusión en tono muy agrio sobre un dinero que, al parecer, le debía su hijo. ¿Sabía usted algo de esto?
A Lord Argyle se le ensombreció el semblante y tardó un buen rato en responder.
-Sabía que mi hijo le debe dinero a varias personas, pero no que una de ellas fuera Pembroke. Ninguno de los dos me contó nada, tal vez para no herir mis sentimientos. Supongo que, ante tal circunstancia, acusará usted a mi hijo del asesinato de mi querido amigo, ¿no es así? -dijo Argyle, entristecido.
-No acusaré a nadie, querido Lord, hasta tener las pruebas que me lo indiquen. De momento, su hijo es tan sospechoso como cualquiera de los que participaron en la cacería, salvo tal vez los señores Poirot y Hastings, que no creo que pudieran tener el más leve motivo para matar al abogado.
Ante aquella cómica exculpación, Poirot y yo no pudimos por menos que sonreír. Pero enseguida recobramos la compostura, sobre todo al ver cuánto sufría el pobre Lord Argyle por la desaparición y la disoluta conducta de su hijo. El aristócrata escocés salió del salón muy lentamente y Gunderson convocó a Lady Roberta Argyle. Yo no dejaba de observar las reacciones de mi amigo y creo que, en aquellos momentos, sus célebres células grises aún se hallaban entre tinieblas.
CONTINUARÁ...

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