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domingo, 1 de abril de 2012

LAS VACACIONES DE POIROT (7)

Enviado a las 20/08/2010 13:33:38
LAS VACACIONES DE POIROT (7)
LAS VACACIONES DE POIROT (7)
OTRO ASESINATO
I
Mientras se producían los interrogatorios en el castillo de los Argyle, los policías continuaban buscando a Roderico, tanto por los alrededores del castillo como por los pueblos cercanos. Sorprendía la facilidad con la que el joven se había evaporado, como si se lo hubiera tragado la tierra.
Lady Roberta Argyle acudió al salón para su interrogatorio. El inspector Gunderson esperó a que se sentara y, al igual que había hecho con el Lord, quiso saber dónde estaba ella en el momento del crimen.
-Estaba con el Coronel Glocester. Él podrá confirmarlo. Íbamos juntos, como ya sabrá usted. El Coronel ya había cazado tres palomas. Recuerdo que estábamos hablando de cómo sabe la carne de paloma cuando, de pronto, oímos gritar a Pembroke y corrimos en dirección al ruido. -afirmó Lady Roberta.
-¿A qué hora fue eso? -inquirió Gunderson, fumando de nuevo.
-No estoy segura. Antes de las once, creo, pero ahora mismo no podría precisar la hora exacta. ¿Importa mucho?
-Todo importa, Madame, todo importa -intervino Poirot.
-Ahora voy a hacerle una pregunta que no le gustará, pero es mi deber averiguarlo: ¿tenía su marido algún motivo para odiar al abogado Pembroke? -ante tales palabras de Gunderson, Lady Roberta se indignó y se le encendieron las mejillas.
-¿Cómo puede preguntarme eso? Mi marido siempre se llevó bien con Remigio Pembroke. Se conocían desde la infancia y, aunque discutieran, como todos los amigos, mantuvieron una amistad ejemplar. -Lady Roberta estaba nerviosa y enfadada.
-Disculpe mi curiosidad, señora -dijo Gunderson, inclinando un poco la cabeza en señal de respeto. -Es mi deber saberlo todo.
Después de unas preguntas más, Lady Roberta de Argyle se fue. Eran las cuatro de la tarde de aquel accidentado domingo de julio. La siguiente en declarar fue Camila Pembroke.
II
Camila Pembroke estaba muy afectada por la muerte de su esposo. Parecía, incluso, que había envejecido. Apretaba un pañuelo en su mano derecha y, de vez en cuando, cesaba de hablar para sonarse la nariz y gimotear. Gunderson contempló a la viuda de Pembroke y esta vez fue más delicado que antes:
-Usted iba con Lord Argyle cuando todos se separaron. Luego incluso usted se separó del Lord, según nos ha dicho éste. ¿Por qué hizo usted eso?
-Estaba algo cansada -musitó Camila. -Deseaba que aquella estúpida cacería terminase cuanto antes. Por eso le pedí a Lord Jacinto que me dejase ir a descansar a un banco no muy lejano de donde andábamos. Allí fue donde oí los gritos que dio mi marido. Salí corriendo y...
Camila contuvo la respiración. De nuevo, volvía a lloriquear.
-¿Tenía su marido algún enemigo entre los que asistieron a la cacería? Es decir, ¿cree usted posible que uno de los invitados se escabullera un momento y le buscase para matarle?
-Con franqueza, no creo que ninguna de las personas de la cacería quisiera ver muerto a mi esposo. Era un hombre muy simpático, muy campechano... No comprendo quién ha podido asesinarle. Me parece increíble que alguien lo haya hecho...
-¿Cuánto tiempo llevaban ustedes casados?
-Nos casamos hace treinta y cinco años.
-¿Su marido le comentó alguna vez si sospechaba que alguien pudiera o quisiera hacerle daño?
Camila negó con la cabeza. Como el inspector vio que la mujer no estaba en condiciones de soportar más preguntas, dejó que se marchara, no sin antes pedirle que llamara al Coronel para que fuese a declarar.
El Coronel llegó de inmediato. Venía de tomarse un brandy con Lord Argyle. Había dejado que su esposa se echara la siesta y mientras esperaba a que lo convocasen mató el rato charlando con el Lord. Gunderson mordisqueaba su cigarro y el Coronel no dejaba de atusarse su exagerado bigote.
-Durante el tiempo que usted y Lady Roberta estuvieron juntos ¿vieron algo o a alguien sospechoso?
-Nada fuera de lo normal -subrayó Jeremías Glocester. -En ningún momento vimos a nadie que fuese con su rifle en busca de Pembroke ni de nadie más. Parecía un día de caza como otro cualquiera.
-¿Qué hizo usted cuando oyó los gritos?
-Al principio pensé que alguien había resultado herido. Hablé con Lady Roberta y juntos salimos corriendo en dirección al lugar del que provenían las voces. Estoy seguro de que el asesino estuvo muy cerca de nosotros, pero como esa es una zona llena de árboles, pudo ocultarse con toda facilidad en cuanto cometió su crimen.
-¿Se le ocurre quién pudo asesinar al abogado?
-Ni idea, no me entra en la cabeza. Era un buen hombre. Yo le conocía mucho menos que Argyle, pero habíamos coincidido aquí muchas veces. Y a menudo me lo encontré en Edimburgo, pues él tenía allí un despacho de abogados y con frecuencia yo voy con mi mujer de compras a esa ciudad.
Poirot miraba pensativo al Coronel Glocester. Yo no dejaba de pensar en lo que había sucedido y cada vez era más fuerte mi sensación de que no íbamos a lograr atrapar al criminal. Por fortuna, me equivocaba. Cuando Glocester terminó de hablar, el inspector le pidió que llamase a su esposa.
-Espero que ya se haya despertado. Le he dado un calmante, porque estaba muy alterada, y hace rato que está echándose la siesta. Voy a llamarla, a ver si está despierta...
Pero su esposa, Enriqueta Glocester, no se había despertado. Seguía durmiendo. Dormía el sueño eterno.
III
Las voces del Coronel inundaron los corredores del castillo:
-¡Alguien ha matado a mi esposa! ¡Maldito asesino...!
Gunderson, Poirot y yo subimos las escaleras a toda velocidad. Aquella muerte nos cogió a todos desprevenidos. Subimos al segundo piso, fuimos hasta la habitación de los Glocester y allí estaba el Coronel, arrodillado junto a la cama de Enriqueta, la cual parecía dormida muy profundamente, aunque su cuerpo estaba contorsionado y sus manos crispadas.
-¡La han asfixiado con la almohada! -sentenció Gunderson. Era cierto: una almohada llena de arrugas descansaba junto a la cabeza de Enriqueta Glocester.
-¿Quién, quién ha podido ser capaz de esta atrocidad? -rugió el Coronel Glocester fuera de sí.
-Tal vez la misma persona que asesinó a Pembroke -intervino Poirot. -Es muy posible que su esposa conociera el nombre del asesino. Cabe la posibilidad de que fuera testigo de quién mató al abogado y ese alguien la haya matado.
-Pero ¿por qué no nos dijo nada? -pregunté yo.
-Quién sabe -susurró Poirot. -No es raro que los testigos de un homicidio sean reacios a declarar por miedo. De todas formas, es posible que nos estemos precipitando y este crimen nada tenga que ver con el otro.
Mientras Gunderson bajaba para llamar a una ambulancia y al forense, Poirot echó un vistazo por la habitación. Era más amplia que las nuestras. Estaba decorada con mucho gusto. Mi amigo se inclinó ante la chimenea. Había encontrado algo.
-Voilà, Hastings. Un papel chamuscado. Es una carta. Apenas queda algo que se pueda leer. Me pregunto si la quemaría la señora Glocester o su asesino...
Aquel trozo de papel fue una de las pistas esenciales que nos ayudó a resolver el caso, aunque entonces no le di importancia ya que me parecía que ese papel quemado nada tenía que ver con el asesinato de Enriqueta Glocester.
Lord Argyle se puso muy nervioso al saber que un segundo crimen se había cometido en su castillo. Menos mal que el pobre diablo nos había invitado de vacaciones...
CONTINUARÁ...

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