Buscar este blog

domingo, 1 de abril de 2012

LAS VACACIONES DE POIROT (4)

Enviado a las 17/08/2010 23:33:02
LAS VACACIONES DE POIROT (4)
LAS VACACIONES DE POIROT (4)
EL CRIMEN
I
A la mañana siguiente la niebla de la noche anterior se había dispersado por completo y lucía un sol radiante que en nada presagiaba la tragedia que iba a suceder. Muy temprano, nos levantamos para desayunar. Fue entonces cuando Poirot me llevó aparte y me comentó algunas cosas que había observado el día de antes y que le tenían intranquilo:
-Mon cher Hastings, ¿se ha fijado usted en el comportamiento del joven Roderico Argyle hacia su padre? Creo que se llevan mal por algún asunto que desconocemos.
-Puede que sólo sea por su juventud -me atreví a sugerir.
-Rien de cela. No, amigo, en esa relación subyace algo más que el ardor juvenil. Además, anoche, antes de acostarme, oí voces que venían del salón. Discutían dos personas de forma muy acalorada y estoy seguro de que una de esas personas era el joven Roderico.
-¿Pudo escuchar algo de lo que hablaban?
-Sin duda era un tema de dinero. Pero no sabría decirle más...
Al poco, llegó Lord Argyle, acompañado por su esposa y el resto de los invitados. Todos íbamos a participar en el día de caza, aunque Poirot parecía muy reticente a aquella actividad cinegética. El mayordomo Pancracio McDugan cargó con la bolsa donde iban los rifles. Era digno de verse la forma en que iban vestidos los aficionados a la caza y sus esposas. Todos me parecieron algo ridículos, con sus sombreros de plumas y sus bombachos.
Anduvimos bastante por la finca de Lord Argyle, que además de extensa estaba llena de setos y de árboles altísimos. Yo me preguntaba qué diantre podríamos cazar por allí, como no fuera algún pájaro despistado o algún topillo cegato.
II
Lord Argyle sugirió que sería mas productivo nuestro día de cacería si nos separábamos. Nadie puso ninguna objeción. Lo más lógico sería que cada matrimonio fuese junto, los dos hijos de Lord Argyle y luego Poirot y yo. Pero a Enriqueta se le ocurrió que sería más divertido si íbamos mezclados, así que se hizo una especie de sorteo, de resultas del cual, quedaron compuestas las parejas de caza, intentando que fueran juntos hombre y mujer. De esa forma, Lord Argyle fue con Camila Pembroke; el Coronel Jeremías Glocester, con Lady Roberta; el abogado Pembroke, con Enriqueta Glocester; Antígona Argyle, conmigo, y a Poirot le tocó tragar con el rebelde Roderico, a quien tampoco pareció contentar la compañía de mi amigo. Mi amigo Poirot se sentía muy incómodo, pero incluso aceptó cargar con su rifle, a pesar de que me dijo que no pensaba usarlo ni por casualidad.
Eran las nueve de la mañana cuando nos separamos. Decidimos volver a encontrarnos a eso de las once, en un punto señalado de la finca, más o menos en el centro de la propiedad de los Argyle. Pembroke fanfarroneó diciendo que él y Enriqueta iban a lograr cazar muchas más presas que el resto. Lord Argyle aceptó su apuesta y, al poco, cada cual fue por un camino.
Durante el tiempo que estuve con Antígona pude descubrir que era una joven muy inteligente y despierta. Estuvimos hablando sobre los negocios de su padre. Me pareció advertir que estaba algo descontenta con su vida, tal vez porque sus padres la tenían demasiado atada.
A lo lejos, se oían los disparos, y alguna voz que se alegraba por lo certero de los tiros o que maldecía por haber fallado en una captura. Por mi parte, sólo disparé una vez a un pájaro. Como ni siquiera le di, me sentí bastante ridículo, observado por Antígona, que además ya había cazado una tórtola.
-No se apure, Capitán -me dijo Antígona. -Mi madre tiene peor puntería que usted y, sin embargo, se precia de ser muy buena cazadora. Creo que el mejor tirador es el Coronel, aunque no sé si la edad le habrá restado puntería.
Antígona seguía con su racha: había matado otro pajarillo. Me dijo que iba a recogerlo y me dejó solo. Pasaron diez o quince minutos y ya temía que se hubiera perdido cuando ocurrió la tragedia que nadie se esperaba.
De pronto, a eso de las once menos cuarto, además de varios disparos, se oyó un terrible grito de dolor. Fue un alarido que me congeló la sangre. Temí que alguien hubiera resultado herido, pero fue mucho peor. La persona que hubiera gritado no debía andar muy lejos de donde yo me encontraba, así que, olvidándome de mi compañera de caza, salí a ver quién podía haber gritado de forma tan horrible.
III
Anduve un buen rato entre la maleza, intentando averiguar de dónde podía haber surgido aquel grito desgarrador. No tardé en salir a un claro del bosque, donde me encontré con la escena más sangrienta que se pueda imaginar.
En el suelo, tendido entre un charco de sangre espesa, yacía el cuerpo de un hombre bajito y rechoncho, junto al cual se veía un rifle, aún humeante. Al poco de llegar yo, apareció Lady Roberta, quien se puso a gritar, con la cara pálida y el gesto desencajado:
-¡Dios mío, Dios mío! ¡Mi marido...! ¡Jacinto...! Alguien le ha disparado.
Inmediatamente corrí hacía ella, que estaba ya arrodillada junto al cuerpo, el cual no se movía. Al acercarme tuve una inesperada sorpresa. ¡La persona que yacía allí no era Lord Jacinto Argyle, sino Pembroke, el abogado! Sucede que, como ambos son de parecida estatura y aquel día vestían de forma parecida, Lady Roberta había pensado en un primer momento que habían matado a su esposo.
Mientras yo trataba en vano de calmarla, acudieron los demás. Primero, Antígona, que venía con su nueva presa en la mano. Luego aparecieron Lord Argyle y Camila Pembroke, seguidos por el Coronel Glocester y su esposa Enriqueta. Por último, apareció Poirot, sudando y jadeando, sin duda porque era el que más lejos se hallaba del lugar del crimen.
-¡Han matado a Pembroke! -le susurré.
-Mon Dieu, quelle tragédie...! -exclamó Poirot.
-¿Y Roderico? ¿No estaba con usted? -le pregunté.
-Se fue de mi lado hace más de veinte minutos. No sé dónde pueda estar. O ha vuelto al castillo o...
-¿No pensará usted que haya huido?
-Tal vez, cher ami, tal vez. Eso implacaría que... En fin, hable con Lord Argyle y dígale que alguien vaya a llamar a la policía. Yo me quedaré aquí para observar el terreno -musitó Poirot, aún jadeante.
Lady Roberta Argyle no dejaba de llorar, abrazada a su esposo. Mientras el Coronel y yo nos dirigíamos al castillo para llamar a la policía, los demás se quedaron junto al cuerpo del pobre Remigio Pembroke, el cual tenía atravesado el pecho por un certero disparo. Lo irónico del caso es que había sido él quien había sugerido el día anterior que saliéramos de caza. Y ahora era él mismo quien había sido tan salvajemente “cazado”.
CONTINUARÁ...

No hay comentarios:

Publicar un comentario