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domingo, 1 de abril de 2012

LAS VACACIONES DE POIROT (3)

Enviado a las 16/08/2010 23:41:13
LAS VACACIONES DE POIROT (3)
LAS VACACIONES DE POIROT (3)
LA CENA
I
A Poirot y a mí nos alojaron en las habitaciones para invitados, que estaban en el segundo piso. El castillo se veía muy bien conservado. Pocos después de llegar, subimos a nuestro cuarto y a las diez nos hallábamos cenando en el salón. Durante la cena pudimos conocer a la familia de Lord Argyle y a sus otros invitados.
Roberta, la esposa del Lord, era una mujer madura, de ojos verdes muy expresivos y cabello entre rubio y plateado. Era más alta que su marido, aunque esa diferencia de altura en absoluto parecía incomodar al Lord.
-Bienvenido, señor Poirot. Fue genial la manera en qué usted descubrió al asesino de la Duquesa Heliodora Thompson. ¡Quién iba a pensar que fue el archidiácono Jones...! -dijo Lady Roberta, entre divertida y admirada.
Antígona, la hija mayor, era una joven de pelo rubio y rizado, nariz puntiaguda, y mirada inquisitiva. Mientras cenábamos no dejó de escrutarnos a todos clavándonos sus ojos de acero.
Luego estaba Roderico, el hijo menor de los Argyle, cuyos ojos negros iban de un lado a otro, demostrando su juventud y tal vez cierto nerviosismo ante las visitas ajenas a la casa. Su pelo estaba revuelto, tenía los hombros caídos y era de mediana estatura. Su desaliño en el vestir contrastaba con su elegancia a la hora de expresarse.
-¡Poirot existe! Creíamos que era usted una invención del Capitán Hastings. Pero es más bajo de lo que creía. -Roderico, fuera por su furiosa juventud o por su agrio carácter, se mostró muy impertinente durante aquella cena.
Tras conocer a la familia, a Poirot y a mí nos presentaron a los otros invitados. Se trataba de dos matrimonios compuestos por Mr. Remigio Pembroke y su esposa, Camila, y por Mr. Jeremías Glocester y su esposa, Enriqueta.
II
Remigio Pembroke era el abogado de Lord Argyle: llevaba todos sus asuntos legales y además era su íntimo amigo desde la juventud. Era un hombre bajo y regordete, con el pelo lacio y canoso, los ojos grises y el labio inferior caído como en una mueca burlona. Parecía de muy buen humor y bromeó durante toda la cena.
-Seguro que el señor Poirot descubre el esqueleto que tienes escondido en el sótano, querido Jacinto. Ten cuidado, que es capaz de averiguar cómo liquidaste a tu tía de Glasgow -dijo, ante las carcajadas de la mayoría.
Su esposa Camila, por el contrario, se comportó de forma muy distinta, ya que se mantuvo seria y taciturna toda la noche y apenas nos dirigió la palabra. Era una mujer madura, de pelo largo y negro, veteado ya por algunas canas. Sus ojos marrones estuvieron todo el rato fijos en lo que hacía o decía su marido como si no aprobase el buen humor de éste.
Por último estaba Jeremías Glocester, que era el más mayor de todos: un hombre alto y delgado, calvo y con una prominente nariz rodeada por un excesivo bigote blanco. Glocester era Coronel del ejército de su Majestad, aunque hacía años que se había retirado del servicio.
Su esposa Enriqueta era una mujer mucho más joven que él (se había casado en segundas nupcias ya que la anterior mujer de Glocester había fallecido años atrás). Era Enriqueta una señora alegre y dicharachera, de hermoso pelo rubio y ojos de color azul intenso, como un mar azotado por las olas. Ambos eran viejos amigos de Lord Argyle y eran invitados a su castillo con frecuencia.
La cena, preparada por Miss Dorotea McDonald, la cocinera de Argyle, consistió en Perdiz trufada con alcaparras de Glasgow y Mero en salsa de berros con confitura de calabacines al Grand Marnier. Aparentemente la conversación transcurrió con apacible sosiego y buen ambiente, aunque hubo o dos tres hechos que llamaron la atención de Poirot, como tuvo a bien contarme al día siguiente.
III
Uno de los temas que más se abordó durante la cena fue el de la caza, a la que Lord Argyle era muy aficionado.
-Tengo varios mastines -comentó Jacinto Argyle- y son perros excelentes. Ideales para cazar, fuertes, y muy fieles a su amo.
-Sí, eso es porque nuestro padre trata mejor a esos perros que a su propia familia y criados... -rezongó Roderico, en tono muy mordaz y desabrido, ante el estupor de su padre.
-La fidelidad es algo muy difícil de conseguir en los tiempos que vivimos -susurró Camila Pembroke, en una de las contadas ocasiones en las que nos habló.
-También son admirables los pastores alemanes -terció el Coronel Glocester. -Yo tuve dos pastores alemanes y puedo asegurarles que son magníficos como guardianes de una casa.
-Oye, Jacinto. Estoy pensando que mañana podríamos salir a cazar por tu finca. Seguro que le gusta a Mr. Poirot- comentó el risueño Remigio Pembroke.
-Me parece una idea excelente -aprobó Lord Jacinto Argyle.
-Por mi no lo hagan, Messieurs... -musitó Poirot.
-Decidido. Mañana saldremos de caza. Ahora, si han terminado, podemos ir al salón a tomar un brandy, ¿les parece? -sugirió Lord Argyle, muy complacido con la idea de ir a cazar al día siguiente.
Todos nos levantamos de la mesa y nos dirigimos al salón del castillo, cuyo centro estaba dominado por una chimenea rústica y en el que lucían una mesa de billar, varios sillones de terciopelo rojo y una enorme cantidad de estanterías con libros, además de un estante con las armas de Lord Argyle, que nos mostró orgulloso.
Quién iba a decirnos que, con una de aquellas armas, al día siguiente se iba a cometer un horrendo e inexplicable crimen, que sólo gracias a la astucia de Hércules Poirot pudo ser plenamente aclarado.
CONTINUARÁ...

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