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domingo, 1 de abril de 2012

LAS VACACIONES DE POIROT (y 10)

Enviado a las 01/09/2010 00:04:14
LAS VACACIONES DE POIROT (y 10)
LAS VACACIONES DE POIROT (y 10)
LA SOLUCIÓN
I
Amaneció un día claro y despejado, con un sol radiante y algo más frío que los anteriores. En cuanto me desperté, bajé al salón a desayunar. Allí ya se encontraban casi todos nuestros compañeros de estancia, excepto Antígona y Lady Roberta. Mi amigo Poirot habló directamente con Lord Jacinto Argyle y le pidió que reuniera a todos los invitados en el salón, porque esa misma mañana revelaría su solución del caso. El Lord miraba a Poirot atónito, pero esperanzado porque eso tal vez librara de la cárcel a su hijo.
Tras el desayuno, el Lord hizo llamar a los invitados y también fue convocado el inspector Macario Gunderson, el cual vino a regañadientes y con su sempiterno cigarro en la boca. Poco a poco nos sentamos en las sillas y sofás del salón. No faltaba nadie, exceptuando a Roderico que se hallaba aún en una celda de la comisaría de Inverness.
Poirot se levantó de su asiento, se atusó el bigote varias veces y, aclarándose la voz, pronunció estas palabras:
-Mesdames et Messieurs, yo, Hércules Poirot, después de varias horas de reflexión y de algunas pesquisas particulares, estoy en condiciones de descubrirles la identidad del asesino que ha trastornado la apacible vida de este castillo.
Todos miraron a Poirot, sorprendidos y expectantes, y luego se miraron unos a otros, no sin cierta desconfianza. Mi amigo prosiguió con su discurso:
-Cualquiera de los que asistimos a la cacería pudo escaparse de su compañero, buscar a Monsieur Pembroke y dispararle, eso es evidente, pero ¿tenían todos motivos para hacerlo? Lord Argyle, a pesar de ser muy amigo del abogado, pudo querer asesinarle para proteger a su hijo. El mismo motivo puede aducirse para Lady Roberta, e incluso para Antígona, hermana mayor de Roderico. El propio Roderico tenía un motivo ya por todos conocido: sus deudas de juego. También podía ser que Camila, la esposa del abogado, quisiera deshacerse de él. O incluso que el Coronel Glocester tuviera algo en su contra y le disparase a bocajarro. Todos, en mayor o menor medida, eran sospechosos para mí desde el principio, pero sólo una persona cometió el crimen. ¿Quién?
Las miradas volvieron a cruzarse entre todos los presentes.
II
Poirot hizo una pausa, miró a todas y cada una de las personas que estábamos en el salón y continuó diciendo:
-Sólo una persona cometió los dos asesinatos, pero hasta hace poco no he podido descubrir su motivo. Gracias a esta carta que el asesino quemó en la chimenea de la habitación del Coronel Glocester y de Enriqueta, su esposa, he logrado saber las verdaderas intenciones que impulsaron al asesino a matar. En la carta podemos leer pocas palabras, pero suficientes para adivinar su entero contenido: ““Querida Enrique... Tenemos que... pronto... de Argyle... peligroso... Coronel... afecto”. De estas palabras podemos deducir: primero, que alguien se la mandó a Enriqueta Glocester, y segundo, que el contenido era demasiado revelador como para que el criminal la dejase intacta. No es difícil imaginar el resto de la misiva. Casi con toda seguridad decía algo así: “Querida Enriqueta: Tenemos que vernos muy pronto, en el castillo de Argyle. Puede ser peligroso si nos descubre el Coronel. Con todo afecto...” No puedo saber si era eso lo que decía exactamente, pero no creo andar desencaminado. Faltaba por averiguar quién había escrito la carta dirigida a Enriqueta Glocester. Estaba claro que el Coronel no la había escrito, porque se le menciona en ella. Entonces ¿quién lo hizo? Por eso, en un abuso de confianza sólo justificable por el interés de resolver estos dos crímenes, me colé en varias habitaciones de los invitados en busca de una muestra de escritura que coincidiera con la de la carta quemada. La hallé en el cuarto del difunto Remigio Pembroke. Aquí pueden ver una muestra de su escritura, en el tipo de papel que él usaba para su bufete de abogados y que coincide con el de la carta quemada. ¿Qué concluimos de esto? ¡Sencillamente, que Monsieur Pembroke y Madame Glocester eran amantes...!
El Coronel, ante aquella súbita revelación, se levantó airado y prorrumpió en un sin fin de imprecaciones contra Poirot.
-Mon cher Coronel, es un hecho innegable que su esposa y el abogado Pembroke eran amantes. Usted mismo dijo que se veían a veces en Edimburgo, donde el abogado tenía su bufete. Su mujer debió verse allí a solas con Pembroke muchas veces, sin su conocimiento, claro está. Recuerde, además, que fue su esposa quien durante la cacería sugirió que fuéramos en parejas y precisamente ella salió con el abogado Pembroke. Esa es otra prueba de su relación amorosa. Ignoro cómo pudo averiguar Camila, la esposa de Pembroke, que su marido se entendía con Madame Glocester, pero el hecho es que ella lo sabía, y lo sabía seguramente antes de que todos llegáramos al castillo. Oh, sí, mes amis: ¡ella fue quien asesinó a su marido, disparándole en aquel claro del bosque, en un arrebato de ira y de venganza! Tan impulsiva fue su acción que se olvidó el arma del crimen al lado del cadáver y eso a punto estuvo de descubrirla. Pero tuvo suerte aquella vez. Sin embargo, no la tuvo en su segundo crimen, en la segunda parte de su venganza. Debió comprobar mejor que la carta se había consumido por completo. Gracias a eso he podido reconstruir toda la historia. ¡Fue también Camila Pembroke, por tanto, quien, aprovechando el sueño de Enriqueta, subió a su cuarto, la asfixió con la almohada y quemó la carta que delataba el adulterio de su esposo, única prueba que podría incriminarla!
III
-¡Está usted desvariando, señor Poirot! -gritó Camila.
-Pas du tout, Madame. Las piezas encajan perfectamente.
-¡Sepa que le denunciaré por difamación y por haber entrado en mi cuarto, sin permiso, maldito francés entrometido!
-Belga, maldito belga entrometido, Madame Pembroke. Puede usted denunciarme, pero no podrá escapar de la justicia. Usted misma se delató de algún modo la primera noche que estuvimos cenando aquí. Recuerdo que, cuando se hablaba de aquellas razas de perros, usted dijo: “La fidelidad es algo muy difícil de conseguir en los tiempos que vivimos”. Luego es claro que ya le atormentaba a usted la idea de la falta de fidelidad que su marido había cometido. Es inútil negarlo: en la cacería usted le pidió al Lord que la dejara irse, según dijo, para descansar, pero en realidad usted ya estaba decidida a matar a su esposo. Le llamó silenciosamente, como sabemos por el testimonio de Mademoiselle Antígona. Cuando se acercó a usted, le disparó un tiro directo al corazón. Fue una acción demasiado impulsiva: pudimos haberla descubierto a poco que hubiéramos reparado en la falta del rifle. Su segundo crimen estuvo mejor ejecutado, pero tuvo la mala suerte de que la carta escapase a las llamas vengadoras...
El inspector Gunderson aún estaba sorprendido. Se levantó y, dejando su cigarro en el cenicero, preguntó:
-Entonces, ¿Roderico no asesinó a Remigio Pembroke?
-¡Por supuesto que no! -exclamó Poirot. -Es cierto que tenía un poderoso motivo, pero aún más poderosas eran las razones de Madame Pembroke. Por si lo dicho fuera poco, estoy seguro de que en los restos de la carta quemada podrán hallarse sus huellas dactilares, ya que no creo que usara guantes. Es una asesina, sin duda, pero no es una asesina profesional. Actuaba cegada por la ira. Y eso la perdió.
Gunderson se acercó a Camila Pembroke y, sin que ésta dijera ni media palabra, se la llevó detenida, prometiendo a Lord Argyle que de inmediato pondrían en libertad a su hijo.
-Muchas gracias, señor Poirot -dijo el Lord, emocionado. -Ha salvado usted a mi hijo y el honor de nuestra familia.
-¡Fueron las células grises, mon cher ami! Y también una pizca de suerte que nunca viene mal. -contestó Poirot.
Todos estábamos asombrados por la inteligencia y la astucia de mi amigo Hércules Poirot, el cual, una vez hubo concluida su explicación del caso, tomó asiento y respiró aliviado.
IV
Pasamos unos días más en el castillo de Lord Argyle, quien se encontraba muy dichoso por haber recuperado a su hijo, el cual, después de la amarga experiencia de la cárcel, prometió no volver a tener deudas de juego. El inspector Gunderson fue al castillo al día siguiente, a disculparse ante Poirot y ante Lord Argyle por su error. Supimos que Camila Pembroke, tras varios interrogatorios, había cedido y había confesado sus dos crímenes, por los cuales sería juzgada.
Yo felicité efusivamente a Poirot, quien estaba complacido y satisfecho por cómo había terminado todo. Mientras dábamos un paseo por los jardines del castillo, le pregunté:
-Y ahora ¿qué piensa hacer, Poirot? ¿Volverá a su despacho de Londres?
-Mon cher Hastings, usted sabe que aún estoy en activo. Pero antes de volver a mis ocupaciones en Londres, deseo hacerle una visita a una querida y vieja amiga...
-¿De quién se trata?
-Es una anciana adorable, tal vez haya oído usted hablar de ella. Se llama Miss Jane Marple, y somos viejos amigos. Ella también ha resuelto muchos crímenes y quisiera comentarle mi último caso.
Unos días después, Poirot y yo abandonamos el castillo, no sin que antes Lord Argyle nos diera obsequiosas muestras de su gratitud por haber solucionado el caso tan favorablemente. Nos comentó que estábamos invitados a su castillo cuando quisiéramos pero, aunque no se lo dijimos, ni Poirot ni yo hubiéramos vuelto, sobre todo después de lo que nos había sucedido allí. Aquellas fueron las vacaciones más extrañas de Poirot, pero yo estoy muy contento de haber vivido junto a él aquella maravillosa aventura.
FIN DE
"LAS VACACIONES DE POIROT"
A todos os agradezco vuestra lectura y los amables comentarios que habéis tenido la gentileza de ponerme. Mi único deseo ha sido entreteneros con esta novelita, en la medida de lo posible.
Un fuerte abrazo a todos y hasta muy pronto.
ALMA

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