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domingo, 1 de abril de 2012

LAS VACACIONES DE POIROT (9)

Enviado a las 31/08/2010 13:51:22
LAS VACACIONES DE POIROT (9)
LAS VACACIONES DE POIROT (9)
POIROT INVESTIGA
I
Cuando Lord Argyle supo que su hijo había sido arrestado bajo la acusación de asesinato, no pudo por menos que enfurecerse contra el inspector Gunderson, con el cual estuvo discutiendo muy acaloradamente. El inspector no dio su brazo a torcer, argumentando que, mientras no se demostrase lo contrario, Roderico Argyle seguía siendo el principal sospechoso. Nada pudieron las protestas ni las amenazas del Lord. Gunderson se marchó del castillo, prometiendo que volvería a la mañana siguiente.
Tanto Lord Jacinto Argyle como su esposa, Lady Roberta, quedaron apesadumbrados. Fue entonces cuando el Lord le pidió encarecidamente a Poirot que resolviera los crímenes y procurase demostrar la inocencia de Roderico, a lo que mi amigo respondió que lo haría, dado que ya se había formado una idea más o menos clara de la identidad del verdadero asesino.
El resto de la tarde transcurrió sin nada digno de mención. En el ambiente reinaba un clima de pesadumbre y de tristeza por los últimos sucesos ocurridos. Llegó la hora de la cena y, en un susurro, Poirot me recordó que él se ausentaría nada más terminar el banquete y me rogó que yo tratase de entretener a los invitados mientras él investigaba por su cuenta.
-Es esencial que ninguno de los presentes suba a sus cuartos antes de que yo haya concluido con mi investigación, ¿podrá usted entretenerles, mon ami? -musitó Poirot.
-Eso espero. Si es necesario, recurriré a mi arsenal de viejas historias del ejército... o a los chistes -sonreí yo.
II
La cena fue lamentable como reunión de sociedad. Apenas hubo diálogo entre nosotros y yo temí que la mayoría de los comensales quisieran retirarse pronto a sus habitaciones, con lo que la secreta misión de mi amigo peligraba seriamente.
Lord Argyle estaba taciturno: comía despacio y sin apetito. Su esposa trataba de consolarse hablando con su hija Antígona, la cual parecía la única persona serena de cuantos participamos de aquella comida. Camila Pembroke estuvo callada durante toda la cena mientras que el Coronel Glocester jugueteaba con los cubiertos, dando claras muestras de nerviosismo.
Terminó el servicio y, adelantándome a nuestro anfitrión, les propuse a todos los presentes que pasáramos al salón a tomar algunas bebidas e incluso les reté a una partida de póquer. Mi amigo Poirot me lanzó una discreta mirada de complicidad y una sonrisa, dándome a entender lo acertado de mi propuesta. Al principio, varias personas se mostraron reticentes, pero gracias a mi insistencia, vencí su desgana y todos pasamos al salón donde Lord Argyle nos obsequió con su magnífico brandy y su estupendo whisky escocés.
A nadie pareció extrañarle que Hércules Poirot se ausentara de nosotros. Yo esperaba que nuestra partida de póquer durase el tiempo suficiente como para que mi amigo lograra obtener las pruebas que deseaba.
Jugamos al póquer Lord Argyle, Antígona, el Coronel Glocester y yo, mientras Camila Pembroke y Lady Roberta, sentadas en uno de los sofás del salón, trabaron conversación acerca de los jardines y del cuidado de las plantas. No me importaba perder aquella partida, aunque soy buen jugador: lo importante era que Poirot encontrase aquello que andaba buscando.
Escalera de color! He vuelto a ganarles -comentó, sonriente, la joven Antígona, que era tan diestra en el juego como había demostrado serlo en el arte de la caza.
-Si seguimos así, Lord Jacinto, su hija va a desplumarnos a los tres -dijo el Coronel, algo más animado que en la cena.
Continuó la partida durante casi una hora, tiempo que sirvió a mi amigo para entrar en las habitaciones de algunos de los invitados en busca de nuevas pistas que nos ayudaran a resolver los crímenes. Antes de que pasara una hora, Camila dio muestras de cansancio y le pidió a Lady Roberta permiso para retirarse, a lo que ésta no puso ninguna objeción. Temí que si la esposa del difunto abogado subía tan pronto, tal vez sorprendiera a Poirot husmeando en su cuarto, pero hubiera sido sospechoso que tratara de detenerla. Por fortuna, Camila subió y parece que no encontró a mi amigo en su habitación.
Pasaron dos horas y concluimos la partida. En efecto, al final Antígona nos había ganado a los tres. La felicitamos por su pericia y su suerte en el juego, tras de lo cual, todos subimos a nuestros aposentos.
III
Antes de retirarme a mi habitación, pasé por la de Poirot. Llamé discretamente y mi amigo me invitó a entrar. Estaba tomándose un chocolate caliente que le había preparado Miss Dorotea McDonald. Con un gesto, me invitó a que me sentara.
En los ojos de Poirot pude ver reflejada la satisfacción de haber logrado su objetivo. No obstante, le pregunté qué tal le había ido con sus pesquisas.
-Eh bien, mon cher Hastings, todo está más claro para mí.
-¿Ha encontrado usted algo revelador?
-Buscaba un papel, una muestra de escritura relacionada con el fragmento de la carta quemada que encontramos. Y sí, la he hallado. He tenido suerte, porque nadie me ha estorbado en mi investigación. Ahora estoy convencido de quién mató al abogado Pembroke y a Enriqueta Glocester.
-¿Ha sido la misma persona?
-Sin duda alguna. Pero estoy algo cansado, y además necesito dormir para aclarar todos los detalles del caso. Mañana, después de que desayunemos, les revelaré a todos ustedes la identidad del criminal.
-Me deja usted en ascuas. Confieso que yo no entiendo nada y que me parece que todo sigue tan oscuro como al principio.
-Eso es porque no ha usado usted sus células grises...
Mi amigo Poirot sonreía mientras se tomaba su chocolate. Me pidió que tuviera paciencia, ya que mañana se sabría toda la verdad del caso. Le felicité por su audacia y su inteligencia, y él me respondió que, por una vez, habíamos tenido suerte.
Volví a mi cuarto inmerso en un sin fin de cavilaciones. Me preguntaba si el asesino sería Lord Argyle, o tal vez su esposa. O puede que fuera Camila Pembroke. O quién sabe si no habría sido el Coronel Glocester. Yo había descartado a Roderico, porque Poirot también lo había hecho. Y también había descartado a Antígona, por razones que no acierto a explicar. Me parecía imposible que una joven de su inteligencia fuera la asesina. Pero, ¿y si nos había estado engañando a todos? Desde luego, por su aplomo y por su carácter, bien podría haber cometido los dos crímenes. Presa de estas especulaciones, entré en mi cuarto, me puse el pijama y me sumí en un sueño que, aunque no pudiera recordarlo, sin duda estuvo poblado de imágenes de sangre y muerte.
CONTINUARÁ...

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