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domingo, 1 de abril de 2012

LAS VACACIONES DE POIROT (5)

Enviado a las 18/08/2010 20:38:30
LAS VACACIONES DE POIROT (5)
LAS VACACIONES DE POIROT (5)
UN GOLPE DE MALA SUERTE
I
El Coronel Glocester y yo no tardamos en llegar al castillo. El ama de llaves, Miss Narcisa Robertson, salió a recibirnos y ya por nuestro rostro adivinó que algo malo había sucedido. Al llegar, le pregunté al ama de llaves si Roderico Argyle había regresado a la casa pero me dijo que no, lo que me llenó de alarma, como luego le referí a Poirot. Sin perder tiempo, el Coronel llamó a la policía y poco después se presentó en la mansión el inspector Gunderson, de Scotland Yard, un hombre alto y de cejas espesas, embutido en una gabardina de color marrón claro, con un sombrero a juego, que fumaba un cigarro maloliente. Nada más llegar, quiso saber qué había ocurrido. El Coronel y yo le contamos a grandes rasgos cómo habíamos descubierto el cadáver del abogado Pembroke. Luego nos rogó que le acompañáramos hasta el lugar del crimen.
Allí estaban todos, excepto Roderico Argyle, que seguía sin aparecer. Camila Pembroke, la esposa del asesinado, estaba llorando desconsoladamente junto a Lady Roderta, que aún se hallaba bajo la falsa impresión de que su marido podría haber sido el muerto. Los demás, contemplaban atónitos la escena.
II
Enseguida, el inspector Macario Gunderson dio orden de que todos regresaran a la casa, excepto Lord Argyle, Poirot y yo.
-Lord Argyle -dijo el inspector-, me parece que este es un feo asunto. ¿Se le ocurre quién podría tener algún motivo para asesinar tan cruelmente al señor Pembroke?
-Ni idea -contestó Argyle, muy serio. -Aquí está el señor Poirot al que se me ocurrió invitar para que pasase unos días en mi castillo. Él podrá ayudarle en la investigación.
-¡El célebre Hércules Poirot! -exclamó el inspector Gunderson, admirado. -Sin duda que podrá ayudarme...
-No será fácil, Monsieur. -comentó Hércules Poirot, en un tono de voz sombrío. -Cualquiera de los que participamos en la cacería pudo matar al señor Pembroke, aunque desconozco si todos tenían motivos para hacerlo. Por cierto, inspector. El hijo de Lord Argyle, Roderico, ha desaparecido. Yo estaba con él cuando me dijo que quería hablar con...
-¿Con quién? -interrogó Gunderson.
-Me dijo que quería hablar con el señor Pembroke. Y desde ese momento no le volví a ver. El capitán Hastings me ha dicho que no ha vuelto a la mansión. -reveló Poirot.
-¡Eso es muy sospechoso! -exclamó el inspector. -En cuanto volvamos al castillo, daré orden de búsqueda.
-Oiga, inspector, ¿no pensará que mi hijo tiene algo que ver con la muerte de Pembroke? -preguntó el Lord, asustado.
-No pienso nada. Si su hijo ha huido debe ser por alguna razón. Puede que tenga que ver con el asesinato o puede que no.
Gunderson examinó el lugar del crimen. El cuerpo del abogado Pembroke seguía en la posición en que le habíamos hallado. El charco de sangre era mayor. Su rostro estaba contraído en una mueca de dolor. Junto a él, estaba su rifle, y un poco más lejos, tirado en el suelo, otro rifle que, sin duda, había sido el que usó el asesino para matarlo. En el suelo había demasiadas huellas como para sacar alguna conclusión que nos diese una pista con la que afrontar el caso. Gunderson seguía fumando su apestoso cigarro. Cuando hubo observado el cadáver y el lugar, exhaló una bocanada de humo, y levantándose nos dio permiso para que nos fuéramos. Él se encargaría de llamar a una ambulancia para que recogieran el cuerpo de Pembroke. Dio órdenes de que nadie abandonase el castillo, pues quería iniciar los interrogatorios ese mismo día. Un poco entristecidos por el macabro suceso que habíamos presenciado, Lord Argyle, Poirot y yo volvimos a la mansión.
III
Mientras nos dirigíamos al castillo, Poirot y yo intercambiamos impresiones sobre el caso. Observé que mi amigo se hallaba algo molesto y le pregunté si le alarmaba alguna cosa.
-Hay varias cosas que no me gustan de este asunto -susurró Poirot. -Por ejemplo, no tenemos ni una sola pista de quién pudo disparar contra Pembroke. Está claro que fue alguien que él conocía, puesto que le dejó acercarse a pocos pasos de donde estaba.
-Cualquiera de los invitados a la cacería pudo escabullirse de su acompañante, buscara a Pembroke y disparar su rifle...
-¡Su rifle! Hastings, cher ami, ¡ha dado usted en el clavo!
Yo estaba muy sorprendido y no comprendía qué era lo que podía haber dicho para que se le hubiera iluminado el rostro a Poirot. Le pedí que me diera alguna explicación.
-¿Pero es que no lo comprende todavía? Junto al muerto vimos dos rifles: uno, el de Pembroke; otro, el de su asesino. Es decir que una persona, en un tremendo descuido, ha dejado abandonado su rifle y eso puede señalarnos quién es el criminal. ¡Corra, amigo Hastings, corra al castillo! Si tiene suerte, aún podrá alcanzar a los invitados antes de que lleguen.
Pero no tuve suerte. Ya no estoy tan ágil como antes y, por mucho que corrí, cuando llegué al castillo, McDugan ya había colocado los rifles en el estante del salón y no recordaba quién era la persona que no se lo había dado. El asesino había tenido la suerte que no tuvimos nosotros. Me maravillaron la astucia de Poirot y la despreocupación del asesino al cometer el error de dejarse el rifle tan precipitadamente. En aquel momento pensé en la huida de Roderico Argyle y, sin saber por qué, me formé la idea de que él debía ser el asesino. Desconocíamos cuál podría ser su motivo, pero aquella forma de escapar sólo podía interpretarse como una acusación de homicidio.
Cuando Poirot llegó al castillo me pidió que le informase de si había logrado descubrir quién no llevaba su rifle. Le supo mal que no hubiera alcanzado a los invitados de Argyle. Yo estaba algo avergonzado por la oportunidad perdida. Mi amigo debió notar mi azoramiento y por eso me animó: “No se preocupe, mon cher Hastings. Ha sido un golpe de mala suerte. Debería haberme dado cuenta de ese detalle mucho antes de que ese Gunderson mandase a todos al castillo. La próxima vez el asesino no se saldrá con la suya”.
CONTINUARÁ...

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