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viernes, 21 de mayo de 2010

CULOMBO: EL CASO DEL AVISPERO EN LA OREJA (3)

Enviado a las 25/01/2010 20:50:25
CULOMBO: EL CASO DEL AVISPERO EN LA OREJA (3)



EL BLOG DE "¡VUELVE, CAMI, TE QUEREMOS!",
o "blofs de los dandis y bohemios",
se complace en presentarles
la tercera parte de
"UN AVISPERO EN LA OREJA"
  
-Un nuevo caso para el Teniente CULOMBO-

7.-Culombo con don Benito, el Forense...
Después de zamparse un bocata de calamares con chili picante, que era una de las salsas favoritas del Teniente, cogió su apestoso purito, su viejo Peugeot y se acercó al Instituto Anatónimo Forense, que era donde se reunían todos los forenses para analizarse sus propias anatomías para un asesinato.
-Hola, don Benito. ¿Cómo van esos muertos? -dijo Culombo notando algo de frío como de nevera.
-Hola, Teniente. Bien, los muertos son amables: al menos ellos no te estafan ni te engañan con tu mujer, que eso ya es algo. Su muerto, o sea, el millonario Macaradoff se ha portado bien...
-¿Ha sido un buen muerto?
-Sí, Culombo. Nada que ver con el demonio que fue en vida.
-Entonces, dostol, ¿se suicidó finalmente o...?
-Nada de eso. ¡Asesinato al canto! El análisis mortuoril nos revela dos cosas: primera, que le golpearon, como demuestra esta marca en la sien, apenas perceptible para ojos no expertos...
-¡Carajo, dostol! Yo ni me habría dao cuenta.
-..Y segunda, que en el cuerpo del finado he hallado suficiente digitalis, o digitalina, como para matar a cinco hombres. O sea que fue envenenado.
-¿Y sabe cómo le 'azministraron' el veneno, dostol?
-Eso ya es más difícil de decir: puede que después de golpearle, se lo inyectaran en vena, pero no he visto ninguna señal en los brazos.
-O sea que el veneno no era de la avispa, sino digitalina. ¡Gracias, don Benito! Me ha hecho usted muy feliz -exclamó Culombo mientras salía.
-Sí, muy feliz, Teniente, pero devuélvame ese bolígrafo, que me lo regaló mi mujer.
-Y a ella, ¿qué más le da?

8.-En la cocina, con el chino...
Culombo, al igual que algunos asesinos inexpertos, volvió a la escena del crimen. En él era habitual: su método consistía en desgastar a los sospechosos a base de hacerse el pesado. Pero esta vez entró por la puerta trasera pues no deseaba que la señora Othilia Macaradoff estuviera al tanto de aquella jugada. Ya en las cocinas, charló un buen rato con Chin-Pang, el chino, que en ese momento condimentaba un arroz con almendras fritas y unas patatas a la importancia de los millonarios.
-Usted, Sin-pán... -comenzó Culombo.
-¡Chin-Pang! -gritó el chino, irritado.
-Bueno, Chin-pún. Usted ¿vio a alguien ponerle al señor Macariodoff alguna sustancia rara en la comida?
-No, Teniente, no. Nadie tocal comida señol. Además, esa noche el señol senal fuela y yo no hasel comida suya. -mientras, el chino seguía con sus patatas.
-Pero a lo mejor bebió algo, cocinero Chan-pán...
-¡Chin-Pang! -volvió a gritar el chino. -Tenga, Teniente. Esta sel botella de vodka luso...
-¿Vodka luso? -Culombo, dubitativo, cogió la botella-No sabía que los portugueses fabricasen vodka, yo creía que lo hacían los...
-El vodka ella bebida pledilecta de señol. Si habel veneno, estal ahí. Sel última botella. El señol bebel como cosaco y no dejal más que una. Pelo yo pensal que no veneno en botella...
-La analizarán los chicos del laboratorio. Gracias, Cham-pú... Ah... ¡Una cosa más! -dijo Culombo, antes de irse- La noche del crimen, ¿dónde estaba ustez?
-Sel mi noche lible -dijo el chino, imperturbable, y deseoso de quitarse de encima al Teniente.
-Ummm... ¡Muchas gracias, Chin-Chón!
Y el Teniente se marchó pensativo y con la botella, la cual le costaría una discusión con su mujer, hasta que pudo convencerla de que era una prueba de aquel extraño caso que se traía entre manos.

9.-La segunda parte del plan...
Pasó una semana, y el caso no avanzaba nada. Estaba en punto muerto, como si fuera irresoluble. Culombo era constantemente apremiado por sus jefes que veían cómo corría el tiempo y se escapaba la oportunidad de capturar al asesino. Los periódicos empezaban a mofarse de la Policía, y en particular del Teniente, que en otras investigaciones había cazado a los malos a la primera. Culombo estaba al borde convertirse en el hazmerreír de la ciudad. Mientras, en casa de los Macaradoff...
-¡Esta vez Culombo se va a tener que marchar con el rabo entre las piernas, eh, Othi! -reía el mayordomo, que sostenía a la señora Macaradoff en su regazo.
-Sí, “Chuchi” mío... Todo va según el plan: A Culombo le ha despistado lo de la avispa. No sabe ni por dónde empezar. Y ahora que está desorientado es donde entra la segunda parte del plan: haremos que nuestro amigo el chino confiese el crimen.
-Pero, ¿cómo, Othi? Estos chinos son muy suyos...
-Es muy fácil, so pánfilo. Ya tengo preparada su carta de 'suicidio'. Mañana le encontrarás muerto en su habitación. Ahorcado. Y con la acostumbrada carta para el juez. ¡Caso cerrado! Y nosotros, a disfrutar en Las Bahamas. ¿Qué te parece, “Chuchi”?
-Genial... Pero ¿y por qué iba a ahorcarse el chino?
-¡Le ahorcarás tú, imbécil! Fingiremos que se ha suicidado él solito y así le serviremos a la Policía al asesino que andan buscando. Pondremos la carta al lado. En ella confesará que mató a mi marido porque le debía los atrasos de seis años y un día. Todo muy clarito y diáfano. ¡Qué malos somos, eh, “Chuchi”!
-¡Malos, malísimos, remalos, querida Othi...!

10.-Y entonces, apareció ella...
A los jefes de Culombo se les estaba empezando a agotar la paciencia. El Comisario Lorenzo Stéphenson entró esa mañana en el despacho de Culombo con un humor de perros policías. Culombo estaba haciendo pajaritas de papel, absorto en sus pensamientos.
-¿Cómo va el Caso Macaradoff, Culombo? -bramó el Comisario. -¡Le exijo resultados, Teniente!
-Va muy mal, señol Comisario... La viuda no cae en mi trampa del 'una cosa más' y casi siempre me invita a quedarme en su casa más tiempo. Se ve que ha visto mis casos por la Tele y se sabe to's mis trucos. Hasta se me ha insinuado: un día se me echó encima, medio desnuda y poniéndome un muslo delante de los ojos. Ahí sí que me puse bizco de verdaz, señol...
-Pues le doy otra semana. ¡Y ni un día más! El alcalde no deja de presionarme. Y la Prensa está cada día más pesada. ¡Hasta el Cónsul ruso me presiona!
En eso estaban cuando apareció una señora de mediana edad, vestida muy elegantemente, y con un librito bajo el brazo que se titulaba “El cadáver bailó después de medianoche”. Era una señora muy educada, con modales a la antigua y sonrisa amable.
-¿Y usted quién es, qué quiere? -le espetó don Lorenzo Stéphenson, el Comisario.
-Quiero hablar con el Teniente Culombo.
-¡Ahí lo tiene usted! Abatido, como una naranja a punto de ser exprimida... -y, diciendo esto, el Comisario salió del despacho de Culombo.
-Ando muy liado... ahora... s... s...ñora...
-Ya lo sé. El Caso Macaradoff... La verdad es que me interesa mucho y como ha terminado la gira de presentación de mi última novela, me he dicho: ¿por qué no ayudas al famoso Teniente Quilombo a resolver “El caso del avispero en la oreja”? Y aquí estoy, Teniente Bolombo.
Culombo no daba crédito a sus ojos. Miró a la señora y susurró:
-¿Enton... Entonces... Es... s... us... ustez...?
-¡Sí, la misma! ¡Soy Jéssica Fletcher, la reportera del crimen, para servirle y ayudarle a resolver este asesinato!

[Continuará…]

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